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Opinión

La cara oculta de la covid persistente en adolescentes

«Cada paciente que llega es un desafío, pero el mayor surge cuando nos enfrentamos a casos en jóvenes»

«Según nuestra experiencia, es la madre, una vez más, la que va marcando los pasos o tirando del carro en esta patología» DreamstimeDreamstime

Sin duda, todo tiene una cara oculta, hasta la luna, tal como decía Roger Waters, del legendario grupo Pink Floyd, en el año 73, en el célebre álbum de la banda titulado «The Dark Side of the Moon». Esa cara puede ser buena o mala según los casos. Yo voy a subrayar aquí una de lo que no se habla y que en mi opinión merece conocerse. Me refiero a la cara oculta de la covid persistente en adolescentes. Aunque sin duda escribir sobre la presente pandemia da mucho juego, ¿por qué elegir un tema así?, ¿qué esconde tan enigmático título? Cuando se dedica uno desde hace casi dos años al manejo casi exclusivo de una enfermedad tan compleja como es la covid persistente, se puede elegir hablar de lo que se considere más oportuno y en mi caso particular suelo optar siempre por el endotelio, ese gran desconocido, y que juega, en mi opinión, un papel determinante en todas sus fases, también la persistente. Hoy voy a ir mucho más allá, voy a hablar de emociones, pero no de unas emociones cualquiera, voy a hablar de una de las emociones más grandes que puede haber, las que me transmiten las madres de adolescentes afectados por la que puede llegar a ser, en muchos casos, una dramática enfermedad.

Vaya por delante que tratándose de una enfermedad tan versátil como esta en la que no hay dos casos iguales, cada paciente que nos llega es todo un desafío, pero el mayor reto de todos nos surge cuando nos enfrentamos a casos en adolescentes. Si bien es verdad que todos los pacientes, con independencia de la edad, la sufren a su manera, esto, siendo esperable, no es nada comparado con el sufrimiento de una madre que ve que su hijo «se apaga». Así, muchos de ellos que eran previamente atletas, en apenas semanas, no pueden ni moverse, y a los que destacaban en los estudios, ahora les cuesta sacar el curso, si es que antes no los habían dejado.

El por qué resaltar la figura materna sobre la paterna creo que no necesita explicación alguna y sí, en nuestra experiencia, es la madre, una vez más, la que va «marcando los pasos» o «tirando del carro» y más en una enfermedad como esta que, al igual que produce en los mayores de 40 una sensación de envejecimiento prematuro, retrotrae a una nueva infancia, por su dependencia, a muchos de los adolescentes afectados.

Dicho esto, es admirable ver cómo, después de llevar arrastrando sus hijos una enfermedad así una media de un año, pasando por un incontable número de especialistas de los de «todo normal, vuelva más adelante», una mayoría de estas madres mantiene el ánimo intacto, impasibles al desaliento, un estado de ánimo que en nada coincide con el del afectado y no sin razón. Siguiendo con el papel de estas madres, cada uno de nosotros, que sabemos el papel que juega o ha jugado una madre en nuestras vidas, podríamos ponernos en su lugar pero no es lo mismo ponerse que estar. Visto de esta forma, cada covid persistente a esta edad no es solo un desafío para el médico como a otras edades, en esta etapa de adolescencia «el corazón se te encoje» y no lo puedes remediar cuando miras a la madre. Con hijos que le sacan en muchos casos medio cuerpo y que permanecen casi todo el rato de consulta callados y con una mirada perdida, «los ojos de la madre hablan» antes de que hable ella y diciendo mucho más de lo que las palabras dicen. En las visitas de revisión, la satisfacción, si han observado mejoría, también se ve en su mirada desde que entran, como se ve la decepción cuando toca.

Cuando llevas más de 40 años de profesión, uno cree haber pasado por todo, pues no, por esto no. Sin duda, otros especialistas pueden vivir a diario experiencias parecidas, pero además de estar habituados a ello, no es lo mismo porque no hablamos de una visita médica que tiene lugar tras semanas o pocos meses de enfermedad, sino que hablamos de una «peregrinación», a veces de años, de médico en médico, en la que tú eres el último eslabón, y eso cambia la cosa, ya que recibes de golpe la suma de todas las frustraciones que la madre ha padecido en todas las consultas anteriores.

Para finalizar, creía que con el tiempo me haría más resistente o resiliente, como se dice ahora, para enfrentarme a este tipo de emociones, pero, iluso de mí, muchos de los pacientes que me llegan, si antes llevaban un año, ahora dos; si habían pasado por 10 especialistas, ahora 20; el dossier ya no entra en una carpeta de las conocidas como AZ. ¡Terrible! Vaya mi reconocimiento para estas madres con mi deseo de que encuentren la solución que anhelan para sus hijos y que sepan que no hay ningún tratamiento, por bueno que sea, que sustituya al amor, y el amor de una madre no se paga con dinero.

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