Opinión
La Medicina es difícil
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Vivimos tiempos de inmediatez. Queremos soluciones rápidas, resultados al instante, profesionales listos «para ayer». Esta lógica, que domina muchos ámbitos, empieza a infiltrarse también en la formación médica. Surgen propuestas que plantean acortar la carrera de Medicina, reducir los años de residencia o incorporar perfiles clínicos con menos preparación. Todo en nombre de la eficiencia. Ante esta tendencia, Andrew Elder escribió en «The BMJ» una frase que vale la pena repetir: «La medicina es difícil». Y no lo deja de ser, por más tecnología que tengamos. Podemos consultar algoritmos diagnósticos en segundos, secuenciar genomas o disponer de pruebas de imagen cada vez más precisas. Pero nada de eso elimina la complejidad esencial de nuestra profesión. Cada paciente es un universo biográfico y biológico irrepetible. Cada diagnóstico exige una mirada clínica profunda, que solo se afina con experiencia. Y cada decisión terapéutica requiere más que conocimiento: implica juicio, ética y responsabilidad.
Elder lo expresa así: «Actuar correctamente exige escuchar con atención, preguntar con criterio, explorar a fondo y ejercer buen juicio», es decir, decidir cómo actuar no es aplicar una fórmula. Es un proceso deliberado que exige tiempo, presencia y formación sólida. Reducir eso a pasos acelerados o formatos comprimidos es un error. La experiencia clínica no se improvisa. No se aprende solo con libros ni con simuladores. Se forma en contacto con el sufrimiento, con la duda, con la práctica repetida. Acortar ese trayecto solo empobrece a quienes más importan: los pacientes. Formar buenos médicos lleva tiempo. Defender ese tiempo es también defender la calidad de la Medicina y la dignidad del acto clínico.