Religión
Hans Küng, adiós al teólogo que irritó a Roma
“No he sido un profeta, soy un profesor”, dejaba caer
Pasó de ser consejero oficial del Concilio Vaticano II con Juan XXIII a ser el primer teólogo condenado por Juan Pablo II. Nunca se le rehabilitó desde la Santa Sede, pero un encuentro informal con Benedicto XVI en 2005 en la residencia veraniega de Castelgandolfo fue lo más parecido a un abrazo de Roma. Con Francisco, también se ha carteado, un Papa que lejos de considerarle proscrito, se ha dirigido a él en alemán como un “lieber mitbruder”.
Ayer ese “querido hermano” de Bergoglio murió en su residencia de Tubinga a los 93 años. Y lo hizo “en paz”, señala el comunicado oficial, esa misma que mostraba en cada una de sus intervenciones. Se sintió libre, lo mismo a la hora de cuestionar la infalibilidad del Papa Y se sintió Iglesia. Nunca pensó en abandonarla ni en dejar el sacerdocio. Porque sus críticas las vivía como servicio. Tampoco se enaltecía con los halagos. “No he sido un profeta, soy un profesor”, dejaba caer ante las adulaciones que le encumbraban como el teólogo opositor de los papas.
De acuerdo o no con sus postulados, se reconoce en él a un pensador que supo ahondar como pocos en el debate eclesiológico y cristológico, con ese ‘¿Existe Dios?’ (1978), como su volumen imprescindible. Unas mil páginas donde tumba lo mismo al fideísmo que al nihilismo desde el peso de la razón en diálogo con la fe. Obra cumbre, amén de su aporte constante en materia ecuménica que ya respiraba su tesis doctoral. Además, en su última etapa, trascendió las fronteras del hecho religioso para adentrarse en la ética tan concreta como universal, compartida por todas las religiones, como agente imprescindible para interpretar, entender y lograr la paz en un mundo globalizado. Un mínimo común denominador que buscó un teólogo incómodo de máximos.
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