Opinión

Mundo manicomio

El uso de antipsicóticos atípicos logra incidir sobre los síntomas más negativos
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Este mundo-mercado nuestro es un manicomio y yo soy una de sus habitantes. Dicen que una de cada cinco personas padece un trastorno mental. No me salen las cuentas. Si sumo el porcentaje de trastornos de los que hablan los expertos en la conducta humana, yo diría que uno de cada cinco se salva, y ando generosa. El mío se traduce en un trastorno muy común y muy canalla, la depresión. No sé, como no sabe nadie, de dónde me viene, pero sí sé que mi madre la padecía y que yo desde muy pequeña tuve una mirada al mundo que me provocaba mucho dolor ante las injusticias y los quebrantos ajenos. Por suerte encontré una forma de luchar contra ese mal, el teatro. Aunque no fue siempre suficiente y he tenido que recurrir a pastillas a veces. La química me ayuda a seguir adelante con la lucha cotidiana. A seguir con cierta alegría. Otras y otros no tienen tanta suerte y no encuentran recursos para defenderse del mal. Un mal que está adentro y también está afuera. Hablamos de prevenir el suicidio, por ejemplo, a través de medidas interesantes como ese teléfono que escucha a los desesperados, pero ese teléfono no podrá darles la oportunidad de un trabajo digno o de una sociedad más amable e igualitaria. ¡Y eso es tan importante para tener salud mental! Es tan importante vivir en un entorno de cariño... Cómo podemos defendernos de que no te hagan caso cuando te duele, de que no den trabajo cuando lo necesitas, de que no te respondan al teléfono cuando llamas, de que no puedas pagar el recibo de la luz, de que te desahucien, de que no te pongan likes, de la ingrata soledad. O de que este mercado nuestro sea deshonesto y todo tenga un sentido monetario. Es tan difícil defenderse de esas cosas que muchos prefieren dejar de sufrir. Lo decía Hamlet en su famoso soliloquio: Morir es dormir. ¿No más? Vayamos a las raíces reconociendo esa verdad de la pena.