Matrimonios forzados
«Me obligaron a casarme con mi primo pero pude escapar»
Las ONG advierten de que la práctica es habitual pero la mayoría de los casos no se llegan a detectar en España
Adila habla muy bajito y todavía se quiebra al recordar la que ha sido la experiencia más traumática de su vida. Ella es española pero sus padres son marroquíes y, desde pequeña, iban todos los veranos a reencontrarse con sus abuelos y toda la numerosa familia. Solo sus padres y otro de sus tíos había decidido instalarse en España; el resto se quedó en el pueblito del Rif del que son originarios ganándose la vida con la artesanía y la ganadería. «De niña no me daba cuenta pero con 8 y 9 años empecé a notar la diferencia cultural en detalles muy tontos: no podíamos salir a jugar con mis primos porque empezábamos a ayudar en tareas de casa y con 12 ya me miraban como a una mujercita». Al verano siguiente a Adila ya no le apetecía ir a Marruecos y al otro, con 14, se negó. Tenía su grupo de amigas en España, quedaban para ir a la piscina y estaba empezando a conocer a un chico de clase.
Ahora cree que su padre se enteró y debió comentar su «preocupación» con su familia. Los abuelos de Adila tomaron la decisión de casarla con un primo lejano. Aquel verano de 2016 le costó varias broncas ir al pueblo. «Al llegar noté a mis abuelos más fríos conmigo. Pensaba que ya no les gustaba mi manera de vestir, de hablar; cada vez estábamos más alejados porque desaprobaban mi estilo de vida yculpaban a mis padres de que yo hubiera «salido» así. Eso era lo que más me dolía, que mis padres se llevaran reprimendas por mi culpa». Adila no quiere entrar en detalles porque todavía vive obsesionada con que la van a encontrar. «Me enteré por mi prima, ella sabía que querían casarme con su hermano y ese día ya no volví a casa. Me fui andando hasta otro pueblo, me dejaron un teléfono y desde España me compraron un ferry de vuelta. Echo de menos a mis padres pero ellos fueron cómplices de esto», zanja.
Faouzia tiene 40 años, es de Tetuán (Marruecos) y conoce bien esta realidad porque es la fundadora de la Asociación NOR de Bañolas (Gerona), donde trabajan para luchar contra este problema que se produce en nuestro país con más frecuencia de la que creemos. En NOR hacen diferentes actividades para las adolescentes de la localidad y dan clases extraescolares gratuitas para llevar un pequeño seguimiento de las chicas potencialmente objetivo de esta modalidad de trata. «Nosotros no podemos preguntar directamente a las familias si tienen planeado hacer algo así pero desde la asociación detectamos casos cuando, por ejemplo, una joven deja de venir a clases de inglés. Entonces sí podemos llamar a casa, preguntar y es cuando te contestan: “No, este año ya no va a hacer nada” o “Ha dejado de estudiar porque la vamos a casar”. Esto sí nos ha pasado», asegura. Por su cultura, Faouzia sabe cómo ven las familias este tipo de enlaces y lamenta que el avance al respecto haya sido mínimo. «En Marruecos antes lo normal era casar a una chica con 15 años pero ahora sabemos que podemos estudiar y que ya tendrán tiempo. A las familias les cuesta mucho verlo así, creen que es lo mejor para ellas, y ahora han aumentado a 16 años la obligación de casar. ¿Por qué? Ya tienen el graduado escolar, no es obligatorio seguir estudiando y saben que ya nadie va a preguntar por tu hija si falta a clase».
Entre las jóvenes de Bañolas, Faouzia diferencia a dos tipos de víctimas. Las que tienen 16 años y saquen o no el graduado, dejan de estudiar porque no les gusta: «Quieren salir de fiesta con las amigas, en casa no les dejan y no ven una mala opción casarse para salir de esa “cárcel” que consideran su casa y conseguir así su libertad». Faouzia es clara: «Lo que no saben que van a entrar en otra cárcel peor aún que la primera».
El otro tipo de víctimas son las que sí quieren seguir estudiando o ponerse a trabajar y ambicionan una vida independiente, como cualquier mujer europea. «Saben que tienen derechos, están preparadas, quieren irse a la universidad con 18 años y la familia les tiene miedo porque pueden escapar. Por eso tienen que “ganar tiempo” y les preparan el matrimonio para los 17, como tarde, y truncar así esos planes».
Lo hacen, explica la mujer, porque así se quitan una tarea de encima: la niña ya está «colocada». «Hasta que no está casada para los padres es una preocupación y también, al salir de casa, es un gasto menos», zanja. «Descansan porque dejan de vigilar a qué hora vuelve, con quién se junta, si van a la discoteca, si se queda a dormir en casa de alguna amiga, si empieza a fumar... Y a partir de los 18 tú no puedes controlar nada si ella no quiere volver. Por eso tienen esa prisa a los 16 y 17 años».
Todo esto ocurre, recordemos, hoy en día y con chicas que ya han nacido en España. Desde la asociación han detectado que el 80% de estos matrimonios que finalmente se han consumado han fracasado. La fundadora de la asociación que lucha contra esta práctica –desde 2015 los distintos cuerpos policiales han detectado 27 casos pero todas las asociaciones dicen que son más– atribuye esos divorcios a que «todo lo que ellas imaginaban no se cumple». «Toda esa libertad que visualizaban, salir con su marido el sábado, ir al cine... todo esto no pasa porque te casan con un marroquí que desde pequeño le han educado en que la mujer se tiene que quedar en casa a cocinar, limpiar y planchar. El que sale por la tarde al bar con sus amigos es él, la mujer se queda. Ellas se dan cuenta que no van a ir al cine ni a viajar y ahí llega la decepción». Faouzia sostiene que en este tipo de matrimonios los hombres son mucho mayores que ellas, en torno a los 30 años, que ya han vivido su vida y que ya han tenido otras novias catalanas, a las que trataban de forma diferente. «A las de aquí sí las llevan a un restaurante y van a la playa pero con la marroquí sabe que en cuanto se casa tiene la obligación de quedar en casa preparando pan. Siempre han comido el pan de panadería pero cuando se casa ya no le gusta y la mujer debe prepararlo, eso es muy típico en las casas marroquíes». Así, la joven se convierte en su criada y debe cocinarle la sopa harira como la hacía su madre, el cous-cous el viernes y el domingo está cansado para salir con ella. «El problema es que ellas son muy jóvenes y quieren salir, viajar, disfrutar del amor... y ellos ya han hecho todo eso porque les doblan la edad. Si se casan es para tener tres hijos, que les hagan cordero al horno y estar tranquilos. Por eso no funcionan estos matrimonios, porque están en distintas fases y ella todo esto no lo había pensado antes, creía que iba a vivir el amor». Pero ellos tampoco son del todo responsables de sus actos, a juicio de Faouzia, ya que son herederos de una cultura muy marcada. «Si desde que tiene dos años a tu hijo le dices no llores porque eres un hombre, no friegues que ya lo hace tu hermana y a la niña le dices plánchale el pantalón a tu hermano... él nunca planchará en su casa. Antes lo hacían todo ellas, no salían de casa pero las jóvenes de ahora son distintas, tienen que trabajar fuera, por eso hay que compartir las tareas de casa».
En cualquier caso, el hecho de que el matrimonio no funcione o, por el contrario, sí hayan logrado congeniar no exime de nada. En España, el delito específico de matrimonio forzado aparece recogido en el Código Penal como un delito contra la libertad en el artículo 172 bis.1, el cual sanciona al que «con intimidación grave o violencia compeliere a otra persona a contraer matrimonio será castigado con una pena de prisión de seis meses a tres años y seis meses o con multa de doce a veinticuatro meses, según la gravedad de la coacción o de los medios empleados». En Cataluña, la Ley 5/2008 establece que los matrimonios forzados son una manifestación de la violencia machista en el ámbito socio comunitario, y define matrimonio forzado como «la unión de dos personas en la que, al menos una de ellas, no ha otorgado su pleno y libre consentimiento, sino que ha sido presionada físicamente, sexualmente, emocionalmente o psicológicamente por su familia y su entorno de referencia».
Sin embargo, la trata de seres humanos para la celebración de matrimonios forzados no se incluyó originariamente como uno de los fines de explotación de la trata en el Protocolo de Palermo, firmado para «prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños», que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la delincuencia organizada transnacional, en Nueva York el 15 de noviembre de 2000.
El concepto de trata se ha ido ampliando desde entonces para dar respuesta a otras finalidades de explotación, como puede ser el caso que nos ocupa. Además de varias directivas a nivel europeo, la trata para la celebración de matrimonios forzados se incluyó como delito en la modificación del artículo 177 bis del Código Penal de 2015, que castiga la trata de seres humanos cuya finalidad es la celebración de matrimonios forzados.
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