Alimentación

La subida del IPC perjudica seriamente la salud

Organizaciones No Gubernamentales, productores y consumidores alertan: en España es cada vez más difícil llenar la despensa de comida saludable

Mercado Maravillas en el barrio madrileño de Cuatro Caminos
Mercado Maravillas en el barrio madrileño de Cuatro CaminosAlberto R. RoldánLa Razón

Si hay un lugar donde duele de verdad la subida de los precios, un momento en el que escuece especialmente la escalda del IPC, es cuando nos enfrentamos a la compra diaria de alimentos. Delante de los mostradores de la carnicería, en los estantes de productos básicos de los supermercados, millones de españoles seguimos evidenciando día a día que ahora es más caro que nunca llevar una dieta sana a la familia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó hace unos meses de que la escalada de precios de los productos imprescindibles para llenar una cesta equilibrada se ha convertido en un problema sanitario emergente. Desde 2021 a nivel global el coste mundial de los alimentos ha aumentado en más de un 14% según dicho organismo. Encuestas realizadas por el Banco Mundial realizadas en 45 países demuestran que el número de personas que quedan excluidas de los mínimos parámetros alimentarios crece en todo el mundo y no solo en los países menos favorecidos.

En España, por ejemplo, Cruz Roja se ha hecho cargo de lanzar la voz de alarma. Según un comunicado emitido por la ONG hace unas semanas, «con subidas en la cesta básicas de la compra de hasta el 13,8% de media, los hogares españoles tienen cada vez más complicado comer saludable».

El IPC está limitando a las familias más vulnerables y con menos recursos el acceso a una alimentación correcta. Ante esta situación, la propia Cruz Roja ha puesto en marcha su proyecto «Alimentación consciente», un plan en el que se promueve la conservación correcta de alimentos, se evita el desperdicio, se enseña a reutilizar los alimentos cocinados y no consumidos y a elegir los productos de temporada como claves principales de una alimentación saludable, y sostenible de alimentación consciente. En palabras de Sandrine Cunha, nutricionista del área de Salud de Cruz Roja, ante el impacto de los precios estamos más obligados que nunca a «saber escoger bien».

Lo cierto es que seguir una dieta saludable siempre ha resultado más caro que la elección de productos procesados, de comida rápida o alimentos menos recomendables pero, según los expertos, no debería ser necesariamente así. El nutricionista Aitor Sánchez lo tiene claro: «Sí, es verdad que los productos que más elevan el precio en la cesta básica son la carne y el pescado. Pero eso no quiere decir que debamos dejar de comer sano. Podemos, por ejemplo, aumentar las fuentes de proteínas de nuestra dieta derivadas de las legumbres o el huevo».

Efectivamente parece que los grupos menos afectados por la subida de los precios, de momento, son el cereal y las legumbres, dos tipos de alimento que forman precisamente parte fundamental y abundante de la dienta mediterránea, considerada como una de las más equilibradas del mundo.

En noviembre de 2020 un estudio publicado por nutricionistas de la Universidad Pablo de Olavide y el Instituto de Ciencias de la Conducta de Sevilla concluyó categóricamente que la alimentación sana no es más cara que la menos equilibrada. Para ello se hizo el seguimiento de los hábitos alimenticios de individuos de entre 18 y 57 años y se comparó el coste de su compra diaria.

El problema es que desde entonces, el IPC, y sobre todo el subyacente que es el que más afecta a nuestra capacidad de comprar alimentos, no ha dejado de crecer. Algunos especialistas confirman ahora que, sin duda, la alimentación saludable se ha convertido en un reto para millones de ciudadanos.

En octubre, los CEO de las empresas más importantes del sector de los alimentos se reunieron en el II Encuentro organizado por Food, Retail and Service con la colaboración de KPMG. En la conversación se evidenciaron algunas de las tensiones más graves a las que se está sometiendo la seguridad alimentaria de nuestro país. José María Rodríguez, consejero delegado de la central de compras Euromadi aseguró que los problemas son básicamente los mismos de antes pero «multiplicados por dos». Con la subida de costes de producción y de energía, la repercusión de precios en los alimentos era de esperar. «Se dice que somos culpables los productores o distribuidores, pero lo cierto es que algunos costes están subiendo por encima del IPC».

Los ciudadanos notamos en nuestros tickets que el dinero de la compra da cada vez para menos y los distribuidores afirman que ellos reciben cada vez menos beneficios. Según Francisco González, director general de Plusfresc Supermercats, «mucha gente se piensa que con la subida de precios nos estamos forrando, pero lo cierto es que muchos distribuidores están en situación crítica».

Ante esta situación, crítica para muchos consumidores y también para muchos productores y comerciantes, las medidas de emergencia no son fáciles de vislumbrar.

Cruz Roja Española aboga por la educación al consumidor en la alimentación consciente. Desde sus redes digitales difunden más de 140 recetas saludables disponibles a bajo precio. La filosofía se resume en «mejor pescado y legumbres que carne, y mejor legumbres, verduras y frutas que pescado». La idea se basa en la elección de los productos a los que menos afecta el IPC (aunque no existen productos a los que no les haya afectado nada).

Otras medidas deberían afectar al sector de la alimentación. Por ejemplo, informando con mayor claridad de la procedencia de los productos para facilitar la compra de proximidad, generalmente menos costosa.

Pero la crisis requiere de actuaciones más contundentes. El CEO de Dia España, por ejemplo, es uno de los adalides de la bajada temporal del IVA de todos los alimentos. La medida cuenta con el apoyo de la Asociación de Fabricantes y Distribuidores Aecoc que, en palabras de su presidente Ignacio González, ha reclamado la bajada del IVA de todos los alimentos para reducir las barreras de acceso y para que «no se criminalice a un sector que no es causante de la situación».

Algunos datos ofrecidos en el último Congreso de la Aecoc, hace un par de semanas con reveladores. Las patatas chips han aumentado un 72% sus costes desde enero de 2021 mientras que el precio al consumidor lo ha hecho un 17%. El coste de producción de los embutidos ha aumentado un 57% en ese periodo y el precio, un 6%. En el caso del pan, producirlo cuesta un 43% más mientras que el consumidor paga un 15% más.

Productores y consumidores, atrapados en una espirar de precios que, en fin, sigue produciendo el efecto que para algunas organizaciones no gubernamentales ya alcanza niveles de crisis grave: las familias españolas encuentran cada vez más difícil dar de comer sano a sus miembros.

¿Condenados a engordar sin remedio?

¿Estamos condenados desde el nacimiento a estar gordos o delgados? ¿Por qué hay personas que parecen poder comer sin freno todo lo que quieran sin ganar peso y otras tienen una mayor facilidad para engordar?

El debate sobre las raíces genéticas de la obesidad es largo y aún no está definitivamente cerrado. Pero una nueva investigación llevada a cabo por científicos del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) podría aportar cierta luz al respecto. En un estudio publicado en la revista científica «Genome Biology», se da cuenta del hallazgo de una versión de un gen que estaría implicado en la nutrición celular y que confiere a los individuos que lo portan una menor tendencia a acumular grasa y engordar. En otras palabras, las personas que nacen con esa modalidad genética tienen más facilidad para permanecer delgados de por vida.

Uno de los coautores del trabajo, Alejo Efeyan, advierte que «esto no significa en absoluto que quienes tengan esta variante puedan comer en exceso sin engordar», pero lo cierto es que la presencia de esta variante, que poseen el 60% de los europeos, marca una mayor tendencia a la delgadez. De ser así, 6 de cada 10 ciudadanos de Europa podrían mantener su figura por debajo de los umbrales del sobrepeso con facilidad.

La influencia de los genes en el peso no está clara. Muchos estudios afirman que para la población general el Índice de Masa Corporal depende en un 20% de la dotación genética. El estilo de vida (dieta, ejercicio) cuentan más que los genes, pero no cabe duda de que hay personas cuyo ADN les ayuda a esforzarse menos para estar en forma.

En la actualidad se conocen cerca de cien marcadores genéticos que tienen que ver con la obesidad. Se trata de variantes de genes que aumentan en mayor o menor medida la probabilidad de tener un Índice de Masa Corporal elevado.

El estudio ahora presentado por el CNIO añade una variante más al abanico de factores genéticos determinantes del peso. Los investigadores han estudiado información genética y alimentaria de 790 voluntarios sanos. Se analizó su Índice de Masa Corporal, su cantidad de grasa total y visceral, el perímetro de su cintura y cadera y su masa muscular, entre otros factores.

Con esos datos se procedió a comparar las tablas obtenidas con la presencia o no de 48 variantes genéticas de las que se cree que pueden tener relevancia funcional en el tema a estudiar.

De ese modo se ha podido detectar una correlación evidente entre una de esas variantes en el gen FNIP2 y muchos de esos factores analizados. Esta variante está muy directamente relacionada con el metabolismo celular, en el modo en el que las células «se nutren». En concreto, regula las señales bioquímicas que le indican a la célula cuántos nutrientes tiene disponibles. Dicho de otro modo, la variante en cuestión indica a las células cuándo están «saciadas».

Por desgracia, en seres humanos no es posible aislar el efecto de esta variante genética de otros muchos factores genéticos y ambientales que pueden influir en el peso. Pero la ciencia puede imitar su acción en ratones de laboratorio. Eso es lo que hizo el equipo investigador. Se modificaron genéticamente a varios ratones para que expresaran la variante deseada de FNIP2. Se comprobó que los ratones que tienen ese gen tienen entre un 10 y 15% menos de grasa corporal que sus congéneres.

En la actualidad, se estima que el 60 por 100 de la población europea porta esta modalidad genética. El dato es realmente relevante porque podría indicar que, sobre el papel, esa cantidad de población estaría predispuesta a ser más delgada si el resto de factores fundamentales, entre ellos la dieta, fueran los correctos.