Coronavirus

Lo personal, lo político y mi padre

"Allí estaba su perfil de Netflix, Alexa recordándole la cita médica del lunes a la que ya nunca llegaría y el último capítulo de “Hunters” que vio el que fuera Coronel Médico del Ejército Español, con dos misiones en Afganistán y Balcanes”... La emotiva carta de una hija tras la muerte de su padre por coronavirus

Reproductor de discos de vinilo
Reproductor de discos de viniloBenoît Jeanneton©GTRESONLINE

Quiero hablar de la vida y la muerte, bordada en la boca. Voy a hablar de historias de unos que conforman la vida de otros. Voy a hablar de cuando otros se van. Y de la vida de los que aun, maldita sea, seguimos vivos.

Estamos ante el paredón de la elección, en términos políticos. Vida o cultura, dicen. En pleno duelo por la muerte de mi padre, me permito dolerme también por esta guerra interna, esta cortina de humo.

Parece que que elegir, es una cuestión personal, como dijera Carol Hanisch en 1969 y todo el feminismo desde la segunda ola, “lo personal es político”. Aunque no he venido aquí a hablarles de feminismo, sino de mi padre, aunque quizá termine hablando de mujeres y su lucha, que es básicamente, la vida. Y la muerte. Que ocurren simultáneamente y sin excluirse y no hemos podido elegir.

Pero hay que elegir, dicen. Las vidas o la cultura. Esta propaganda tan mezquina, tan cruel, tan falaz que se mete en cada poro y en las conversaciones familiares y se repite como un mantra. Esta antigua retórica de los que piensan “si no estás conmigo, no estás con los muertos”, simplifica al nivel de partículas subatómicas lo que cunden a un ser humano feliz las 24 horas del día. Cuando se trata de uno de duelo, las horas se eternizan. Y no quiero elegir. Dónde va el dinero, que es lo prioritario, quiénes son los buenos y quiénes los malos. Qué trabajos importan, que al final, es decidir sobre qué vidas importan.

Mi padre murió el 13 de marzo. Llegué de Lima, Perú, el día anterior y tuve la suerte de poder acompañarle, junto a mi madre, en una habitación de una clínica madrileña pocas horas antes de que decretaran el estado de Alarma. Después de hablar con su internista y su enfermera Juani – gracias, amiga Juani- sobre pasar a los paliativos y empezar con la morfina, pasadas un par de horas, mi madre me pregunto.

“Hija, que vas a hacer, ¿te quedas en Madrid?” La cosa ahora está fatal, mamá pero sí claro. “Podrías llamar a los contactos que hiciste este verano, ¿Sabes algo de ellos?”. Mientras yo le recordaba a mi madre que puedo aguantar con los ahorros y que el mundo de la televisión funciona a golpe de contrato temporal, obra, servicio, artistas y toreros, mi padre moría a un metro de nuestra conversación. Y es que al final, lo personal es político.

En las siete horas que tardó en morir, mi madre pensaba en que mis hermanos no llegarían a despedirse, dos expatriados españoles en un Reino Unido post-Brexit, y preocupada además de si podrían después incorporarse a sus puestos de trabajo si viajaban a Madrid. No llegaron. Y no dijeron adiós. En las siete horas en las que mi padre moría, mi madre se quedó más tranquila y a la vez me preguntaba si aun me quedaba algo de paro, y si podía encargarme de las gestiones administrativas de su situación y la mía. Y es que al final, lo personal es político.

Mientras mi padre moría, al párroco que le dio la extremaunción le comunicaron que mi padre sería el último enfermo al que atendería de manera presencial. Nosotras hablamos de lo extraño que debía ser recibir el sacramento por teléfono y de la suerte que había tenido mi padre por haber podido recibirlo en el quicio de la puerta. Él lo habría querido así.

Y pensaba en Juani la enfermera, que llevaba dos días entrado y saliendo de la habitación para revisar el estado de mi padre y pensaba en ese hombre de 80 años que tendría ahora que teletrabajar en este trance de los que están por marchar. Juani estaba allí, pero el párroco tenía orden de irse. Y es que al final, lo personal es político.

Cuando mi padre murió, y tras dos horas de preocupaciones sobre la posibilidad del sepelio, la incineración y confirmar que no sería posible su entierro, volvimos a casa. Así, sin más. Aun en shock, encendimos el tocadiscos de mi padre. El que fuera Coronel Médico del Ejército Español, con dos misiones en Afganistán y Balcanes, lo que más disfrutaba era la música en vinilo. Por eso pusimos el Entre Amigos de Aute, que fallecería en una vuelta de tuerca, unas semanas después. Siento que te estoy perdiendo sonaba, luego ´De alguna manera, tendré que olvidarte´. Tiemblo ahora al recordar como pasamos al tanatorio vacío y en las 12 horas que pasamos solas allí por decreto. Allí también le cantamos, un mano a mano, madre e hija poco después de recordar cómo me repetía, desde una visión de derechas a mis ideas de izquierdas: “Este país que algunos llamamos España, se va al carajo y yo no lo veré, lo veréis vosotros”. Tenía razón, no llegó a verlo. Y es que al final, lo personal es político.

Al volver a casa ese sábado y comenzar este largo y doloroso confinamiento, encendimos la televisión. Allí estaba su perfil de Netflix, Alexa recordándole la cita médica del lunes a la que ya nunca llegaría y el último capítulo de Hunters que vio. Mi padre era música pero también amaba las series de la II Guerra Mundial y su libro digital, y durante toda su enfermedad, acompañó estas pasiones de un gran despliegue tecnológico que mi madre, ahora, está aprendiendo a usar. Unas horas después, en la videollamada familiar, una prima de mi padre nos recomienda la serie de Netflix de una chica ortodoxa que está fenomenal, dice. A mi madre, esta recomendación le llega tarde. Ya la ha visto, y le encantó.

Hacemos un café y entre lágrimas y anécdotas, llega el silencio y con él, la búsqueda en el infinito catálogo de Netflix. Se decide por fin por La casa de Papel y cinco días después, ya ha visto el último capítulo y el making off. “Así es más fácil” me dice. No le gusta la palabra viuda. Aprovecha para lanzarme un capote como hija y decirme que le encanta ver cómo trabajamos tras la cámara. Yo en lo que nos va a costar encontrar a mí y a los míos trabajo después de esto. Y es que al final, lo personal es político.

Me centro entonces en terminar ese libro de collages y poesía que nunca acabo y me permito llorar porque sé lo mucho que le habría gustado verlo publicado. Ahora que no está, me pongo a ello. “La belleza y la escritura lo heredaste de mí, la mala leche es de tu madre”, decías. Ahora que no está es cuando escribo sobre él, sobre la pérdida y que se ha ido:

Quién llevará la cuenta de esta primera nieve de marzo

Sorda y callada de cabezas mojadas ausentes

en este continente viejo sin viejos

hemerotecas de ya haberlo vivido

gritando en la ausencia de ruido.

Cómo vas a irte

Si en mi diafragma viaja tu voz y

te oigo en el eco de las calles

vacías de ruido.

Cómo vas a irte.

Mi tormento perfecto está

en el miedo

a que tuvieras miedo.

No nos poníamos de acuerdo en casi nada del gobierno pero siempre le gustó leerme y a mi todo lo que me descubrió. La música que me enseñó a amar. Y todo lo que hablamos sobre el Desembarco de Normandía.

Parece que tenemos que elegir. Cultura o vidas. Yo imagino cómo habríamos cantado el Aleluya de Luis Eduardo y de qué callada manera lo habría enlazado con Serrat y el ´vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta´. La fiesta acabó y es que al final, lo personal es político.

Quizá la cultura sea para los vivos. Para que podamos doler a nuestros muertos. Para no enloquecer entre recuerdos y poder parar la cabeza, en estado meditativo, y sonreir, una madre y su hija, con lo bien que lo hace Alba Flores como Nairobi. Le pregunto a mi madre si conoce la versión de Lola del “Hey” de Arnau y la busco en Youtube:

“Hey,

no creas que te guardo algún rencor,

que siempre es más feliz quien más amó,

y esa siempre fui yo...”

La cantamos y lloramos un poquito más. Qué buena era Lola.