Vaticano

Lefebvre: el cisma tiene tirón

La Fraternidad San Pío X vive un auge vocacional 50 años después de negarse a aplicar el Concilio y de desafiar a los Papas

Celebración de la Fraternidad San Pío X
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Son 707 sacerdotes. Y subiendo. Solo en el último mes han sido ordenados seis en Estados Unidos, ocho en Suiza y tres en Alemania. Y subiendo. Tal es el tirón de la Fraternidad San Pío X que en apenas medio siglo de vida despunta además con una cantera de unos 250 jóvenes en formación en un contexto de crisis vocacional creciente en Occidente. Presentes en más de 60 países de los cinco continentes y con seis seminarios internacionales, cuentan con una orden de hermanos –no sacerdotes– y religiosas –que denominan oblatas–, junto a un respaldo más que significativo de laicos. ¿El problema? Los conocidos como lefebvrianos, en referencia a su fundador Marcel Lefebvre, se encuentran en lo que la Santa Sede denomina una situación canónica «por ahora, objetivamente ilegítima».

«El Papa nos reconoce como católicos, pero usan la expresión ‘no estar en plena comunión’ para definir nuestro limbo. O se es o no se es, o se está o no se está», expone el superior provincial de España, Jorge Amozurrutia Silva. ¿Eso equivale a un cisma? Lo niega con rotundidad. «De ninguna manera, no se puede decir que seamos una realidad cismática», asevera, para matizar a renglón seguido: «Lo que no tenemos es un estatus canónico». Mexicano de nacimiento, Amozurrutia está al frente de la única comunidad que tienen en nuestro país, en la localidad madrileña de El Álamo, con siete sacerdotes. Además, coordina y acompaña la casa que tienen en Portugal donde residen otros dos presbíteros.

La pandemia les ha ayudado a impulsar la conquista de más fieles. «No son pocas las personas que se han acercado a nosotros porque decían que les obligaban a recibir la comunión en la mano», expone el religioso, que dirige su mirada también al actual pontífice: «La crisis de la Iglesia católica se ha agudizado cada vez más. Francisco viene a continuar lo que los anteriores Papas han defendido comenzando por Pablo VI, pero es verdad que su implementación escandaliza más porque ha pronunciado el ángulo».

El diálogo hacia un posible acercamiento de posturas no está en punto muerto, pero tampoco avanza. Y no por falta de gestos de Roma. Fue Benedicto XVI quien dio un paso que parecía definitivo cuando en marzo de 2009 levantó la excomunión a los cuatro obispos decretada por Juan Pablo II en julio de 1988, después de que fueran consagrados por Lefebvre sin mandato de la Santa Sede.

Ratzinger consideró que estaban «ordenados válidamente, pero no legítimamente». Francisco, por su parte, autorizó en 2016 a los curas lefebvrianos poder confesar y absolver los pecados y, unos meses después, les dio permiso para celebrar matrimonios. Además, este febrero se reunió con el superior general de los lefebvrianos, Davide Pagliarani.

«Fue la bondad de Benedicto XVI la que propició el cambio, porque le habían informado de que era un momento oportuno para tender puentes, pero después se vio claramente que le habían engañado, no se tendría que haber dado el paso», sentencia el teólogo agustino Pedro Langa. Para el mayor especialista en ecumenismo de nuestro país, «de la otra parte no se ha hecho nada hasta la fecha para sumar».

Langa todavía guarda en su memoria las semanas siguientes a lo que él sí considera un cisma: «Pronuncié una conferencia y algunos lefebvrianos acudieron para cuestionarme y allí mismo cuestionaron que yo no decía la verdad. Simplemente me reafirme en lo que pienso todavía hoy: ‘Lo que ustedes y su movimiento han hecho es romper la unidad’».

Al abordar la figura de Lefebvre, el agustino explicita cómo ya apuntaba maneras cuando estudió en la Universidad Gregoriana, pero fue con Pablo VI cuando «las disonancias». fueron más notables. «No le gustaba la doctrina que se impartía en Friburgo porque ya era conciliar y compró un seminario en la localidad suiza de Écône, a los pies de los Alpes, donde empezó a llevar en furgonetas a sus seguidores para impartirles lo que consideraba una doctrina ortodoxa no contaminada», explica Langa, apostillando de inmediato: «Ellos la llamaban y la defendían como doctrina católica católica y, en realidad, era lefebvrista lefebvrista».

Langa repasa además cómo «Pablo VI empezó a apretarle las tuercas hasta que llegó la suspensión ‘ad divinis’ –que impide, entre otras cosas, celebrar misa, confesar…–. Con Juan Pablo II se las prometía muy felices porque llegaba con un marchamo más bien tradicional, pero su posición fue determinante, de la mano de Joseph Ratzinger, al frente de Doctrina de la Fe».

Sobre un posible futuro en común, el teólogo asegura que «tenemos que esforzarnos, como humildes siervos de Cristo, y poner sobre la mesa todo lo que humanamente podamos aportar, pero sin forzar con tal de que la burra entre en la cuadra». «Hay que confiar en la intervención de la gracia», deja caer, a la vez que admite que «hoy por hoy no hay nada que hacer mientras se mantengan en esa postura».

De hecho, todo parece insuficiente para reintegrarse desde el ala de la Fraternidad San Pío X. «Nos piden que reconozcamos el Vaticano II como magisterio, el problema es que tiene errores y ambigüedades», apunta Amozurrutia que resume en tres los puntos de disenso, hoy por hoy, irreconciliables: la libertad religiosa, el ecumenismo y la colegialidad. A esto se unen otras cuestiones como el catecismo y la liturgia preconciliar, o lo que es lo mismo, la misa tridentina de espaldas al pueblo, así como el rosario y el viacrucis de antaño.

«La gente viene a nosotros porque buscan solidez y pureza doctrinal, nos reconocen como referente de una tradición de siglos, coherencia frente a la deriva postconciliar y a ciertos gestos de este Papa que escandalizan», explica Javier Utrilla, joven sacerdote lefebvriano, que se hizo viral hace algo más de un año, por bendecir un homenaje a la División Azul. El actual ecónomo provincial desvela que conoció la Fraternidad «por casualidad a través de internet cuando buscaba misas tridentinas». Tras licenciarse en Ciencias Políticas, ingresó en San Pío X. Pero, ¿qué siente cuando le dicen que forma parte de una secta o de un grupo cismático? «Son palabras fuertes que buscan la estigmatización del adversario», sentencia Javier que no ve factible a corto plazo una reconciliación con el Vaticano: «Solo es posible, una vez que Roma se reconcilie consigo misma».