Discriminación salarial

Sanitarios en primera línea contra la covid sin el sueldazo de Simón

Mientras este alto cargo de Sanidad se lleva 7.000 euros brutos mensuales, los profesionales que luchan contra el virus en hospitales y centros sanitarios no llegan a fin de mes

Sebastián García , neurólogo, y Beatriz Zaragoza, enfermera. Trabajadores del hospital Ramón y Cajal de Madrid
Sebastián García , neurólogo, y Beatriz Zaragoza, enfermera. Trabajadores del hospital Ramón y Cajal de Madrid©Gonzalo Pérez MataLa Razón

Hace un par de días este periódico sacaba a la luz lo que percibe el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón, por el desempeño de su puesto: unos 7.000 € brutos al mes, contando con los pluses de productividad. Un salario nada desdeñable que resulta casi ofensivo si lo comparamos con el de la mayoría de los profesionales sanitarios que, desde marzo de 2020, han vivido inmersos en una guerra sin balas que, como mínimo, se está llevando por delante su salud física y mental, y que le ha costado la vida a cerca de un centenar de sus compañeros. Profesionales que necesitan algo más que aplausos y carteles de publicidad en los que les llamemos «héroes», algo tan mundano como poder llegar a final de mes, independizarse, formar una familia o, simplemente, pagar sus facturas. A cambio, ellos lo están dando todo.

María, enfermera, 36 años, 1.600 €/brutos.

La llamaremos María porque prefiere mantenerse en el anonimato. Esta enfermera de 36 años trabaja en un hospital público de gestión privada de la Comunidad de Madrid desde hace cuatro años, aunque lleva 11 ejerciendo su profesión. Su salario no supera los 1.600 euros, incluidas las guardias. «En un hospital público cobraría algo más, cerca de 1.800, pero estoy a gusto aquí y eso es muy importante». Ha estado en primera línea desde el inicio de la pandemia, y ha vivido situaciones que, como ella misma explica, nunca podrá sacarse de la cabeza. «Estoy segura de que el recuerdo de algunas personas a las que he visto morir me acompañará siempre. Especialmente tengo grabados dos casos de los primeros meses. Uno de ellos fue un hombre de 65 años, sin patologías previas y que, antes de contagiarse, tenía una salud de hierro. Se puso malísimo en cuestión de horas. Cuando vino la médico de guardia me dijo que no había hueco para él en la UCI, que la edad había bajado a 62 años. Murió esa misma noche. Es durísimo ver esas injusticias… bueno… no sé cómo llamarlas, ¿decisiones de ‘tiempos de guerra’? El otro caso fue el de una mujer con Síndrome de Down. Los pacientes con esta condición no entendían lo que estaba pasando de manera que, aunque tú les tratabas de explicar que no podían quitarse la mascarilla de oxigenoterapia, cuando te ibas se la quitaban. Así que morían, así de fuerte y así de duro. Esta señora en concreto me miraba con el EPI y yo veía su cara de susto, de miedo. Debía pensar, ¿quién es esta persona disfrazada de astronauta y qué me está diciendo? Era una impotencia muy difícil de describir». Durante dos meses recuerda que el camino de ida y vuelta a casa en su coche lo pasaba llorando. «En el hospital no, porque estás con la adrenalina y eso no te deja caer, pero cuando salía se me venía el mundo encima». Tiene dos niñas pequeñas que la necesitaban («no sé si hubiera podido soportar todo esto sin ellas»), querían abrazarla y dormir con su mamá, por lo que pasaba «24 horas al día con la mascarilla puesta, dormía con ella, y con el miedo a contagiarlas, que no se quita duchándote o cambiándote de ropa en el portal», afirma.

Sin embargo, nadie pensaba en cogerse una baja o renunciar. «Ninguno de mis compañeros/as se preocupaba en esos momentos por si cobraba o no lo suficiente, ni se paraba a pensar en su estado de ánimo en estos primeros meses. Pero, cuando respiramos un poco, en junio más o menos, sí empezamos a hablar de que nos parecía justo que se nos compensara económicamente por estos meses horribles. Al final, asumes más responsabilidad de la que te corresponde todos los días, a todas horas tenías las vidas de gente en tus manos”.

Sebastián García, 30 años, neurólogo del Hospital Ramón y Cajal (Madrid) y Beatriz Zaragoza, 29 años, enfermera de Urgencias del mismo hospital. 2.400 € y 1.600 € brutos, respectivamente.

Sebastián y Beatriz son pareja. Se conocieron hace tres años trabajando en el hospital. Pensaban casarse en junio de 2020, pero lo han retrasado sine die debido a la pandemia. El sueldo de Sebastián es el de un médico adjunto «tipo» en España. Un profesional que, aproximadamente con 30 años y con 11 de formación (carrera + MIR + especialidad + residencia) a sus espaldas, empieza a percibir un salario que puede considerarse adecuado a su valía. «Realmente fue la pandemia la que motivó que tuviera mi primer contrato como adjunto. Trabajo en el servicio de Neurología, con pacientes Covid-19 y pacientes ictus mayoritariamente y paso una media de 16 horas al día en el trabajo. No es solo tu turno, sino que tienes que dedicar tiempo a formarte y a la investigación porque la pandemia lo exige. No es algo opcional. A eso, súmale las guardias (retribuidas con entre 20 y 25 euros a la hora, lo mismo que cobra, por ejemplo, un profesor de inglés particular), y el resultado es que acabas siendo un robot, no una persona». Sebastián dedica gran parte de su tiempo a ver pacientes con Covid-19 persistente, es decir, personas que se han pasado la infección de un modo severo, la mayoría requiriendo ingreso en UCI y que, una vez recuperadas, siguen presentando sintomatología (un 70% según las últimas investigaciones). Los servicios de Neurología, junto a Medicina Interna, son los que hacen mayoritariamente el seguimiento de esta condición. «El abordaje de estos casos requiere mucha formación continua. Es una parte de la pandemia que sigue teniendo muchos puntos ciegos, por lo que tienes que dedicar muchas horas para estar actualizado sobre cuál es el mejor modo de ayudarles», apunta.

Reconoce que la noticia sobre el salario de Fernando Simón le «escoció» bastante. «No solamente es por la cantidad, son más cosas. Por ejemplo, el comité de expertos que han mantenido en secreto tanto tiempo y que después se sabe que no son más que técnicos de confianza del director... Los sanitarios estamos en el límite de nuestra paciencia, y de nuestra resistencia física y mental, cuando escuchamos estas cosas, yo al menos, me siento estafado». «España ha presumido mucho siempre de tener una Sanidad Pública envidiable, pero con esta crisis se nos han visto las costuras», añade.

Su pareja, Beatriz, asiente con la cabeza a las palabras de Sebastián. Ella es enfermera de Urgencias y su sueldo base es de 1.100 €. «Al final, entre las guardias y los turnos nocturnos, pues cobro unos 1.600, pero te aseguro que, cada euro me sale del cuerpo», explica. «A veces te paras a pensar en todo lo que llevas en la espalda de estos meses y realmente no sabes cómo has podido aguantarlo. Yo, al final, tengo 29 años, soy joven. Eso es lo que creo que me ha ayudado a no caer. Eso y la adrenalina», explica.

Ahora tiene plaza como interina pero, hasta abril de 2020, Beatriz había estado concatenando contratos de sustitución. «Yo no he pensado mucho en el dinero, pero sí en la presión que tenemos, y en si compensa soportarlo. Este verano, cuando oías en algunos sitios que se planteaba si era adecuado/responsable que el personal sanitario cogiera vacaciones en la situación epidemiológica en la que estábamos, pensaba: esto no puede ser verdad, ¿cómo no vamos a poder desconectar unos días con todo lo que hemos vivido?».

A Cristina Álvarez, enfermera de 28 años del área de hospitalización del Hospital Infanta Leonor, las vacaciones de verano le dieron la vida. «No hice nada, ni fui a ningún sitio, pero me sirvieron para asimilar lo vivido y coger energía para lo que venía». Ella sustituye a una persona con un permiso especial, por lo que su salario, incluyendo los extras por noches y festivos, ronda los 1.800 euros. «Con el Covid-19 pasé de tener un tercio de jornada a jornada completa. Trabajo en el área de hospitalización, de Medicina Interna, donde están los pacientes que no son candidatos de ingreso en las UCI. En los momentos más duros, desde la dirección del hospital nos trataban de mentalizar que esto era como una guerra, que no podíamos dedicar excesivo tiempo a cada paciente porque había mucho más trabajo, pero hacerlo era realmente duro. He visto morir sola a tanta gente que no creo que nunca pueda olvidarlo. Me conformo con poder seguir trabajando y mantener un estado de ánimo estable, aunque esto es como una montaña rusa. Nunca sabes si tú vas a ser la siguiente que tenga que tomar ansiolíticos para conseguir dormir por las noches».