Opinión

Vacunas para envejecer con salud

«Las inmunizaciones evitan cada año cerca de tres millones de muertes por enfermedades transmisibles»

Las vacunas constituyen la intervención médica con mayor impacto en la longevidad y la salud humana
Las vacunas constituyen la intervención médica con mayor impacto en la longevidad y la salud humanaDREAMSTIMEDreamstime

En el marco de la Semana Mundial de la Inmunización, y transcurridos poco más de dos años del inicio de la pandemia, es tiempo de reconocer que las vacunas siguen escribiendo algunos de los más brillantes capítulos de la historia de la ciencia.

En palabras de Stanley Plotkin, descubridor de la vacuna de la rubéola en los años 60, las vacunas constituyen la intervención médica con mayor impacto en la longevidad y en la salud humana. Antes del inicio de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud hacía público el dato de que, en todo el mundo, las vacunas evitan cada año cerca de tres millones de muertes por enfermedades transmisibles. Esta cifra se queda corta si la comparamos con algunas estimaciones publicadas en revistas científicas o si, simplemente, añadimos a este cómputo el impacto en reducción de mortalidad que han demostrado las nuevas vacunas frente a la Covid-19.

Resultados así son fruto del compromiso cívico de nuestra generación y de otras muchas antes de la nuestra, aunque los retos biológicos y sociales, los que conocemos y los que emergerán en el futuro, no dejen espacio alguno a la complacencia.

Y es que queda mucho por hacer, porque mucho es lo que se espera de las vacunas y de su capacidad para responder a necesidades urgentes como la tuberculosis, el VIH o el virus respiratorio sincitial; lo mismo se espera de su capacidad para abordar la amenaza creciente que suponen las bacterias que ya no responden al arsenal de antibióticos o, incluso, para mejorar también la respuesta inmunológica de los adultos mediante el desarrollo de nuevas vacunas, más eficaces para este grupo de edad.

Paradójicamente, el éxito de los programas de vacunación en España, y en otros países de nuestro entorno, nos ha llevado a la falsa percepción de que muchas enfermedades infecciosas prevenibles mediante vacunación son cosa del pasado. Aunque es cierto que esta reflexión se justifica si pensamos en la polio, la rubéola congénita, la difteria o la viruela, la realidad se empeña en demostrarnos que enfermedades como la gripe estacional, el tétanos, la tos ferina, el herpes zóster o la neumonía siguen suponiendo una carga de morbilidad y mortalidad sustanciales para personas de todas las edades y, en particular, para las personas de mayor edad o con condiciones de riesgo. Los más vulnerables.

Los programas de inmunización del adulto se han convertido en los últimos años en objetivo prioritario de las autoridades de Salud Pública en la mayoría de los países desarrollados. Las razones de este foco de preocupación se objetivan en las previsiones de envejecimiento demográfico –casi el 40% de los españoles tendremos más de 65 años en 2050–, en las bajas coberturas de vacunación que se alcanzan en la población adulta –excluidos, con honores, los datos de vacunación pandémica– y en las proyecciones de incremento de recursos que será necesario destinar para asistir, sanitaria y socialmente, a un porcentaje cada vez mayor de población sobreenvejecida y enferma.

Ante este panorama, reforzar la inversión pública en programas que ayuden a prevenir la enfermedad e impulsen el envejecimiento saludable supone la toma de conciencia desde las Administraciones del impacto de la inmunosenescencia no sólo en la calidad de vida, sino también en la economía y la productividad y en la futura configuración de nuestro Sistema Nacional de Salud.

Cuando hablamos de inmunosenescencia nos referimos a un fenómeno fisiológico, muy asentado en la literatura científica, que supone el deterioro progresivo, y asociado a la edad, de la capacidad de respuesta y defensa de nuestro sistema inmune. Esta merma funcional aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, metabólicas, degenerativas y, también, enfermedades infecciosas.

Ejemplos de este fenómeno, medidos en aterradores guarismos de mortalidad en ancianos, han golpeado nuestras emociones durante meses de sucesivas ondas pandémicas, haciendo que pronto asumiéramos el año de nacimiento como criterio de corte para definir la mayor o menor vulnerabilidad a padecer las consecuencias más graves de la Covid-19 y, por extensión, de otras enfermedades infecciosas.

Entre las estrategias de Salud Pública que se han demostrado eficaces para paliar esta vulnerabilidad, destaca la apuesta por la inmunización a lo largo de la vida que ha realizado nuestro país y que amplía las oportunidades de acceso a más y mejores vacunas para los más mayores. Esta apuesta debe acompasarse con el fortalecimiento del liderazgo y consejo vacunal que realizan los profesionales sanitarios. También, con el impulso de actividades de concienciación social sobre los riesgos de las infecciones inmunoprevenibles que ayuden a la población de mayor edad a conocer los beneficios de estar vacunado.

Este último aspecto, el del conocimiento individual, resulta especialmente importante, ya que todos debemos asumir nuestra parte de responsabilidad en conocer y poner los medios que ayuden a prevenir y, con ello, evitar tener que llegar a la necesidad de curar. Conocer que la vacunación no acaba en la infancia, conocer que vacunarse es un derecho del individuo, pero también un acto de solidaridad que protege a otros, y ser conscientes de que, por mucho que las consecuencias de las enfermedades puedan ser muy graves, para que podamos ver los beneficios de las vacunas, tenemos que usarlas.

En la Semana Mundial de la Inmunización, es momento de celebrar el éxito de las vacunas y de aplaudir que miles de científicos, profesionales sanitarios y expertos en gestión de salud pública en todo el mundo siguen en el empeño de vencer la amenaza real que suponen los agentes infecciosos para nuestras vidas y nuestros modos de vida. Es momento, por tanto, de dar las gracias.