Energía atómica
Rafael Alcocer se ajusta la gorra con aire pensativo. La vida en Almonacid de Zorita (Guadalajara) ha cambiado mucho en los últimos años. Sobre todo desde que se decidió el cierre de la Central Nuclear José Cabrera, allá por 2006. Su vida tampoco es la misma. Hace cuatro años se jubiló después de más de tres décadas como mecánico en la planta atómica. Fueron unos años en los que recibió «muchísima radiación», pero, según dice, de momento no le ha generado problema alguno.
Tanto Rafael como el resto de paisanos que se unen a la tertulia a las puertas de la sucursal bancaria añoran los buenos tiempos de la primera central abierta en España. Cuando desde la plaza que está a pocos metros salían cada día varios autobuses con vecinos que se ganaban allí el jornal. Cerca del 60% del personal era gente de la zona, incluida Guadalajara, y al menos el 30% vivía en las localidades aledañas. En los 38 años que estuvo funcionando, Almonacid de Zorita triplicó su número de habitantes. Hoy apenas llega al medio millar, un centenar de ellos en la residencia de ancianos. Pero ya no hay nada que hacer. Inaugurada por Franco en 1968, la José Cabrera está a pocos meses de ser declarada, oficialmente, muerta y enterrada.
Antes de que se firme el certificado de defunción debe culminarse el proceso de desmantelamiento que arrancó en 2010. Y es que una central como esta tiene una larguísima agonía para desaparecer sin dejar rastro radioactivo. Mientras camina por lo que queda del esqueleto de la planta, el ingeniero Manuel Ondaro explica que la etapa más peligrosa del procedimiento quedó atrás. Entre 2012 y 2015 se produjo el desmontaje de los grandes componentes internos del reactor que albergaba la icónica cúpula naranja que vemos en los libros de Historia.
Primero se procedió a la caracterización de la central para conocer todas las áreas y a la evacuación del combustible gastado en una piscina. La tercera fase supuso la descontaminación de paredes y suelos y la posterior verificación de que estaban limpios de radiación. Si encontraban trazas por encima de los baremos permitidos se picaba el hormigón hasta alcanzar los límites adecuados. La última etapa, la que se encuentra activa a día de hoy, comprende la demolición convencional.
Ondaro está al frente del proyecto responsabilidad de Enresa, la empresa pública que se encarga de la gestión de residuos nucleares y el desmantelamiento de este tipo de «fábricas de electricidad», como las llaman en el pueblo. Y aquí llevan extraídas 141.000 toneladas de materiales, de los cuales apenas el 15% se puede considerar radioactivo. Como explica Ondaro, el proceso se lleva a cabo de dentro hacia afuera. Primero los órganos internos, los más delicados, hasta llegar a la estructura: «Este mes hemos terminado la demolición del edificio de contención, el más emblemático, donde estaban los componentes».
Los restos considerados de baja y media actividad radioactiva son trasladados al almacén de El Cabril (Córdoba), también bajo control de Enresa. Pero los residuos más peligrosos duermen el sueño de los justos a pocos metros de aquí, en el Almacén Temporal Individualizado (ATI). Son 16 toneles sellados y dispuestos en dos hileras en un pequeño recinto (inferior a una cancha de tenis) vigilado a la espera de que se determine cuál será su destino final.
En el pueblo no parece inquietarles la presencia de esta suerte de limbo nuclear. Es más, muchos consideran que si Almonacid de Zorita albergara el Almacén Temporal Centralizado (ATC) que planteó el Gobierno de Rodríguez Zapatero como cementerio definitivo para todos los residuos, la zona se beneficiaría de ello. El 30 de diciembre de 2011 se aprobó en Consejo de Ministros una resolución que situaba el almacén centralizado en el municipio de Villar de Cañas (Cuenca), pero el proyecto nunca llegó a término.
Los últimos diez años de la vida de Miguel Ondaro han corrido paralelos al cierre de Zorita. Aún le quedan unos 18 meses para echar la llave y devolver la titularidad del terreno ya impoluto a su dueño, Naturgy (antes, Gas Natural Fenosa; antes, Unión Fenosa). En ese tiempo se completará la vigilancia radiológica final del suelo y se presentará un informe de clausura al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), órgano supervisor del desmantelamiento. Será la primera vez en nuestra historia que se declara cerrada una central de este tipo.
En la actualidad, aún quedan en España cinco emplazamientos nucleares que albergan siete reactores en funcionamiento. El plan del Gobierno es que entre 2030 y 2035 todas estas instalaciones hayan bajado la persiana. Es muy probable que Ondaro también se ponga al frente de la clausura de la siguiente de la lista, la de Garoña (Burgos): «Se aplicarán las mismas técnicas y fases, aunque la otra es más grande y el reactor es diferente». Él también estuvo en Valdellós I (Tarragona), que tuvo que cesar su actividad tras el incendio en la zona de turbinas en octubre de 1989. Un incidente que no contaminó el entorno pero que forzó su final tras 17 años de vida.
En una semana en la que se cumple el 35 aniversario del accidente de Chernóbil, el más grave de la historia de la energía nuclear, resulta difícil no hacer comparaciones. Aunque la de Chernóbil tuviera «una tecnología totalmente diferente», tal y como apunta Emilio Mínguez, vicepresidente de la Sociedad Nuclear Española (SNE). «Una cosa así es totalmente impensable en España. El reactor que falló en Chernóbil el 26 de abril de 1986, el número 4, era intrínsecamente inseguro. En España, cuando hay un aumento de la potencia, el reactor reacciona hacia la parada, está en el propio diseño», explica en conversación telefónica con LA RAZÓN.
El motivo del desmantelamiento de Zorita también es otro bien distinto: «Aquella central se cerró por el accidente, nada que ver con la José Cabrera, cuyo final se debe a una decisión exclusivamente política. En 2006 funcionaba a un 90% los 365 días del año. Aún hoy podría estar en marcha». El número dos de la SNE defiende la seguridad de una energía que «solo ha causado dos accidentes graves de las 450 centrales que se encuentran operativas. Uno fue por razones internas, el de Chernóbil, y otro por causas externas, el ocurrido en Fukushima después de un terremoto el once de marzo de 2011». No cree que la alternativa que suponen las renovables, como la solar o la eólica, sea igual de productiva. Sobre todo porque «no producen energía todo el tiempo como las nucleares». Durante sus casi cuatro décadas de vida, la de Zorita produjo unos 36.500 gigavatios a la hora.
A medio camino entre la José Cabrera y Almonacid se encuentra el poblado de 70 viviendas en el que residían los trabajadores de Unión Fenosa y sus familias. Hoy recuerda a Empire (Nevada), el pueblo abandonado de la película «Nomadland», donde vivía la protagonista junto a su marido antes de la crisis que forzó el cierre de las minas de yeso. Aquí todo sigue como si el tiempo se hubiera detenido. Las persianas de madera a medio cerrar, los bancos de hierro y los columpios de los niños hablan de un pasado ajetreado que contaba con una piscina, un economato y un centro social. También con una capilla improvisada en una antigua estación de piedra por donde antaño pasaba el tren. La maleza está ganando terreno a las fuentes y los garajes techados de uralita, ahora semicaídos.
En el restaurante y hotel «Los Arcos» recuerdan a los habitantes de aquel poblado. También a los miles de trabajadores que pasaron por la central en 38 años. En sus dos salones llegaban a atender a 250 comensales cada día organizados en tres turnos. Hoy solo hay dos personas sentadas a la mesa. Cuenta Álvaro Jimeno que ahora solo trabajan él y su hermana Ana, los demás han tenido que marchar para probar suerte en otro lado. La vida en Almonacid de Zorita se apaga al ritmo que muere la central nuclear a la que dio su nombre.