Incendios
¿Por qué arde España? Las causas de la tragedia provocada por el fuego
El abandono del monte ha provocado una masa forestal tan grande que, con las altas temperaturas, los incendios se hacen incontrolables. «Nos va a pasar cada verano», advierten los expertos
España tiene un millón de hectáreas más de masa forestal que hace hace 35 años -el 51% de su superficie ya es monte- y, de forma paralela, la despoblación rural ha crecido de forma exponencial durante todo ese tiempo. Estas dos realidades, relacionadas entre sí de forma directa aunque no lo parezca, vienen a explicar, junto a factores climáticos, la problemática de los incendios forestales que estamos sufriendo este año: ya no va quedando nadie en los pueblos que limpie el monte -llevando a su ganado a pacer los suelos o desbrozando para obtener leña- y eso se ha traducido en que quede abandonado, ya que las administraciones, a la vista de los hechos, no han hecho nada por evitarlo.
Según apuntó el viernes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su visita al Centro Nacional de Seguimiento y Coordinación de Emergencias, los incendios forestales ya han calcinado este año 150.000 hectáreas; 80.000 de ellas solo en las dos olas de calor que hemos sufrido desde el pasado mes de junio.
Extremadura, Aragón, Galicia y, sobre todo, Castilla y León, son las comunidades que se han llevado la peor parte aunque según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, que usa estimaciones satelitales de Copernicus, las hectáreas quemadas reales podrían tardar varios años en conocerse. Sánchez aprovechó para advertir de que todavía quedan “semanas” muy difíciles e instaba a los ciudadanos a “extremar” las precauciones para prevenir daños.
Prevenir es, precisamente lo que llevan muchos años pidiendo desde distintos sectores del ámbito rural para evitar algo como lo que finalmente ha sucedido. Ahora tienen la sensación que ha sido como predicar en el desierto y solo cuando el problema ha explotado empiezan a escuchar lo que dicen.
“Ya vamos tarde”
El problema es complejo y su solución no pasa, según los expertos, por meter a gente a limpiar el monte -desbrozar y hacer cortafuegos- en invierno: solo sería un parche. “Aunque ahora nos pongamos manos a la obra, los incendios del año que viene ya no se van a parar”, advierte Alberto Merino, del Colegio Oficial de Geógrafos de Castilla y León. “Hay que hacer políticas a largo plazo y para eso no vale destinar equis dinero de unos presupuestos anuales”. Merino sostiene que la clave es que antes teníamos otra relación con el monte. “La desaparición de los usos tradicionales es gran parte del problema. Antes se convivía con los montes: se limpiaban para obtener leña y calentar las casas, había zonas de cultivo que estaban cuidadas y evitaban la proliferación de matorral o se llevaba a la ganadería”, y las ovejas hacían del mejor “cortacesped” posible.
Pero el éxodo rural ha provocado que esos usos tradicionales hayan ido desapareciendo. El resultado es un monte abandonado, lleno de maleza, con un suelo que es puro combustible y en el que ya no se distinguen caminos ni cortafuegos. La masa forestal es de tal calibre que, en estos últimos incendios, no han podido ni entrar las máquinas para frenarlo en varias hectáreas a la redonda, lo que los convertía en fuegos inextinguibles.
El monte rentable no arde
Sin embargo, para Merino, el monte se tiene que limpiar porque interese hacerlo, porque la gente saque algún rédito de ello; si no, no servirá de mucho. “La solución no consiste en que vayan unos señores a limpiarlo en invierno, la clave está en recuperar de alguna manera esa relación que el hombre tenía con los montes: iba a por leña porque necesitaba calentarse y llevaba al ganado a pacer porque tenían que comer”.
Por eso, dicen que “el monte rentable no arde”. “Solo si lo necesitamos como un recurso, si interesa socioeconómicamente, no se quema”, zanja. Pone de ejemplo la comarca de Pinares, entre Burgos y Soria, que registró su último gran incendio en el siglo XIX porque los vecinos se benefician directamente de los recursos de sus bosques. “Tienen hasta cámaras con sensores de temperatura en los pinos, porque les interesa: viven de ello”. El experto matiza: “No es que vaya a dejar de haber incendios, siempre los va a haber, pero al estar limpio el monte, se pueden apagar, son fuegos abordables, que es a lo que aspiramos”.
“El que viva en el pueblo tenga incentivos para quedarse”
Como idea, llevan años proponiendo el modelo francés. “Hay que crear parques culturales donde el peso de la protección no lo tiene la parte natural, sino cultural”. Cada territorio, sostiene, puede contar con productos agropecuarios con sellos de garantía que tengan un valor añadido. “No tanto como volver a las dimensiones rurales de antes pero que quien viva allí tenga incentivos para quedarse”. Se puede fomentar mediante esta vía, por ejemplo, la práctica del carboneo tradicional (cómo obtener carbón vegetal), elaboración de madreñas... “La UE a través de la PAC ya ha puesto líneas de financiación para estas prácticas y hay que potenciarlas”, sostiene. “Es decir, que a la gente le siga interesando tener ovejas y vacas, que son el mejor limpiador del monte”.
No quedan ganaderos
Ahora, en el mejor de los casos quedan uno o dos ganaderos en cada pueblo. Para que comprendamos la proporción: en la Sierra de la Culebra se quemaron 28.000 hectáreas y solo afectó a 35 ganaderos.
“Al final, darle uso al monte es la única forma de cuidarlo sin parches o medidas cortoplacistas que no resuelven el problema de fondo. Pero muchas veces parece que las soluciones se piensan en despachos muy lejos de aquí”, apunta.
El exceso de protección a la naturaleza
Coincide con él Aurelio González, secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) de Zamora, la zona más afectada por los incendios este año. Entre el fuego de la Sierra de la Culebra y el de Losacio, aquí han ardido en apenas un mes casi 60.000 hectáreas y concentra el 60% de la superficie quemada en toda España este año.
Una de las principales quejas de este sector es precisamente que ese uso tradicional de los montes se ha ido restringiendo y no solo, en su opinión, por el éxodo rural. “Parece que ha importado más la protección de las especies que de la gente que vivimos en el campo. Nosotros hemos visto denuncias por colgar una cuerda con una alpaca de paja a una encina supuestamente por contaminación en un monte público: ahí se ve que las normas se hacen en los despachos sin saber la costumbres de los pueblos ¿Qué daño va a hacer eso al árbol? Hemos perdido la cabeza”. El colectivo se queja de que, precisamente en aras de proteger a la naturaleza se ha conseguido todo lo contrario: que el abandono haya sido la clave para que arda y “ya no queden ni especies protegidas ni no protegidas, ni animales ni nada porque se ha quemado todo”.
Miedo a las multas
A juicio de González, el “exceso de protección” se ha unido a la falta de ganadería, lo que ha llevado a que la poca gente que queda en los pueblos (y están aún en edad de trabajar en la montaña) no lo haga por miedo a multas.
“Antes el monte estaba repartido por zonas: cada familia tenía una zona asignada para limpiar y para leña. El ganado se comía lo de abajo: el monte estaba limpio pero ahora ¿qué esperaban?”. Esas restricciones, cuenta, se han traducido incluso en que la gente de los pueblos, al no poder disponer de leña, han tenido que instalar calefacciones de gasoil. “Si te pilla un guardia cortando unas jaras a la puerta de un chamizo te casca una multa, pues la gente acaba pasando.”
González recuerda que cada equis hectáreas de monte hay que dejar otras tantas libres de maleza porque es ahí donde se paran los incendios. Y es lo que ha pasado en Zamora: kilómetros y kilómetros de masa forestal sin un cultivo o camino por donde los Bomberos pudieran actuar. “Todo lo que brota de maleza, las ramas que caen y que nadie recoge... antes la gente se la llevaba para leña, ahora no puedes porque está prohibido y eso se ha convertido en un combustible potentísimo para un incendio”.
Sequía prolongada
Eso sumado a la sequía prolongada -inviernos cada vez más cortos y secos y veranos más largos y calurosos-, a las dos olas de calor que hemos tenido de forma consecutiva y a ese abandono previo de monte con ese combustible era una bomba de relojería.
El ganadero insiste en la paradójica frase de que “los incendios de verano se apagan en invierno”; es decir, dejando el monte “abordable” en caso de que se prenda fuego.
Ahora, “no pueden entran ni los cazadores con perros, solo jabalí. Ahí, una vez que empieza arder no puede entrar maquinaria, es lo que ha pasado aquí en Zamora: se ha parado el fuego cuando ha llegado a zonas de cultivos, por eso hay que rodear la masa forestal de zonas así, para poder parar los fuegos, sino estamos vendidos”.
En pueblos como San Martín de Tábara, asegura que el fuego ha llegado a la orilla de las viviendas precisamente porque ya no se labra nada.
Para la reforestación los expertos también insisten en que tiene que ir encaminada a lo que llaman “mosaico”: es decir, especies diferenciadas y autóctonas para cambiar de “combustible” en caso de incendio: encina, alcornoque, roble... “Se puso todo kilómetros y kilómetros de pinar y eso es como una cerilla”, recuerda el ganadero y agricultor que recuerda que la ola de calor también supuso que la agricultura se viera resentida por el daño a los frutales en mayo y ahora las hojas de muchas plantas. “Igual que sufrimos nosotros, las plantas sufren el calor igual o más porque no hay agua para regar tanto”.
El incendio también hizo que mucha fauna muriera (la mayoría intoxicados por humo) o huyera y ahora puede haber sobrepoblación de jabalí u otras especies en la zona de Benavente o Sanabria.
González y en general todo el colectivo de agricultores y ganaderos está, además muy molesto con la gestión que se ha realizado, en particular, del incendio forestal de Losacio. “Ha habido mucha descoordinación: había patrullas que venían y han estado dos horas mirando hasta que recibían una orden. La gente del pueblo no entendía nada. La Guardia Civil ordenaba desalojar y muchos vecinos desobecedieron para defender su nave y sus vacas. Fue esa gente la que evitó que el fuego llegara a muchas casas, eso se tiene que saber”.
Incendios de sexta generación
No eran, como hemos visto en las imágenes, fuegos cualquiera. Les llaman incendios de sexta generación y, según los expertos, tienen una potencia destructora y energética hasta ahora desconocida. «Son tan voraces que quedan fuera de la capacidad de extinción porque ningún medio de ataque conocido es eficaz”. Lo explica Carlos Novillo, ingeniero agrónomo, bombero y actualmente Director de la Agencia de Seguridad y Emergencias 112 de la Comunidad de Madrid. Bajo su mando están casi 2.000 bomberos y brigadistas que se ocupan de que el 85% de los fuegos de la región queden en conato (se quema menos de una hectárea). Sin embargo, Novillo también ha lidiado con este tipo de llamas. “Son incendios forestales que cogen tanta energía que hasta generan su propia meteorología: se forman pirocúmulos (nubes de vapor y gases de esa combustión) y succionan aire para alimentar esa combustión”. Esto provoca, además de focos secundarios, que cualquier descarga de agua se convierta en vapor antes de que llegue a la llama.
¿Cómo entrar en un fuego así?
Entonces ¿cómo se interviene en un fuego así? Según Novillo, hay que analizar dónde va a cambiar el combustible (pasa de una especie de vegetal a otra) o dónde hay una discontinuidad -una carretera o cortafuegos- para tener una oportunidad y poder entrar a combatir.
Además, los técnicos forestales estudian su comportamiento en base a unos programas informáticos. Saben el modelo de combustible, la topografía del lugar, la humedad, el viento... “Con todas esas variables que se analizan, calculan cómo va a progresar el incendio y proponen a los mandos dónde hacer cortafuegos o por dónde consideran más eficaz atacar”.
No obstante, mientras llega esa política forestal que vaya modificando la situación actual para dejar de enfrentarnos a este tipo de fuegos, el experto pide concienciación social: el 90% de los fuegos son provocados por el hombre. “Si no hay una primera llama, no hay un gran incendio”, zanja.
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