Epidemia

¿Cómo se hizo Estados Unidos adicto a los opioides?

En España el uso de este tipo de medicamentos se ha duplicado en diez años, si bien su consumo se hace de forma controlada y bajo prescripción médica

Crisis de opioides en Estados Unidos
Crisis de opioides en Estados UnidosDreamstimeDreamstime

La grave crisis nacional que experimenta Estados Unidos con el abuso de estas sustancias fue declarada emergencia de Salud Pública en 2018 tras haberse disparado drásticamente las muertes por sobredosis de su ingesta en las últimas décadas. Los opioides son la principal causa de muertes accidentales en el país, incluso por encima de los accidentes de tráfico y las armas.

Las cifras son escalofriantes: cerca de medio millón de estadounidenses murieron a causa de una sobredosis de opioides durante las dos primeras décadas del siglo XXI, superando todos los récords nunca antes registrados. Solo en 2016, fallecieron 64.000 personas. Es decir, se produjeron de media 175 muertes al día. Y varios estudios demuestran que, en realidad, esa cifra podría ser hasta un 35% superior, debido a muchos otros casos que no habrían sido registrados como tal.

Cuatro años después, en 2020, Estados Unidos registró un total de 68.630 muertes por sobredosis de opiáceos, cifra que representó el 75% de todas las sobredosis de drogas. El gran aumento de fallecimientos ocasionados por esta droga es el causante de que haya disminuido la esperanza de vida de los estadounidenses desde el año 2015, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

El año pasado las defunciones casi se duplicaron. En 2022 fueron cerca de 100.000 personas las que murieron por sobredosis de opioides en el país. De ellas, dos tercios lo hicieron a causa del fentanilo, opiáceo que se trafica de manera ilegal y que se ha convertido en una de la principal causa de muerte en personas menores de 50 años, en edades comprendidas entre los 18 y los 49 años en Estados Unidos, según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés).

Los opioides llevan a la dependencia absoluta en tiempo récord. Si bien en un principio el fármaco se utilizó únicamente con pacientes en estado crítico o terminales, hospitalizados, su uso legal se extendió en los 90 como receta habitual para dolores ordinarios de la vida diaria de los estadounidenses.

OxyCotin y la familia Sackler

El dedo acusador de la población apunta a la dinastía familiar Sackler, una de las más ricas y poderosas del país. Dueños del gigante farmacéutico Purdue Pharma, la empresa familiar sacó al mercado OxyCotin, recetada por médicos, altamente adictiva y más fuerte que la morfina. Purdue, que ganó millones de dólares con su venta, convirtió su fármaco en la droga más vendida de la historia.

En los años previos al extendido lanzamiento de OxyContin a través de campañas de agresivos mensajes de marketing, entre los años 1990 y 1994, el consumo de morfina aumentó un 75% en el país. Bajo ese contexto, el mercado del negocio familiar se centró en atender directamente la que consideraron una necesidad de la población, al estimar que cerca de 50 millones de estadounidenses sufrían, de alguna manera, dolor crónico o algún mal menor que justificara el empleo de analgésicos.

El contexto y la cultura del país también facilitaron su rápida extensión. Y es que, según demuestran algunos estudios y comisiones como la creada por la revista científica «The Lancet» en 2017, los ciudadanos estadounidenses reciben hasta 30 veces más analgésicos opiáceos de lo que necesitan.

A menudo, la población accede a ellos con cierta facilidad, por lo general a través de una receta médica para aliviar los síntomas de alguna dolencia severa o moderada. En otros casos, de manera ilegal en el mercado negro, el denominado fentanilo, para aliviar los síntomas de una adicción ya existente identificada por el cuerpo en poco tiempo.

Y es que los opiáceos u opioides, al imitar el efecto de las endorfinas, son medicamentos que controlan el dolor y producen bienestar, por lo que su consumo indebido es altamente adictivo. Y el fentanilo, es hasta 100 veces más potente que la morfina.

¿Puede todo esto llegar a suceder en España? El uso y abuso de opiáceos aquí está todavía lejos de convertirse en una epidemia como en Estados Unidos, pero, sin embargo, ha aumentado en más de un 54% en la última década, según datos del Ministerio de Sanidad.

El consumo global diario ha pasado de 9,93 dosis por cada 1.000 habitantes por día en el año 2010 –eso sí, con receta oficial y siempre a través de mutuas sanitarias según la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios–, a 20,86 en 2021. Es decir, más del doble en menos de diez años.

Así, y según estas cifras, nuestro país se ha convertido en el tercero del mundo que más consume este narcótico, tan solo por detrás de Estados Unidos y Alemania.

Un ejemplo real

Un gran número de adicciones nacen de una simple receta médica para el dolor tras una lesión, incluso entre los más jóvenes. Fue el caso de Chris Schildt, un joven estudiante y deportista que murió con 25 años. Su adicción a los opioides empezó después de romperse el brazo jugando a beisbol. La receta médica de los analgésicos para el dolor fue su sentencia de muerte.

«Nunca pensamos que nuestro hijo sería adicto», reconoce Karen, la madre del joven fallecido. Pocos meses después de empezar a consumir el fármaco, el joven buscó otros sustitutos ilegales y murió por sobredosis de heroína. «Su precio es mucho más barato y causa la muerte de manera inmediata, como en el caso de nuestro hijo», explica Edward, el padre de Chris.

La zona donde reside esta familia de clase media es una de las más afectadas del país. Se trata del condado de Frederick, en Virginia. «Podemos atribuir probablemente el 80% de otros crímenes al problema de drogas» que está conllevando la epidemia de opiáceos en el condado, explica el Sheriff Chuck Jenkins, donde el perfil más alto de afectados se da entre «jóvenes blancos de entre 22 y 28 años, de familias de clase media y alta». Jenkins reconoce con preocupación que «es una dinámica que nunca ha visto antes».

El punto de inflexión de esta crisis sanitaria se produjo cuando alrededor de 400 organizaciones, condados e instituciones de Estados Unidos pusieron en marcha una demanda conjunta contra la industria farmacéutica y quienes comercializan con derivados del opio. Tras cientos de demandas e investigaciones, así como una década completa con decenas de miles de fallecidos tras de sí, Purdue Pharma se declaró «culpable de etiquetar erróneamente OxyContin con la intención de defraudar o engañar».

La investigación federal determinó que, con sus tácticas de marketing, provocaron que millones de estadounidenses cayeran en la trampa de la adicción a los opioides recetados. Cientos de miles de ellos terminaran en muertes por sobredosis. La empresa familiar tuvo que pagar una multa simbólica para su imperio –643 millones de dólares de sus ganancias–, siendo obligada por las autoridades a cambiar su comportamiento de venta y reformular la droga para que fuera menos adictiva.

La crisis de opiáceos tampoco entiende de razas. Si bien el perfil de muertes hasta hace relativamente poco tiempo se daba en su mayoría en personas blancas residentes de estados como Virginia Occidental, Ohio o Kentucky, cada vez hay más víctimas mortales por su ingesta que son estadounidenses indios americanos y de raza negra. También, aunque en menor medida en cuanto al número de afectados, los hispanos. Aún así, esta minoría del país ha triplicado las defunciones por sobredosis de opiáceos desde 2011.

«La actual epidemia de opioides en EE UU es un gran reto de salud pública porque tienen un alto potencial de adicción y dependencia. La solución para detener esta crisis debería abordar desafíos sociales, culturales y legales», asegura el médico Madhu Ramaswamy.

«La primera ola» de la crisis, denominada por los CDC, fue la de los opioides con receta médica. La considerada «segunda ola» llegó con la adicción a la heroína. Otro opioide, pero en este caso ilegal. Y ya la «tercera ola» de la crisis se produjo con los opioides sintéticos, como el fentanilo, que los CDC calculan que mata en la actualidad a 136 personas de media al día en el país.

Las sobredosis aumentaron hasta un 30% en 16 estados del país en apenas un año, de julio de 2016 a septiembre de 2017, afectando a todos los grupos de edad. Aunque con ciertas variaciones en cuanto a zonas urbanas y rurales, «esta veloz epidemia afecta a hombres, mujeres y personas de todas las edades. No respeta fronteras entre estados y está aumentando en cada región de Estados Unidos», confirman los CDC.

Los expertos resaltan la necesidad de «prevenir las sobredosis al detener el uso inadecuado de opioides y abordar el trastorno de su uso, comúnmente conocido como adicción, para que las sobredosis no ocurren», de acuerdo con el informe divulgado por la Asociación Americana de Pediatría, en el que se destaca que el número de menores hospitalizados por intoxicación con opioides se ha multiplicado por cuatro en la última década, pasando de 797 casos en 2004 a los 3.647 registrados en 2015.

Cifras que ahora sirven de referencia a otros países para evitar que su población se vea salpicada de alguna manera por el impacto de estas drogas y los trágicos efectos de su adicción.