Entrevista
Rafael Navarro-Valls: «El Vaticano y la Casa Blanca son los centros de poder más intensos del mundo»
El presidente de la Conferencia Permanente de Academias Jurídicas Iberoamericanas bucea en su nuevo libro en el perfil y los vínculos de los presidentes norteamericanos y Papas más relevantes
Cuando Rafael era un chaval, además de las lecturas obligatorias del colegio, su padre añadía un listado extra. Así cayó en sus manos «Historia de Estados Unidos» de André Maurois. Despertó una «adicción» que no ha cesado hasta hoy, convertido en un referente en política norteamericana. Si a eso se une su pasión por el Vaticano, contagiada por su hermano Joaquín –el histórico «dircom» de Juan Pablo II–, se entiende su nuevo libro «De la Casa Blanca a la Santa Sede» (Almuzara).
Partimos de dos autoridades que se mueven en planos diferentes. Pero, ¿quién tiene más poder? ¿El presidente de Estados Unidos o el Papa?
La noción de poder es un concepto ambiguo. Si lo abordamos desde el punto de vista de los afectados por el poder, el presidente de Estados Unidos actúa sobre 332 millones de norteamericanos. El Papa acompaña a 1.300 millones de fieles. El poder americano es político, el del Vaticano, espiritual. A la larga, el poder espiritual podría valorarse como más extenso y perdurable, mientras que el político es más concreto y transeúnte. Como adelanta, se mueven en diferentes planos que en sí mismos no son mensurables ni comparables. En todo caso, ambos son los centros de poder más intensos hoy en el mundo.
Estados Unidos solo ha tenido dos líderes católicos: Kennedy y Biden. ¿Se corresponden con viento a favor para la Iglesia?
El número de fieles católicos en Estados Unidos hoy es cercano a los 70 millones de personas, el 26% de la población. Cuando Kennedy asumió la presidencia, no sin oposición, el Congreso solo contaba con un 19% de congresistas católicos y en el Tribunal Supremo solo había un juez católico. Hoy, en el Congreso se sientan un 30% de católicos y en el Supremo hay cinco magistrados católicos sobre nueve, comienzan a proliferar candidatos católicos. Más que vientos a favor, hay un viento demográfico que aumenta el número de católicos y hace más fácil su accesibilidad al poder.
En el libro aborda la intención de los obispos norteamericanos de prohibir comulgar a Biden. ¿Está a favor o en contra?
El problema de Biden no es tanto que se haya manifestado a favor del aborto, que ya resulta curioso en un católico, sino que el ala izquierda del partido demócrata le presione para que asuma posiciones, no solo favorables, sino radicales. Biden es un presidente débil que se ha dejado llevar por una corriente extrema. Es natural que bastantes obispos sostengan que esa posición es incompatible con las convicciones católicas. Él mismo debía tomar la decisión de no comulgar.
¿Ve un papa norteamericano en un futurible cónclave?
En el anterior ya hubo un papable estadounidense fuerte: el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan. Tanto el cardenal de Boston, Seán Patrick O’Malley y el cardenal de Washington, Wilton Daniel Gregory, podrían ser buenos candidatos. No creo que haya especiales dificultades para que fueran elegidos.
¿Les ponemos en las quinielas?
Podemos, pero las quinielas muchas veces van por un camino distinto al del Espíritu Santo.
Uno de sus artículos lo titula: «La paz se construye en los jardines vaticanos». ¿Es tan influyente el aparataje diplomático de la Santa Sede o ha perdido fuelle?
La diplomacia vaticana siempre ha tenido peso en las decisiones mundiales, el poder del Papa es muy estimable. El crac del 69, que barrió todo el Telón de Acero, tuvo mucho que ver con la firme posición de Juan Pablo II. Cuando Francisco pidió oraciones por la paz en Siria hubo escepticismo sobre su posición, pero poco después Washington y Moscú firmaban un acuerdo exigiendo la destrucción de las armas químicas, el presidente sirio aceptó el ultimátum y la amenaza de guerra se disolvió como un azucarillo en rama. También me consta que en la actual crisis ucraniana hay movimientos de la Santa Sede. La diplomacia vaticana es hoy muy influyente, aunque la gran arma del Papa realmente es la oración.
Juan Pablo II y Francisco fueron claves para desatascar las relaciones Estados Unidos-Cuba…
Por mi cercanía al portavoz de la Santa Sede por entonces me consta que Juan Pablo II era muy admirado por Fidel Castro. Joaquín fue enviado por el Papa a La Habana y estuvo charlando con él mano a mano. A partir de ahí, se accedió a que los periodistas pudieran escribir sobre el viaje con libertad, la Navidad pasó a ser fiesta y se permitió que bastantes sacerdotes entraran en la isla. Francisco ha tenido mucho que ver en la distensión entre ambos países, con una intervención tan activa que Obama y Raúl Castro firmaron el acuerdo de acercamiento el día en que cumplía 78 años como gesto.
Comenta en el libro que «Francisco no es un híbrido entre Rambo y una estrella de rock»...
Francisco es primordialmente un pastor con un estilo directo con una dimensión audaz y popular.
También aclara que entre Juan Pablo II y Francisco hay «diferencias en el estilo, no en el contenido». ¿Por qué se busca enfrentarles?
Los estilos son distintos. Juan Pablo II era reflexivo, lógico y medidor de sus palabras. Francisco es más espontáneo, con un lenguaje más de la calle. Wojtyla es eslavo, Bergoglio es latino. Pero ambos se saben continuadores de la persona de Cristo en el mundo. Si sumamos a Benedicto XVI con su estilo más magisterial, probablemente por su condición de profesor, tenemos un triángulo muy atractivo. Por eso, no se entiende muy bien esa oposición que quieren hacer algunos entre Francisco y Juan Pablo II y Benedicto XVI. Los tres anuncian lo mismo. Esta supuesta oposición es una anécdota.
Como experto en relaciones Iglesia-Estado. ¿Cómo valora estos días de vértigo entre Moncloa y los obispos? ¿Ve razonable una comisión parlamentaria para investigar los abusos?
La reciente entrevista entre el presidente del Gobierno y el presidente de la Conferencia Episcopal ha supuesto un paso de acercamiento interesante. Por otra parte, el informe de la Iglesia en España sobre las inmatriculaciones ha sido apreciado por el Gobierno. Distinta cosa es atribuir al Parlamento la función de investigar los abusos sexuales, que es una función más bien judicial. Me da la impresión de que esa pretensión es una muestra más de la tendencia expansiva del poder ejecutivo o parlamentario al intentar asumir funciones judiciales, un tema que está siendo denunciado por los juristas porque se está produciendo una discutible sustitución manifestada en diferentes sectores.
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