Svalbard
El banco del fin del mundo (y el primer depósito que hace España)
Nuestro país envía por primera vez semillas propias al mayor depósito de diversidad genética del planeta
En las heladas tierras de la localidad Noruega de Svalbard, a temperaturas medias de 10 grados bajo cero en invierno, se alza un edificio improbable a medio camino entre la quilla de un barco futurista y una estación de seguimiento espacial. Hormigón gris sobre fondo de hielo azul que compone el arca de Noé para el siglo XXI. O para siglos venideros. Se trata del Banco Mundial de Semillas, una infraestructura científica que atesora la mayor colección de células reproductivas vegetales procedentes de todo el mundo: el museo de las plantas más importantes del planeta, donde se recogen semillas congeladas a la espera de que algún día pudieran ser necesarias para recuperar especies desaparecidas. Son más de mil metros cuadrados repartidos en tres almacenes capaces de resistir terremotos o impactos de misiles en los que las semillas durmientes (procedentes de casi todos los países del mundo) pueden permanecer siglos sin perder su capacidad de volver a germinar. Decimos que «casi» todos los países del mundo porque hasta ahora faltaba una buena representación de la diversidad vegetal española.
Ahora, elConsejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)acaba de anunciar que un equipo del Centro de Recursos Fitogenéticos de Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria ha seleccionado más de mil variedades vegetales de la colección nacional para que viajen al llamado «almacén del fin del mundo» noruego.
Por primera vez, esta instalación internacional incorporará ejemplares germinales de especies españolas. Resulta especialmente sorprendente que hasta ahora nuestros vegetales no tuvieran representación suficiente, ya que la península y las isla españolas son un tesoro para la biodiversidad al haber servido durante siglos de puente entre la vegetación americana, europea y africana.
Los científicos españoles ya han preparado debidamente 1.118 tipos de semillas diferentes que han sido depositadas previamente en tanques congelados en nuestro país. Según ha informado uno de los responsables, el director del Centro de Recursos Fitogenéticos del INIA, Luis Guasch, «se han seleccionado 300 variedades de cereales de invierno, 510 leguminosas, 200 hortalizas y 108 maíces».
Las semillas serán depositadas en Noruega por un periodo de 10 años y luego se podrá renovar el material enviado.
Generar material para un banco de semillas de este tipo no es tarea sencilla. Es importante que las células enviadas sean relativamente recientes para que se puedan conservar viables durante el mayor tiempo posible, quizás siglos. Además, hay que mantenerlas en condiciones óptimas de conservación y, lo que es más importante, asegurarse de que son ejemplares puros, sin cruces ni mezclas entre variedades. La conservación de la identidad genética de cada ejemplar es crucial.
El banco de semillas de Svalbard es un magno proyecto internacional que nace de la necesidad y de la incertidumbre. La necesidad de conocer, catalogar y mantener la increíble riqueza vegetal del planeta y la incertidumbre sobre el futuro que muchas de las variedades cultivadas y consumidas en el mundo puedan tener en un mundo cambiante, homogeneizador, globalizado y amenazado por crisis medioambientales.
En realidad, aunque generalmente se suele pensar que la misión de esta instalación es solo mantener un muestrario de semillas para casos de extrema gravedad (una catástrofe ambiental global, por ejemplo) su utilización es más frecuente y cotidiana de lo que parecería.
Muchos países, como España, tienen instalaciones locales donde recogen muestras de sus propias especies para investigación, desarrollo de variedades o garantías de seguridad alimentaria. Pero en más ocasiones de las que creemos estas muestras se deterioran por culpa de un mal manejo, un accidente, un fallo de un sistema de refrigeración, pérdida de financiación de las instituciones que las acogen, etc… Svalbard sirve de «copia de seguridad» de muchas de esas semillas y garantía de que, aunque las autoridades locales pierdan parte de las muestras, siempre habrá una reserva.
Recientemente, Filipinas perdió buena parte de sus tesoros vegetales albergados en su propio banco nacional de semillas cuando el edificio que lo albergaba se vio azotado por un tifón. Los bancos de biodiversidad vegetal de Afganistán e Iraq fueron completamente destruidos durante la guerra.
El banco al que ahora enviaremos nuestro patrimonio fitogenético pertenece legalmente a la corona de Noruega pero está gestionado por un Consejo Internacional formado por instituciones como la FAO para garantizar su uso equitativo entre todos los países participantes.
El depósito de semillas en esa instalación no supone ninguna transferencia de propiedad. La diversidad genética de cada país es propia, no puede cederse y los futuros usos de esas semillas corresponde solo a los países que las ceden.
Los aspectos legales y éticos del manejo de este material son importantes. En el futuro buena parte de los ejemplares guardados podrían ser claves para crear nuevas formas de alimentar a la población o encontrar nuevas moléculas aplicables a la medicina o a la industria energética. Por eso, mantener un muestrario como este –más que significar un «banco del fin del mundo»– es una garantía para el progreso futuro.
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