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Las verdaderas arcas de Noe contra la crisis de la biodiversidad

Desde redes de silos hasta bancos de esperma pasando por una futurible base lunar, los científicos unen esfuerzos para salvar tantas especies como pueden

Una trabajadora de Millennium Seed Bank con muestras de semillas ©RGB Kew;
Una trabajadora de Millennium Seed Bank con muestras de semillas ©RGB Kew;©RGB KewCreative Commons

Dice el Antiguo Testamento que Noe construyó un arca de 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto. Sus tablones habrían sido de madera de un misterioso árbol llamado gófer, una especie resinosa que normalmente identificamos como algún tipo de ciprés. Entrados ya en el siglo XXI, a pocos les sorprenderá leer que, más allá de una posible metáfora, aquella arca de gófer nunca existió. Cierto es que otras fuentes históricas y mitos aparentemente independientes relatan algo así como una inundación de grandísimas proporciones. Y, a pesar de la distancia y la falta de información, si los expertos están tan seguros acerca de la imposibilidad del arca, no es tanto por sus proporciones, sino por motivos más biológicos. Las medidas antes dadas en codos corresponderían a 136 metros de largo, casi 23 de ancho y poco menos de 14 de alto. Para hacernos una idea, el Titanic tenía una longitud algo menor que dos Arcas de Noe “aparcadas en fila”. La cantidad de cipreses que habrían de haber talado para conseguir tal cantidad de madera es descomunal y habría requerido de su transporte desde tierras lejanas, pero la mayor limitación es más evidente.

Los estudios más recientes calculan que, actualmente, existen 7,7 millones de especies animales. Solo con dos animales de cada especie y sin contar subespecies ni variedades, el arca debería de haber albergado a más de 15 millones de seres vivos. No hablemos ya de lo inviable que es recuperar una especie sana y variada a partir de dos únicos individuos. Pero una inundación afecta no solo a lo animal, sino a otros reinos como el vegetal y el de los hongos. Si atendemos a esto, las cifras que ya eran astronómicas, de repente se vuelven absolutamente cosmológicas. Hasta aquí no hay grandes revelaciones ni mensajes trascendentes, pero la idea de salvar a tantas especies de una catástrofe no es mala. De hecho, resuena con la crisis climática y de biodiversidad en la que estamos inmersos. Inspirados por los mitos, pero dirigidos por la tecnología, son muchos los grupos de investigadores que han hecho sus propias “arcas de Noe” y que, tomando “arca” por su acepción de “contenedor”, han creado bancos donde proteger grandísimas cantidades de formas de vida, ya sea en forma de semillas, o de células. Y, siendo fieles al aspecto fantasioso del arca original, hay incluso quienes prometen construir la suya en la Luna.

Un arca botánica

Tal vez por sencillez, los bancos de germoplasma (que así se llaman estas arcas) más antiguos, centran sus esfuerzos en el almacenamiento de semillas. De hecho, en cierto modo esta era la labor de los silos, asegurándose que hubiera grano para replantar al año siguiente, cubriendo posibles crisis. Sin embargo, ahora atendemos a un criterio más ambicioso y complejo de gestionar, que es la biodiversidad, no solo de especies, sino de variedades de un mismo tipo de planta. Nuestros cultivos suelen centrarse en variedades muy concretas y si no conservamos la variabilidad será difícil adaptarlos a nuevos retos climáticos o nutricionales.

Un ejemplo rudimentario, pero justificadamente famoso, fue el de la Estación Experimental Pavlovsk, porque durante el terrible sitio de Leningrado, la esperanza no solo vivía en las partituras que Shostakovich rellenaba con su sinfonía número 7. El invierno de 1941 fue especialmente crudo y el alimeto escaseaba. La gente moría de hambre sabiendo que, a poca distancia de leningrado, había un edificio donde un grupo de científicos habían almacenado todas las semillas y tubérculos que habían podido salvar de la estación experimental ante la llegada de la Guerra. Más de 6.000 variedades de patatas custodiadas por una docena de científicos que llegaron a morir de hambre rodeados de alimento, todo con tal de defender lo que aquel banco representaba. Ellos eran conscientes de que solo con esa diversidad podrían volver a sembrar los campos pasado el sitio. Si no lo preservaban, la hambruna inmediata mutaría, alargando su ominosa sombra sobre los años venideros.

46.000 especies

Una versión más moderna, más útil y menos oscura es la del Millennium Seed Bank, del Real Jardín Botánico de Kew Gardens (en Reino Unido) que acaba de ser premiado por la Fundación BBVA en la categoría de “Actuaciones en el Mundo”. Dos de cada cinco especies de plantas están amenazadas por la extinción, por lo que, en su banco global de semillas, el Millennium Seed Bank guarda 2.500 millones de semillas de 190 países diferentes. En total, eso representa unas 46.000 especies, almacenando variedades y ejemplares suficientes de cada una como para poder recuperar una buena parte de la biodiversidad que podamos perder, concretamente el 16% de las plantas con semillas del mundo. Para ser precisos, tanta semilla no puede guardarse en un único almacén y, por lo tanto, se reparte a lo largo de una red de bancos preparados para mantener las semillas en unas condiciones de conservación ideales. De este modo puede maximizarse el tiempo que estas semillas pueden mantenerse viables antes de ser plantadas y, cuando están cerca de superarlo, se siembran para obtener una nueva generación que almacenan en los bancos.

Gracias a iniciativas como estas, no solo puede preservarse la biodiversidad, sino una larga lista de peculiaridades genéticas que, llegado el momento, podrían ser de utilidad para la biotecnología. Sin ir más lejos, el Kew Garden ha localizado una variedad de café especialmente resistente a la sequía y las altas temperaturas, muy interesante para los tiempos que están por llegar.

Un arca lunar

No obstante, las semillas no lo son todo, pues no cubren ni siquiera la totalidad de especies vegetales. Para conseguir un arca más exhaustiva hay que ir a otro término con etimología similar y de “semilla” pasamos a “semen”. O, con más precisión, células germinales de todo tipo, aquellas a partir de las cuales, ya sea por sí solas asexualmente, o combinándose sexualmente con otra célula germinal, son capaces de dar lugar a un organismo completo. Estos bancos de germoplasma, más completos que los silos de los que hemos hablado hasta ahora, no han llegado a desarrollarse tanto. Más allá de pequeños almacenes de algunas especies concretas, no existe un equivalente de lo que hemos relatado hasta ahora, aunque sí proyectos que buscan poner en práctica bancos a gran escala.

De hecho, dentro de los futuribles, hay uno especialmente llamativo que ha saltado con suma facilidad a la prensa. Hablamos de un arca lunar que tiene más de ficción que de tecnología real. La idea consiste en diseñar una base lunar, lo cual ya supone un reto tecnológico sin precedentes. En ella se pretenden almacenar muestras de células germinales, que de por sí otro reto tecnológico que, a esta escala, tampoco tendría precedentes. Podríamos preguntarnos si es necesario enviar este material a nuestro satélite o si hay en la Tierra lugares igual de seguros, pero más accesibles que abaraten su construcción y permitan su mantenimiento. Sin embargo, no hace falta llegar tan lejos, porque, aunque el proyecto es plausible, añadir a un problema aún no resuelto un problema todavía mayor es mala idea, no tanto porque se sume la complejidad de ambos, sino porque se multiplica. Ahora el reto no será simplemente mantener las células germinales vivas en el banco, sino hacerlo con los limitados medios que una estación lunar puede ofrecer.

Sea como fuere, las arcas de Noe han pasado de ser ficción a una solución tan real y práctica como podamos aspirar a conseguir. Ya sea en semillas, embriones o células germinales, la solución parece más práctica que un barco gigante de madera con animales adultos. Es posible que, con el tiempo, estos bancos se vuelvan, no solo más completos, sino más ubicuos. Porque incluso si olvidamos la crisis ecológica que nos rodea, las catástrofes seguirán apareciendo de vez en cuando, ya sea produciendo daños locales o globales, pero pondrán en riesgo a especies que no nos podemos permitir perder, ni para la biodiversidad ni para la biotecnología.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Los proyectos más ambiciosos son conscientes de su baja tasa de éxito, por lo que suelen hacer mucho ruido mediático antes de incluso de empezar a desarrollar su producto. Esto hace que proliferen artículos de promesas vacías con fechas de entrega inalcanzables que, si rastreamos en el tiempo, descubriremos que, simplemente, desaparecen de los medios pasados unos meses. Rastrear noticias antiguas con promesas revolucionarias es un buen primer paso para entender el verdadero estado actual de la tecnología en cuestión.

REFERENCIAS (MLA):