24 de enero de 2022
Ella
El día empieza muy pronto en Saint Joseph. A las 7 de la mañana todos los trabajadores se reúnen en sus respectivos servicios (pediatria, medicina o maternidad-Cirugia) para el pase de guardia , la oración y el canto matinal. Una vez terminada la reunión, se hace el pase de visita.
Los que me leísteis en el último viaje, sabéis que la pediatria estaba al 200% y que tuve días bajos, muy bajos. Llegamos a tener más de 100 niños ingresados, cuando el número de camas es de 50. La pequeña sala de cuidados intensivos pediátrica estaba hasta los topes, con niños convulsionando en cada una de las camillas compartidas, otros en el suelo o ya fallecidos en brazos de sus madres. Todos los días 2, 3 pequeños dejaban este mundo por culpa del paludismo.
Los parásitos son resistentes a casi todos los fármacos porque la gente los compra en el mercado y los toma anárquicamente, así que el plasmodium va haciéndose más y más resistente. ¿Qué esperanza hay si ya ni los tratamientos son efectivos?
Parece increíble que todavía estemos esperando a que se desarrolle una vacuna eficaz. ¿Cuándo empezará a ser esta enfermedad importante el mundo desarrollado?
El caso es que este año, gracias a Dios (y a qué hemos venido en época seca), hay pocos niños ingresados. Casi todos malnutridos y tienen malaria o se contagian aquí, porque los mosquitos que vuelan por nuestro hospital están llenitos de parásitos. Pero afortunadamente, nos mantenemos por debajo de 50 pequeños hospitalizados.
Cómo está más tranquilo ese “ala” del hospital, empiezo el día con Sor Elisabeth , Javier y el Dr. Rodrigue, contratado por enganCHADos.
Es un espectáculo ver trabajar a esta misionera dia tras día. Es el alma de Saint Joseph. Demasiado delgada para la inmensa carga que soporta, ágil, atlética, llena de energía. Se atreve con todo. Tan pronto opera una peritonitis como una ruptura uterina. Atiende partos complicados, hace cirugías traumatológicas sin escopia y amputa un miembro cuando es estrictamente necesario (porque salva más miembros de los que amputa). Con absoluta destreza en el uso del ecógrafo, es capaz de hacer tanto el seguimiento de un embarazo como el diagnóstico de una leishmaniasis visceral o un hepatocarcinoma. Es fuerte, exigente, políglota y trabajadora. Su doble vocación de médico y misionera la convierten en un ser humano tan extraordinario, completo y potente, que una no puede evitar sentirse minúscula a su lado.
Vienen pacientes de todo el país, muchas veces traídos por misioneros, casos casi siempre complejos, imposibles, desesperados. La proporción de “puros” a los que atiende se aproxima al 95%. Y me quedo corta.
Mujeres de parto desde hace 5 días con el feto muerto en su vientre, fracturas abiertas de un año de evolución, peritonitis superpasadas, tumores de mama enormes y necrosados, osteomielitis crónicas, fistulizadas desde hace 4 años, complicaciones de los tratamientos tradicionales…
El caso es que no hay un día normal.
Alterna esta actividad con el pase de planta, diagnósticos ecográficos, la organización del hospital, la oración y el estudio. Duerme unas cinco horas al día. Y está de guardia 365 días del año, 24/7.
Se cansa, se exaspera por lo tedioso que resulta todo aquí, pero remonta porque ama lo que hace. Y porque la necesitan tanto, que no tiene otra que remontar.
Le admiran los ngambae, los árabes, los mbororó y los delicados caucásicos. Echa broncas a los pacientes y familiares con firmeza y educación , pero se asegura de que todos puedan pagar y recibir su tratamiento.
Si los familiares no dan de comer a los pacientes, o no quieren donarles la sangre que necesitan: bronca.
Que los pacientes no se lavan o no caminan: bronca.
Si las las madres no dan de mamar o no limpian a sus hijos: bronca.
Si la médico europea no recicla un vendaje y lo corta con tijeras: bronca.
Todas merecidas.
Todas sin subir el tono o perder los modales.
Todas necesarias.
Acepta -aunque con tristeza - cuando los pacientes o los familiares rechazan el tratamiento prescrito y deciden acudir al curandero, aún sabiendo que su paciente morirá en su casa o reingresará con un cuadro todavía más complicado que el anterior.
Ella sigue, sigue, sigue.
Mis abuelos eran ambos médicos rurales, y mis padres me cuentan que ellos no pasaron nunca hambre, porque los pacientes les regalaban gallinas, huevos o conejos como agradecimiento y único medio de pago.
Ayer el padre de una paciente árabe le regaló un par de pollos a nuestra Sœur, aunque bien merecería una granja entera