Viaje del Papa
«El extremismo no tiene relación con la religión»
Francisco lidera en Kazajistán a todas las confesiones del planeta para desvincular los credos de toda «guerra y violencia»
La última jornada de Francisco en Kazajistán confirmó el objetivo principal de este viaje a Asia Central: el relanzamiento del diálogo interreligioso como «servicio urgente e insustituible» para conseguir la paz, aspiración suprema de toda la Humanidad.
Por segunda vez en tres días, el Papa visitó el suntuoso Palacio de la Independencia de Nursultán para asistir a la lectura de la declaración final del VII Congreso de las Religiones Mundiales y Tradicionales.
En la solemne ceremonia participaron los 80 líderes religiosos del mundo entero que abrazan el abanico de los más importantes credos del planeta: cristianos (católicos, protestantes, ortodoxos), musulmanes (sunitas y chiitas), judíos (sefarditas y askenazes), budistas, taoístas, hindúes, animistas africanos y amazónicos.
Jorge Mario Bergoglio agradeció a todos los presentes estos días de intercambio, trabajo y compromiso «bajo el signo del diálogo que tiene un valor más precioso durante un período tan difícil al que, además de la pandemia, se agrega el peso de la locura insensata de la guerra».
Apoyándose en la declaración asumida por todos los asistentes, rebatió su idea tantas veces repetida de que «el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad a la violencia y a la guerra, cualquier motivación u objetivo que se propongan no tiene relación alguna con el auténtico espíritu religioso». Una aclaración que pretende poner fin a toda confusión sobre la instrumentalización de la fe. Eso sí, precisó que esto no significa una separación taxativa «entre política y trascendencia»: «Las altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado».
Camino común
No quiso dejar pasar esta última ocasión para reafirmar con toda su autoridad que «el camino del diálogo interreligioso es un camino común de paz y por la paz y, como tal, es necesario y sin vuelta atrás. El diálogo interreligioso ya no es solo una posibilidad, es un servicio urgente e insustituible para la humanidad, para alabanza y gloria del Creador de todos».
Sin dejarse llevar por la ingenuidad, el Pontífice no puede permitirse el lujo de ignorar cuanto está sucediendo no lejos de las fronteras del país que visita, pero, sin citarla expresamente ni una sola vez, estas palabras suyas deben aplicarse a la guerra en Ucrania: «La paz –destacó– es urgente porque cualquier conflicto militar o foco de tensión y de enfrentamiento hoy, no puede más que tener un nefasto ‘efecto dominó’ y compromete seriamente el sistema de relaciones internacionales».
Por las mujeres
Después de resaltar esta cuestión, insistió con vehemencia que, «si falta la paz, es porque falta el cuidado, la ternura, la capacidad de generar vida y por lo tanto hay que buscarla implicando mayormente a la mujer».
Especialmente significativo resultó que en un foro eminentemente masculino, el Obispo de Roma reivindicara el genio femenino, sabedor del papel secundario que tienen en todas las religiones: «Se les han de confiar roles y responsabilidades mayores». «¡Cuántas opciones que conllevan muerte se evitarían, si las mujeres estuvieran en el centro de las decisiones!», dejó caer el pontífice que está llevando a cabo nombramientos más que significativos en la Curia vaticana a este respecto. «Comprometámonos para que sean más respetadas, reconocidas e incluidas», añadió en una referencia en gerenal a la igualdad de derechos.
Y aún quiso añadir otro desafío para los presentes: los jóvenes, porque «las lógicas de dominio y de explotación, el acaparamiento de los recursos, los nacionalismos, las guerras y las zonas de influencia trazan un mundo viejo que los jóvenes rechazan, un mundo cerrado a sus sueños y esperanzas».
Antes de dirigirse al aeropuerto de la capital kazaja para emprender el viaje de regreso a Roma, estrechó las manos de todos los que le acompañaron en las tres jornadas de esta particular cumbre. A todos ellos los aplaudió como «como tejedores de esperanza y artesanos de concordia, mensajeros de la paz y la unidad».
Como colofón, consciente de la posibilidad de dejarse contagiar por las divisiones, lanzó el guante a los que presentó en todo momento como «mis queridos hermanos y hermanas»: «No podemos salir adelante desconectados y separados, vinculados y desgarrados por tanta desigualdad».
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