Obituario
Profesor Gonzalo Herranz, una lección de servicio
Siempre estaba dispuesto a ayudar a lo que precisaban los demás
El profesor Gonzalo Herranz, catedrático emérito de ética médica de la Universidad de Navarra, falleció el 20 de mayo. Mi primer contacto tuvo lugar con motivo del proyecto de incorporarme a la Universidad, para llevar a cabo la tesis doctoral bajo su dirección. La combinación parecía buena: filosofía + medicina = bioética. Me lo presentaron para hacerle la propuesta de ser mi director de tesis: un señor más bien bajito, de rostro afable, que andaba poniéndose la mano tras el oído derecho para poder escuchar (el sonotone no podía hacer demasiado ya a finales de los años 80), y que accedió sin un instante de vacilación a la posibilidad ofertada.
Ahora reflexiono sobre esa ausencia de vacilación y me parece admirable: era característica suya lanzarse de inmediato a toda labor que se le pusiera por delante, ya fuera una consulta de una cuestión de bioética, ya fuera un pequeño arreglo material (siempre tenía herramientas básicas en su cajón), con independencia de que estuviera sobrecargado de trabajo preparando concienzudamente una reunión de la Comisión de Deontología en Madrid, o de la Academia para la Vida en Roma. Me costó darme cuenta de que, al pedirle algo, había que insistirle en que no lo precisaba ya, porque descabalaba su horario con tal de prestar el servicio de inmediato: una referencia bibliográfica, un libro interesante, aparecían a los pocos minutos de preguntarle.
A ese respecto, él comentaba que, en la vida humana, debe haber un punto de tensión, de presión psicológica por las actividades que tenemos pendientes; visto ahora, ese punto de ansiedad en su actividad habitual se comprueba más bien afán de servir, con una comezón siempre presente de estar a lo que precisen los demás. Son testigos sus cientos de correos pormenorizados que respondían casi de inmediato a consultas de ética médica.
El trabajo con él fue una colección de lecciones sabiamente dosificadas. No se me daba mal redactar en español, pero no me perdonaba el exceso de frases subordinadas, complejas o no inteligibles al primer vistazo: el bolígrafo rojo hacía acto de presencia sin piedad... acompañado de indicaciones prácticas que me han sido muy útiles y que, a mi vez, he procurado transmitir (dejar reposar los documentos y releerlos en frío para descubrir fallos, por ejemplo). Una actitud propia de un maestro, que no se conforma con un resultado válido, sino que tiene en mente como telón de fondo que sus alumnos adquieran hábitos intelectuales, prácticos y éticos.
Otra de sus enseñanzas fue el rigor intelectual: no se admiten afirmaciones gratuitas. Si se dice algo en un texto, debe fundamentarse en una publicación que se ha visto entera (y no sólo el resumen). Un planteamiento que no deja lugar a sesgos de escuela o ideológicos. Ah, y se debe poner la cita sin errores, de modo que el futuro lector (si es tan concienzudo como él) pueda cotejar nuestras afirmaciones con el original citado.
Su etapa de director del Departamento nos aportó también buenas lecciones. A primera vista, podía dar la impresión de un planteamiento un tanto laissez faire, sin querer meterse en mucho organizar. Solo después se calaba la realidad: una dirección respetuosa de la libertad, que no quería ahogar las iniciativas de quienes estábamos bajo su tutela.
Tras su jubilación, ya como profesor emérito, con el deterioro de salud derivado de su infarto, continuó con su espíritu de servicio: queríamos, con frecuencia, que impartiera alguna sesión del Máster en Bioética; al comienzo lo hacía sin problemas y, cuando los años no pasaron en balde, bastaba persistir un poco en la petición para que los alumnos, o los asistentes a cursos de actualización gozaran de su docencia, siempre interesante y amena.
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