Salud

Diario de la resistencia en Wuhan: “Estaba harto de comer macarrones con tomate todos los días”

Los españoles confinados en el epicentro del coronavirus nos relatan cómo vivieron su encierro de diez días en una ciudad fantasma. «leíamos, hablábamos, entrenábamos y vuelta a empezar. lo peor fue la cocina, que se nos da fatal. como mucho, hacíamos rollitos congelados», dice manuel desde el gómez ulla donde guarda cuarentena con sus compañeros

Una de las imágenes de los españoles atrapados en Wuhan
Una de las imágenes de los españoles atrapados en Wuhanlarazon

Manuel Vela llegó a Wuhan hace cuatro meses para trabajar como entrenador del equipo de fútbol Wuhan Shangwen Three Towns y, sin previo aviso, él y sus otros compañeros españoles de trabajo se quedaron atrapados en esta ciudad china, sin entrenar, encerrados en casa y sin más entretenimiento que el gimnasio, los libros y las series. Tras diez días aislados en sus domicilios, el grupo ya descansa en la planta 17 del Hospital Gómez Ulla, donde guardarán 14 días de cuarentena para confirmar que están sanos y salvos. Ahora, más tranquilos y junto a su familia, nos relatan cómo han vivido esta larga semana en la que se convirtieron en el foco mediático y en la máxima preocupación de sus familiares. Manuel tira de humor para relatar su «odisea», una rutina que se convirtió para todos ellos en una especie del «día de la marmota», sumado a los temores de contagio del coronavirus y la angustia que esta situación generaba en sus familiares que residen en Sevilla. Es sábado y parece que aquellos días de incertidumbre quedan lejos. Tienen una planta entera del hospital para ellos donde pueden moverse con total normalidad y recibir visitas, eso sí, con las debidas precauciones, una situación muy diferente a la que han vivido durante dos semanas en las que fueron confinados en su domicilio de la capital de la provincia de Hubei para evitar contraer el virus que ya ha matado a más de dos centenares de personas e infectado a casi 10.000.

El calvario de Manuel comenzó cuando, el 20 de enero, «lunes», recuerda, regresaba a Wuhan después de participar en un torneo «que, por cierto, ganamos». «Ese día teníamos una cena por la noche y al día siguiente una reunión de trabajo para valorar cómo había ido 2019. De repente nos anunciaron que se había cancelado el encuentro porque había un virus muy contagioso. Aún no había una alarma social como la que hay ahora, aunque estaba comenzando. Pero claro, éramos unos 30 invitados en la cena y habíamos encargado cordero para cenar. ¡Cordero!, imagínate el plan. Se había prohibido el contacto con cualquier animal, como para encima nosotros comérnoslo», dice entre risas. «Nos dijeron que nos pusiéramos mascarillas y que nos laváramos mucho las manos y nada más en un principio», relata. Más tarde llegó la alerta, se endurecieron las medidas de seguridad y se activaron todos los protocolos. «Nos pidieron que no abandonáramos nuestra vivienda y que evitáramos aglomeraciones. En ese momento fue cuando comenzó la crispación en el ambiente. El tercer día, el miércoles, ya se había prohibido el tráfico rodado y las calles estaban vacías. El aeropuerto también fue clausurado, yo tenía un viaje y se canceló», describe.

Un escenario más o menos apocalíptico, no había un alma en la ciudad, todo el mundo se refugiaba en sus domicilios y Manuel hizo lo propio. Él y su compañero de piso, José Antonio Maldonado, acataron las indicaciones de las autoridades chinas y, desde entonces, permanecieron encerrados en el piso de 80 metros cuadrados que le facilitó el club cuando se instalaron en la ciudad. «Te podría engañar y decirte que estábamos en un apartamento de 30 m2 y que dormimos en literas, pero no, la verdad es que estábamos en un sitio muy cómodo, cada uno con su habitación, un salón amplio. Lo malo es que a nosotros nos tocó el primer piso, y mira que aquí son todo edificios altos, el nuestro tenía 40 plantas. Vamos que para nosotros que somos de Sevilla y que lo más alto que conocíamos era La Giralda, estábamos alucinando», dice con guasa.

El regreso a la zona cero

El tema de la cocina es lo que peor han llevado. «No se nos da nada bien cocinar, así que todos los días pasta. Estoy harto de los macarrones con tomate. José Antonio me dice que menos mal que al menos yo sé hacer pasta, por él ni eso». Es más, lo primero que hicieron cuando se decretó el aislamiento fue acudir a Carrefour: «Fuimos corriendo a abastecernos y es de lo que seguimos tirando, también había una pequeña tienda a 200 metros de la urbanización en la que vivíamos unas 30 personas y si teníamos que comprar algo de urgencia pues íbamos allí, pero era mejor no salir», reconoce. Este sevillano forofo del Betis confiesa que él lo que quería era adaptarse a la comida china, comer con palillos, pero no han tenido más remedio que aguantarse con lo que hay y como mucho «hacer rollitos del supermercado». Lamenta que durante estos diez días han estado «viendo la vida pasar», por las mañanas muy «aburridos, porque claro como hay siete horas de diferencia con España, toda nuestra gente estaba durmiendo». Por la tarde parece que la cosa se animaba. «Nos llamaban nuestros hijos, los periodistas... Estábamos animados, yo a mis hijas, que tienen 17, 8 y 5 años, les contaba chistes para desviar el tema y no estar todo el rato hablando de lo mismo», comenta Manuel. «Hay un compañero que tenía aquí a la mujer y a los hijos, uno de dos años y otro de meses, y era el que quería irse lo más pronto para España. Nosotros estábamos tranquilos, el pánico con el que se vive desde allí no lo sentíamos igual en Wuhan», relata ahora tranquilo desde el Gómez Ulla. Tanto él como sus otros compañeros atrapados pensaban que su confinamiento sería una cosa de días, «algo pasajero», pero «se alargó demasiado y no tenía ningún sentido que siguiéramos allí».

La empresa deportiva que les contrató les dijo desde el primer momento que se suspendían los entrenamientos, los niños estaban de vacaciones indefinidas y ellos ya no sabían que hacer: «La lógica indica que aquí no pintábamos nada más que exponernos a contagiarnos». Manuel nos explica que cada uno «mataba el tiempo de una forma. José Antonio y yo hablábamos mucho de la situación, veíamos películas, entrenábamos en casa, leíamos y volvíamos a empezar, una y otra vez», relata. Pese a la difícil situación por la que han pasado, este sevillano asegura que cuando pase todo este jaleo, lo que quiere es regresar a Wuhan, porque «estamos desarrollando un proyecto muy interesante y muy ambicioso. Estoy muy a gusto con mis compañeros y con los jugadores. No me da miedo», relata. De momento, cuando pasen la cuarentena viajarán a Sevilla para pasar unos días en casa. Después, si la OMS lo permite, regresarán a la zona cero.

José Antonio y Manuel se han convertido en inseparables
José Antonio y Manuel se han convertido en inseparableslarazon

Un “matrimonio” inesperado

De los 19 españoles que estaban atrapados en Wuhan, según nos explica Manuel, 12 eran trabajadores del Shangwen, el equipo de fútbol local fundado en 2013, «dos periodistas y otras cuatro personas que estaban por aquí de paso cuando saltó la alerta». Vela se incorporó en noviembre después de encontrar este trabajo a través de una bolsa de empleo y, en total, el club suma 22 trabajadores españoles que trabajan con un total de 700 niños de entre 6 y 16 años. «Cada uno de nosotros tenemos un traductor y también un entrenador chino. A los que son mejores luego se les envía a jugar a España», dice el sevillano. Él y su compañero de piso, José Antonio (ambos en la imagen), se han convertido en un «matrimonio» inseparable, no les ha quedado otra. Ambos, dicen estar «alucinados con lo disciplinados y obedientes que son los chinos. «Si en la feria de Sevilla nos dicen que hay amenaza de bomba y que evacuemos el recinto todos nos pondríamos a mirar dónde está la bomba. Aquí dicen que se encierren en casa y nadie pestañea», comenta jocoso.