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Bienestar
Aguantar las elevadas temperaturas que se están registrando en prácticamente todo el país tras la primera ola de calor no es fácil, ni física ni psicológicamente. El calor afecta el bienestar emocional, causando ansiedad y agotamiento.
«El calor afecta al bienestar psicológico en diversas áreas de nuestra salud mental, el aumento del calor sobre todo en verano o en olas de calor, está asociado a un aumento en la incidencia de problemas de salud mental, como una mayor sensación de agotamiento mental, ser más proclives a tener actitud agresiva, bajo estado de ánimo y/o ansiedad. Todo ello reduce nuestra sensación de bienestar», afirma Virginia Parrado, psicóloga de Quirónprevención.
Las altas temperaturas pueden llegar a ser un obstáculo para la toma de decisiones racionales, provocando, según esta experta, «una sensación de irritabilidad (levantando la voz constantemente, menor tolerancia a la frustración, entre otros)».
Además, «la limitación de actividades al aire libre y la incomodidad, debido a las altas temperaturas, puede llevar a sentimientos de tristeza, desesperanza, que dan lugar a síntomas de la depresión. Pero también la incomodidad, puede llevar a aumentar síntomas de ansiedad, como las preocupaciones constantes, dificultad para relajarse, etcétera», añade.
Así, la deshidratación es uno de los efectos más directos del calor extremo. Cuando uno está expuesto a altas temperaturas, su cuerpo transpira más para regular su temperatura interna, lo que puede llevar a una pérdida significativa de líquidos y electrolitos.
Pues bien, la deshidratación, incluso en niveles leves, puede afectar negativamente nuestra capacidad cognitiva. Estudios han demostrado que la deshidratación puede provocar problemas de concentración, disminución en la memoria a corto plazo y aumento en la sensación de fatiga.
«La recomendación general es beber entre 1,5 y 2 litros de agua al día. Pero durante los meses de calor o en episodios de altas temperaturas, nuestras necesidades de hidratación aumentan porque el cuerpo pierde más agua a través del sudor, que es el mecanismo que utiliza nuestro cuerpo para poder regular la temperatura interna. En estas condiciones, podríamos necesitar entre 2 y 2,5 litros diarios, incluso más si realizamos actividad física o estamos expuestos al sol», explica Ana Fraila Oliva, nutricionista de Quirónprevención.
Oliva recuerda que «es importante tener en cuenta que no hay que esperar a tener sed para hidratarse. La sed es un síntoma de deshidratación leve, por eso es importante tomar agua de forma regular a lo largo del día. También podemos hidratarnos con alimentos ricos en agua como las frutas (melón, sandía, naranja) y verduras (tomate, pepino, lechuga), que además nos aportan minerales que nos ayudan a mantener el equilibro electrolítico y aportan antioxidantes con efectos protectores para nuestra piel frente a los efectos negativos del sol».
Por último, se debe prestar especial atención a niños, ancianos, personas con enfermedades crónicas, embarazadas y lactantes, ya que son mas vulnerables y pueden no sentir que tienen sed.
Al impacto de la deshidratación hay que añadir el estrés térmico, que se refiere a la carga que el calor impone en cuerpo y mente. Así, cuando el organismo lucha por mantenerse fresco, este utiliza una cantidad importante de energía, lo que puede derivar en sensaciones de agotamiento y debilidad. Además, estrés térmico puede exacerbar problemas de salud preexistentes como ansiedad o depresión, y hacer que las tareas diarias parezcan más arduas, lo que contribuye a una mayor sensación de agotamiento mental.
El calor extremo también puede afectar a su calidad del sueño, lo que a su vez afecta al bienestar psicológico. Dormir en un ambiente caluroso, las temidas noches tropicales, puede ser incómodo y dificultar la conciliación del sueño. Y la falta de un sueño reparador puede provocar irritabilidad, dificultades de concentración y un mayor nivel de estrés al día siguiente.
Preguntada por qué sucede, Parrado explica que «nuestra temperatura corporal máxima sucede justo antes de irnos a dormir, lo que conlleva sensación de incomodidad y se sofocos al querer conciliar el sueño, produciéndonos insomnio».
Para poder hacer frente a las elevadas temperaturas Parrado aconseja a todos que «nos tomemos una pequeña ducha de agua templada antes de irnos a dormir, ya que nos va a ayudar a bajar nuestra temperatura corporal, y a sentirnos más cómodos a la hora de dormir».
También recomienda evitar el uso de estimulantes como la cafeína y la teína, y hacer técnicas de relajación para empezar a desactivar nuestro cuerpo.
►«Los niños son muy susceptibles al calor, ya que, según la edad, su sistema va a ser capaz o no de regular la temperatura», detalla Parrado. Además, muchas veces no son capaces de comprender y gestionar el agotamiento, el insomnio o la irritabilidad, por lo que es importante enseñarles estrategias. En cuanto a los mayores, la psicóloga recuerda que el calor también les afecta, sobre todo a partir de los 65 años, ya que muchas veces no sudan o lo hacen de manera excesiva, lo que afecta a mantener esta temperatura interna constante. En ese caso es muy importante, estar atento si sudan excesivamente o su ausencia, cansancio o sensación de debilidad.
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