Abusos en la Iglesia

«La comisión Gabilondo no busca lanzar cuchillos a la Iglesia»

Experta en abusos sexuales a adultos, Paula Merelo es una de los católicas fichadas por el Defensor del Pueblo para radiografiar esta lacra en el ámbito eclesial

Paula Merelo
Paula MereloAlberto R. RoldánLa Razón

Paula Merelo se sabe católica, profesora de Secundaria en colegio claretiano y, desde el lunes, miembro de la Comisión del Defensor del Pueblo que busca radiografiar los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Y lo hace, desde una perspectiva que va más allá de los menores agredidos, tal y como expone en su libro «Adultos vulnerados en la Iglesia» (San Pablo).

¿Cómo se topa con esta lacra?

Al final lo afectivo es lo efectivo en la vida. Me encuentro con esta realidad cuando una amiga me comparte su caso. Además de acompañarla, sentí una llamada a profundizar y no quedarme de brazos cruzados, poder hacer justicia con las víctimas y que esta lacra deje de existir. En ese momento estaba terminando de estudiar Ciencias Religiosas y encaminé el trabajo de fin de grado por ahí con humildad. Apenas había bibliografía y decidí elaborar una encuesta sobre el conocimiento que teníamos en la Iglesia.

Ese sondeo a 300 personas del ámbito eclesial, ¿qué le dijo?

En primer lugar, me habló de la resistencia de las instituciones de Iglesia a afrontar esta lacra porque se negaron a colaborar, un hecho que habla de cómo nos seguimos situando al problema. A partir de ahí, me decanté por personas creyentes de mi entorno que no eran autoridades y la conclusión más relevante es que un 11% habían tenido constancia de algún caso de abusos de adultos en la Iglesia. Puede parecer poco, pero a mí me parece muchísimo que haya tantas víctimas adultas.

¿El principal estigma de los abusados mayores de edad es la sospecha de una relación consentida entre adultos?

Por supuesto, el reconocimiento del abuso resulta más complejo y las propias víctimas son conscientes de que el entorno va a pensar que he sido yo quien ha querido mantener una relación sexual. Es un handicap que genera mucho sufrimiento y no ayuda a sacarlo la luz, hay mucha negación.

Y cuando apenas lleva unos meses su libro en la calle, la ficha Ángel Gabilondo…

Durante todo el estudio y profundización del libro he tenido una relación directa con el equipo de Repara, el proyecto de acompañamiento a víctimas de archidiócesis de Madrid. Gabilondo solicitó al coordinador de Repara, Miguel García-Baró, algunos nombres. A partir de ahí me proponen participar. Me siento pequeña al lado de los otros expertos, pero acepto desde mi voluntad de esclarecer.

¿No teme que la comisión se use como arma contra la Iglesia?

Si pensara que va a ser un instrumento para tirarnos los trastos a la cabeza ten por seguro que no estaría ahí. Eso sería inútil y perjudicaría a las víctimas. La comisión no busca lanzar cuchillos, sino un medio para desatascar y aportar luz, justicia y reparación, que es lo que necesitan las víctimas. ¿Lo conseguiremos al cien por cien? Muy probablemente no, pero algo se logrará.

En el informe final, la mirada estará en la cifra de abusados y si coincide con el dato de la auditoría de los obispos. ¿Cómo escapar de la guerra de la cifras?

Nunca se va a saber el número exacto, porque hay víctimas que no han hecho el proceso de reconocerse, otras no quieren hablar… En cualquier caso, más que ese dato final, cada vida destrozada que hay detrás de un abuso es lo relevante. Lo importante es escuchar a cada víctima, saber qué estructuras favorecen los abusos y cómo romper el encubrimiento.

Los obispos no participarán institucionalmente en la comisión Gabilondo, pero sí colaborarán. Sin embargo, en el listado de expertos, prácticamente la mitad están vinculados a la Iglesia. ¿Se siente juez y parte?

La Iglesia es más que sus autoridades. Los cristianos de a pie estamos viviendo esto con dolor y con vergüenza pero, sobre todo, comprometidos para afrontarlo. Por eso es positivo que demos un paso al frente sin atacar, porque es una manera de demostrar que a la Iglesia le preocupa lo que está pasando. Si este sufrimiento se está generando desde dentro de la Iglesia, tenemos que dar una respuesta desde dentro de la Iglesia para ser ejemplo. Que las autoridades eclesiales no participen puede ser hasta positivo porque alguien puede pensar que un obispo tendría a su alcance manipular la comisión.

¿Tiene miedo de que la comisión y las víctimas puedan ser usadas políticamente?

Ojalá no, porque eso sería un gran error y se confundiría absolutamente el objetivo de esta comisión. Es verdad que es un riesgo que esto se politice, como se ha politizado en algunas ocasiones. Por eso, no podemos perder el foco, que son las víctimas y nos corresponde protegerlas para que no se las use para atacar a una persona, institución… Les estaríamos fallando y revictimizando.

¿No tendrá más sentido una comisión sobre abusos en toda la sociedad y no solo la Iglesia?

Todos somos conscientes de que los abusos ocurren en todas partes y que en el caso de los menores ocurren en el entorno de la familia. Si se quiere acabar con esta lacra habrá que estirar todos los ámbitos y todas las instituciones donde ocurren estos hechos. Claro que sí y sería lo ideal. Pero eso no puede utilizarse como obstáculo para analizar lo que sucede en la Iglesia. Estoy convencida de que, como dijo el Defensor del Pueblo el otro día, en las conclusiones se redactará que es necesario investigar otras instituciones. Estoy segura de que la Iglesia será un punto de partida para abordar otros ámbitos.

¿Ha llegado a pensar en borrarse de la Iglesia por todo esto?

He vivido con dolor y vergüenza el sufrimiento provocado por los abusos, pero, sobre todo, con profunda decepción la respuesta de las autoridades. Quienes somos creyentes sabemos que la Iglesia es mucho más grande y sí me ha hecho replantearme mi forma de estar en la Iglesia y depurar mi fe para quedarme con lo más auténtico y verdadero.

¿La Iglesia ha aprendido la lección o le falta por tocar fondo?

A la Iglesia todavía le queda mucho camino por recorrer y hay quienes tienen grabado a fuego que deben proteger el prestigio de la institución y tapar para que esto no se sepa, incluso una prevención cosmética de cara a la galería. Quien tiene poder para tomar decisiones debe sentarse con cada víctima, escucharla y dejarse tocar el corazón a través de su relato.