Coronavirus
¿Y si lo que sabemos del virus no fuera suficiente?
Los bandazos de la ciencia en cuestiones clave hacen muy difícil controlar la Covid-19. Niños, personas inmunizadas o su transmisión por el aire siguen siendo grandes interrogantes
El desconcierto parece que se apoderado de la batalla científica contra la Covid-19. Y no solamente porque el número de contagios crece de manera ya descontrolada en España (sobre todo) y en otros países. Da la sensación de que los investigadores que llevan más de medio año persiguiendo al virus también se han sumido en un mar de incertidumbres. El último botón de la muestra son los niños. Tras meses predicando que los menores no son necesariamente portadores de grandes cantidades de virus y, por lo tanto, no son tan contagiadores como los adultos, los últimos estudios publicados parecen venir a contradecir esa creencia justo en el momento en el que nos planteamos qué hacer con los más pequeños en su vuelta a las aulas: los niños podrían presentar una carga viral realmente elevada. No está claro si eso les convierte en vectores especiales de contagio.
El aparente cambio de opinión de la comunidad científica no es el único. El modo de transmisión (¿solo en gotas exhaladas o también por vía de aerosoles?), la inmunidad (¿estamos lejos o cerca de la inmunidad de grupo?), el tratamiento (¿sirve o no sirve de algo el Remdesivir?) son áreas en las que se han cernido las dudas de los científicos en las últimas semanas y en las que se han producido algunos avances que, en algunos casos, contradicen lo que se tenía previamente asumido. ¿Y si lo que sabíamos del virus hubiera estrado equivocado? ¿Y si el virus ha cambiado? ¿Y si nos estamos enfrentando a segundas y terceras olas sin tener la certeza de que nuestro conocimiento acumulado es útil?
Si fuera así, a la falta de liderazgo político, a la falta de transparencia de las autoridades y a los graves errores y/o negligencias que se han producido, habría que unir cierto desconcierto objetivo en los expertos. En algunos aspectos, la ciencia lo tiene muy claro. En algunos otros, seguimos sin tener una respuesta clara a nuestras dudas.
Los niños y el contagio
Una de las ideas más asumidas en relación a la infancia durante la pandemia es que los menores sufren considerablemente menos los estragos de la enfermedad. Se ha creído que se contagian menos o que, al menos, una vez contagiados la probabilidad de desarrollar la enfermedad moderada o grave son menores. Los datos parecen avalar esta tesis. Estudios de la Universidad de Nueva Gales del Sur, por ejemplo, parecen certificar que en países como Australia, donde la población menor de 19 años supone el 23 por 100 del total, estos mismos menores solo aportan el 4 por 100 de los casos de Covid. Es evidente que los niños y adolescentes son menos propensos a desarrollar síntomas que obliguen a pedir atención médica. Pero eso ¿quiere decir que se contagian menos o simplemente que, una vez contagiados, tienen menos probabilidad de desarrollar la enfermedad? Al comienzo de la pandemia, la ciencia solo contaba con datos estadísticos con volumen suficiente procedentes de China. De aquellas primeras oleadas de datos se demostró que el 7,4 por 100 de los niños que tenían contacto con un enfermo se contagiaban. El porcentaje es similar a otras franjas de edad. Es decir, los menores parece que se contagian igual que cualquier otro individuo. Los niños encerrados en casa multiplicaban por 8 la probabilidad de ser infectados. También en esos meses se publicaron varios trabajos en China que demostraban que los pequeños presentan en las heces y las secreciones respiratorias restos de virus durante más tiempo que los adultos. Eso parecería indicar que los niños contagian durante periodos más largos. Pero a mediados de mayo la revista British Medical Journal publicó el que ha venido a convertirse en estudio referencia al respecto. El artículo denunciaba que en las primeras investigaciones llevadas a cabo entre la población china y en las que se sugerían tasas de transmisión similares en todas las franjas de edad, la población infantil estuvo poco representada. Cuando se cruzan los datos con estudios realizados en Italia, Japón, Corea del Sur e Islandia, parece aparecer la evidencia de que los menores son menos propensos a ser contagiados. El artículo tenía un título contundente: «Los niños no son supercontagiadores de Covid 19. Es tiempo de volver al colegio» y la sociedad occidental comenzó a planificar la vuelta a las aulas de sus criaturas con la confianza de que la ciencia respaldaba la decisión.
Esta misma semana, las cosas han cambiado de nuevo. El mayor estudio con niños realizado hasta la fecha realizado en el Hospital General de Massachussets ha detectado que los niños asintomáticos pueden tener en sus vías áreas mayores cantidades de virus que los enfermos hospitalizados en una UCI lo que convertiría a los menores en contagiadores silenciosos. Además, se ha confirmado que los niños, aunque son menos propensos a la enfermedad, no son inmunes a ella, ni a desarrollar secuelas graves cardíacas, neurológicas o inmunitarias.
Para colmo, es estudio demuestra que la toma de temperatura es una herramienta inútil para el control de enfermedad en niños. El 50 por 100 de los menores que dieron positivo mediante PCR desarrollaron fiebre pero el 50 por 100 de los que dieron negativo en el test también presentaron fiebre. Los síntomas típicos de una alergia o un catarro son confundido por niños y padres como síntomas de Covid. La declaración previa de los padres o las pruebas de temperatura no serían útiles para garantizar la seguridad de la vuelta a las aulas.
El fantasma de la inmunidad
La ciencia tampoco sabe dar una respuesta definitiva aún a la pregunta de cuánta gente inmune al virus existen el mundo. De hecho un nuevo estudio podría demostrar que el número de inmunizados es mucho mayor de lo que creemos. Se trata de una investigación del Instituto Karolinska y del Hospital Universitario Karolinska de Suecia, que demuestra que muchas personas con COVID-19 leve o asintomático presentan la inmunidad mediada por células T al nuevo coronavirus, incluso si no han dado positivo en la prueba de anticuerpos. Es lo que se llama inmunidad celular. Según los investigadores, esto significa que la inmunidad pública es probablemente más alta de lo que sugieren las pruebas de anticuerpos
Los autores del trabajo han afirmado que «los análisis nos han permitido rastrear en detalle la respuesta de las células T durante y después de una infección por COVID-19. Nuestros resultados indican que aproximadamente el doble de personas han desarrollado inmunidad de células T en comparación con aquellas en las que podemos detectar anticuerpos». De demostrarse este dato, la inmunidad en España (que según los estudios serológicos realizados por el Ministerio de Sanidad rondaría el 5 por 100 de la población) sería disfrutada en realidad por cerca del 10 por 100.
El trabajo se ha desarrollado en Suecia, país en el que desde el primer momento se decidió no tomar medidas drásticas de confinamiento. Por ello no está claro que sus datos sean válidos para una nación como la nuestra. Pero arroja más que dudas sobre cómo se comporta la inmunidad contra esta enfermedad y esas dudas pueden ser de gran importancia a la hora de planificar nuevos brotes o campañas de vacunación.
La inmunidad sigue siendo un asunto espinoso. De hecho estudios recientes parecen indicar una curiosa paradoja: los periodos de confinamiento reducen la transmisión del virus, pero también reducen el número de personas inmunizadas. Eso hace que, al producirse el desconfinamiento, la población susceptible de infectarse sea mayor y el riesgo de una segunda ola aumente.
¿Se transmite por el aire?
El último gran debate sobre el coronavirus tiene que ver con la transmisión. En julio, 239 científicos de todo el mundo firmaron una carta «llamando a la comunidad médica y a las autoridades internacionales a reconocer que es potencialmente posible que el virus SARS-CoV2 se transmita por vía aérea». Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que la transmisión aérea nos es descargable en esta enfermedad, durante meses se ha creído que la única vía de contagio es el contacto con gotitas exhaladas que pueden recorrer un máximo de dos metros de distancia. Este conocimiento es la base de todas las medidas epidemiológicas adoptadas: uso de mascarillas, distancia social, higiene… La OMS dice que esas gotitas tienen entre 5 y 10 nanómetros de diámetro. Las gotas menores son llamadas «aerosoles» y se producen cuando una fuerza de presión (respiración forzada, tensión en las cuerdas vocales, manipulación de las vías respiratorias), genera partículas más pequeñas. Pero la frontera entre «gotitas» y «aerosoles» es una convención arbitraria. Y de hecho no está nada claro que las gotas de menor tamaño no sean capaces de contagiar.
En las últimas semanas han proliferado las publicaciones científicas que denuncian «poderosas sospechas» de que el virus puede transmitirse también por aerosoles que permanecen mucho más tiempo de lo que se creía en el aire. El British Medical Journal ha recogido esta semana estudios que sugieren que la transmisión aérea fue responsable probable de la transmisión del virus de manera masiva en un centro de trabajo de Corea, un restaurante de China y una escuela de canto en Skagit County (Estados Unidos).
Los epidemiólogos ahora piden urgentemente aumentar las investigaciones sobre la transmisión por aerosoles. Es probable que el mero uso de mascarilla y los dos metros de distanciamiento no sean suficientes para detener el virus. La transmisión aéra requiere mayores distancias, limitación de los contactos en locales cerrados, reducción del uso de sistemas de aire acondicionado y uso de filtros neutralizantes de aerosoles. Ninguna de esas medidas está aún sobre la mesa
El contagio de los niños, el número real de inmunizados, la transmisión por el aire… son solo tres de las grandes incertidumbres aún sin resolver. Controlar una pandemia que ahora vuelve a parecer descontrolada no se antoja tarea sencilla con tantos flecos sueltos.
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