Economía eclesial
Cuando las hostias vienen de China
La globalización del mercado del pan y el vino para misa, unido a las limitaciones de la pandemia, ha reducido hasta un 50 por ciento su producción en algunos conventos
El “low cost” se ha colado en misa. A saber. Si eres sacerdote y te das una vuelta rápida por internet, te puede hacer con un paquete de 300 formas para consagrar por unos 2,5 euros. Su procedencia: China, Italia o Polonia. ¿El fabricante? Un mayorista del mundo de la oblea. Si decides encargarlas al convento de toda la vida, la misma cantidad pueden rondar entre los 3,5 y los 7 euros. Una operación ahorro a costa de no pocas comunidades contemplativas que ven peligrar único sustento vital. Tal y como ha podido confirmar LA RAZÓN, estas compras online han puesto en alerta a algunos obispados, como el de Madrid, que han reclamado a sus presbíteros en estos últimos años que se aprieten el cinturón por otras vías, y no den la espalda a los conventos de clausura.
“Desde hace años se constata esa amenaza del mercado exterior”, explica Juan Carlos Ortega, director de CLAUNE, el instituto pontificio erigido por el Vaticano que tiene como misión ayudar a los monasterios. Este legionario de Cristo confirma que este efecto de la globalización y del capitalismo también se da con el vino de misa. “A una empresa vinícola no le supone nada dedicar una barrica más para esta variedad y, sin embargo, supone tener otra fuente más de ingresos. Ante este sistema de producción, poco pueden hacer las contemplativas por mucho que intenten abaratar costes”, apunta el sacerdote. Lejos de imponer la compra a los claustros, apela más a la conciencia de los párrocos para que apliquen con las monjas las máximas del comercio justo y consumo responsable. “Si los obispos vieran que hay un abuso significativo, sí podrían resultar conveniente ofrecer unas determinadas orientaciones sobre qué tipo de obleas son aptas para la consagración y cuáles no. Pero creo que puede ser más eficaz comunicar en propositivo y animar a los sacerdotes a que colaboren”, expone Ortega, con la conciencia de saber que “es un dinerillo que entra para unas mujeres consagradas que son muy austera y que nos regalan a todos su vida dedicada a la oración”.
En el Carmelo Descalzo de San José de Guadalajara han visto cómo su producción ha bajado hasta un 50 por ciento en estos últimos meses. Aunque les ha llegado el runrún del cuento chino al torno, ellas no se sienten autoridad para confirmar o desmentir. Solo saben que hasta prácticamente anteayer trabajaban entre cinco y seis días a la semana en el obrador. Ahora, como mucho, tres. “Hemos ido bajando poco a poco, pero con la pandemia la caída ha sido enorme. Se comulga menos y, por lo tanto, se compara menos”, explica la madre Nazaret, priora de este monasterio conocido por contar con tres carmelitas mártires de la Guerra Civil. Ellas venden las 500 formas a 3,10 euros, mientras que las de los sacerdotes, algo más, grandes, están a 1,70 la bolsa. Para ellas, es su ingreso fundamental, en tanto que en la diócesis las diferentes comunidades religiosas se distribuyeron los oficios -cera, pasteles…- para no hacerse la competencia. “Los sacerdotes de Guadalajara nos siguen comprando, donde hemos notado que ya no llegan encargos es de Madrid”, explica sobre una labor en la que están volcadas las doce religiosas de la casa, también las ancianas. “Como dice santa Teresa, este oficio no quiebra ningún hueso. Las mayores no se pueden poner con la masa, pero sí ayudan revisando las que están partidas o tienen algún defecto. Así todas unos sentimos una”, expone sobre su ‘ora et labora’ en equipo.
El Vaticano es consciente de que, amén de las congregaciones, hoy el pan y el vino de la eucaristía también se vende “en los supermercados, en otros negocios y a través de internet”. Así lo expone la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en una circular, en la que encarga a los obispos que vigilen “mediante certificados apropiados” lo que denomina “la idoneidad de la materia”. Así, se recuerda que las obleas deben ser de pan ázimo “de solo trigo y hecho recientemente, para que no haya ningún peligro de que se corrompa”. No vale ni otros cereales ni mezcla con frutas, azúcar o miel, señala textualmente. Y, sin citar a proveedores externos, de forma sucinta la Santa Sede subraya que “las hostias deben ser preparadas por personas que no sólo se distingan por su honestidad, sino que además sean expertas en la elaboración y dispongan de los instrumentos adecuados”. O lo que es lo mismo, las monjas. “Antes se compraba de manera sistemática y natural a los conventos. Pero la realidad es que la competencia ha aumentado y es más barata, lo que ha obligado a no pocas comunidades a diversificar su trabajo hacia los dulces o la artesanía”, reflexiona Alejandra Salinas, creadora y directora de Contemplare, fundación que colabora con más de 120 monasterios para contribuir a su sostenimiento buscando canales de venta para sus productos. Por eso, al igual que Juan Carlos Ortega, Alejandra aprecia que “el empeño de los obispos y de los párroco para centrar sus compras en las monjas, se agradecería muchísimo”. Por su parte, desde Contemplare ya barajan la posibilidad de reforzar la logística conventual para intentar no perder más terreno.
La madre Obdulia recuerda haber visto obleas en el convento desde que entró 1968, cuando tenía 15 años. Esta clarisa que actualmente reside en el convento del Corpus Christi de Salamanca, se mueve de lo lindo entre las máquinas de modelar y hornear. En su comunidad, son dos las religiosas las que se reparten mano a mano el trabajo. “Nunca nos hemos venido abajo. Después de unos meses de parón, vamos notando algo de movimiento. En esta semana, en apenas cuatro días hemos elaborado unas 100.000. Hoy mismo hemos mandado 8.000 formas a la parroquia de María Auxiliadora”, comenta Obdulia a ojo de buen cubero, que ofrece el paquete de 500 a unos siete euros “y pico”. “Ha poco hemos tenido que subir un poco el precio”, se disculpa con humildad. Basta con ver a Obdulia preparar la masa para constatar que las obleas que hacen las clarisas poco tienen que ver con las que se venden a golpe de clic en la red: “Más baratas las encontrarán, pero mejor que nosotras, con este cariño, delicadeza y limpieza que le ponemos, no lo va a hacer nadie”. “Cuando comienzo el trabajo, me surge una oración: ‘Que cada forma que haga, te reciban en gracias de Dios’”, desea esta contemplativa que en su silencioso día a día se dirige a Aquel que le llevó a la clausura: “Vas a venir a esta cosa tan pequeñita, todo un Dios, el cuerpo y la sangre de Cristo”.
Cavanagh, el Inditex de las obleas
La familia Cavanagh viven desde hace cuatro generaciones de fabricar obleas para misa. Tienen copado el 80 por ciento del mercado norteamericano católico, episcopaliano, luterano y bautista, amén de exportar a Australia, Canadá, Gran Bretaña y África. Aunque el parón de las misas durante la pandemia también ha reducido su producción, habitualmente generan 25 millones de hostias a la semana trabajando 24 horas al día. Comenzaron a trabajar en el sector en 1943 cuando un cura de Rhode Island les pidió que ayudaran a unas monjas a renovar su horno. Tres años después, abrían la primera factoría. Los Cavangah son católicos y presumen de vender el pan más blanco y de más calidad para la eucaristía. Cuando comenzaron con el negocio, desde la Iglesia se les pedía que se derritiera en la lengua nada más tomarla. Con el Concilio Vaticano II, Roma solicitó que las obleas fueran más gruesas y masticables, para asemejarse al pan. “Nos sentimos panaderos. No somos responsables de lo que sucede en el altar, pero sí debemos asegurarnos de que el pan que les ofrecemos es el más perfecto posible”, asegura Andy Gavanagh, gerente de la compañía.
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