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Reportaje

Álvaro Pinteño: «El dolor también es patriarcal: a ellas se les tacha de neuróticas y a ellos se les niegael derecho a sufrir»

Este fisioterapeuta y divulgador aborda los tabúes del dolor crónico y advierte: «Hay dosis sanas de malestar, no siempre es señal de enfermedad ni igual para todos». Su objetivo: repensar el sufrimiento y recuperar la vida de sus pacientes

Álvaro Pinteño es autor de «¡J*der, cómo duele!» (Arpa) Cedida

Álvaro Pinteño (Ronda, 30 años) mira al dolor de frente. Al suyo y al de los demás. Este fisioterapeuta experto en dolor crónico lo conoce al detalle: cómo se manifiesta y la forma de aprender a vivir con él. Según el último «Barómetro del dolor crónico en España 2022», elaborado por la Fundación Grünenthal y el Observatorio del Dolor de la Universidad de Cádiz, este afecta a un 25,9% de la población adulta en España, lo que supone más de nueve millones de personas; de ellas, un 22,2% sufre depresión y un 27,6% ansiedad derivados de su situación.

Ante esta realidad, y con la experiencia por bandera, Pinteño ha plasmado en «¡Jder, cómo duele!*» (Arpa) una interesante y divulgativa reflexión sobre el dolor crónico y cómo abordarlo. Como preámbulo, en su encuentro con LA RAZÓN, asevera que «es fundamental entender que no todo dolor es una señal de alarma o enfermedad. Algunas molestias son parte natural del movimiento, de la adaptación, de la vida misma». De ahí nace la expresión que suele utilizar a menudo y que genera cierta sorpresa: las «dosis sanas de dolor».

«El problema es que vivimos en una sociedad marcada por la inmediatez: queremos soluciones rápidas para cualquier incomodidad. Algo tan común como una molestia muscular tras hacer ejercicio ya se percibe como patológica, cuando en realidad puede ser una señal de que el cuerpo se está adaptando». Es decir, que el dolor (o, mejor dicho, algunas formas de este) conjuga con la vida y, aunque sea visto como antítesis de la salud, en ocasiones hay que comprenderlo e integrarlo en su contexto. Él, desde su consulta de fisioterapia en Ronda, lo sabe de buena mano.

«La definición de salud de la OMS como un estado completo de bienestar ha generado intolerancia al sufrimiento. Antes, cuando había menos herramientas, se asumía que ciertas dolencias eran parte de la vida. Hoy, cualquier incomodidad se vive como algo insoportable. Hay quienes llaman a esto el “síndrome de la princesa y el guisante”: una sensibilidad extrema a estímulos mínimos. Pero esas pequeñas dosis de incomodidad, bien gestionadas, pueden fortalecer nuestra resiliencia».

Aunque no le guste generalizar, y poniendo distancia con lo que supone un dolor crónico insoportable, Pinteño sí se moja a la hora de afirmar que en la actualidad somos demasiado frágiles. «A menudo se consulta por dolores que no indican un problema real, sino una dificultad para convivir con sensaciones desagradables. Cosas normales como un duelo o una pérdida requieren tiempo, no soluciones inmediatas. Estar en contacto con el sufrimiento, físico o emocional, puede fortalecernos si lo entendemos bien».

Y es que no existe un concepto de dolor universal, sino que este es víctima de la subjetividad y «está influido por el contexto, la cultura y el aprendizaje. No hay dos personas que vivan el mismo dolor de la misma manera, aunque el diagnóstico sea idéntico. Por ejemplo, un dolor lumbar puede ser incapacitante para alguien y casi insignificante para otra persona, dependiendo de su historia de vida, sus creencias, su educación emocional».

Como dato, y ya que Pinteño lo saca a colación, el dolor crónico –que es aquel que se produce de forma continua durante más de cuatro días por semana y persiste desde hace al menos tres meses– tiene a las lumbares como protagonistas. En concreto, este tipo de dolencia afecta al 58,1% de los pacientes que padecen dolor crónico. Eso sí, un 27,1%, según el «Barómetro del dolor crónico en España 2022», desconoce la causa de su enfermedad, lo que dificulta su abordaje terapéutico.

Por este motivo, la educación en el dolor también es necesaria: «Desde pequeños aprendemos, incluso en conversaciones casuales, cómo se valora el dolor. Frases como “no seas exagerado” ya marcan un límite simbólico. Aunque es una experiencia privada, el dolor siempre se comunica, y quienes nos rodean influyen en cómo lo vivimos», puntualiza este sanitario que también ejerce con éxito de creador de contenidos en las redes sociales.

Para él, «no se trata de eliminar con la mente el dolor, pero sí de cambiar la narrativa. Comprender qué está pasando y tener información puede transformar la experiencia del dolor. No es magia, es neurobiología».

Precisamente sobre la percepción del dolor también reflexiona. ¿Quién no ha escuchado aquello de que los hombres son más quejicas y soportan menos las molestias que las mujeres, pese a que la ciencia y la estadística confirmen que son ellas las que padecen mayores dolores? Otro dato: las mujeres presentan una mayor prevalencia de la enfermedad (30,5%) respecto a los hombres (21,3%). Pinteño añade que hay estudios de dolor experimental (que no es lo mismo que dolor clínico) que muestran que las mujeres tienen una percepción del dolor más estable, independientemente del contexto. En cambio, los hombres son más sensibles a factores sociales. «Por ejemplo, toleran más dolor si están acompañados de ciertas personas o si se sienten observados. Eso tiene mucho que ver con los roles de género. En consulta lo noto: los hombres tienden a verbalizar menos, a vivir el dolor como una pérdida de masculinidad. Las mujeres, en cambio, tienden a expresar más, y culturalmente se les han permitido otras formas diferentes de afrontamiento».

O sea, que el sistema patriarcal también hace de las suyas en cuestiones del dolor...

Sí, sin duda. Cuando ellas lo expresan, se las tacha de neuróticas, y a ellos se les niega el derecho a sufrir. Pero también te digo: me parece importante visibilizar que los hombres también sufren dolor crónico. Muchas veces lo hacen desde un lugar muy silenciado, porque están atravesados por una serie de mandatos que les empujan a aguantar, a rendir, a ser proveedores. Incluso cuando el cuerpo está pidiendo frenar, muchas veces se continúa entrenando, trabajando, sosteniendo... Y eso genera una sobrecarga brutal. El dolor, su expresión y su vivencia están muy condicionados por el contexto social, y ese contexto sigue siendo en gran medida patriarcal. La sociedad no determina todo de forma absoluta, pero sí moldea. No somos solo individuos aislados, somos parte de un sistema. A veces nos gustaría reaccionar de otra manera ante el dolor, pero no lo hacemos por la forma en que nos han enseñado a soportar o a silenciar el sufrimiento.

Y este sesgo de género no quedaría aquí, sino que el fisioterapeuta nos cuenta cómo impacta en el tratamiento de ese dolor: «Las mujeres, en consultas médicas, tienden a recibir menos opiáceos para el dolor que los hombres y, a veces, se patologiza más su expresión emocional; como decía, se las tacha de neuróticas cuando están expresando sufrimiento legítimo. Eso también afecta a largo plazo: estrategias más evitativas pueden cronificar el dolor. Y claro, no podemos ignorar las diferencias fisiológicas: hormonas, menopausia, etc.».

Otro aspecto interesante que aborda Pinteño es el de la relación entre el placer y el dolor, una dualidad no exenta de polémica y sobresalto del personal. Y es que, neurológica y bioquímicamente, dolor y placer comparten circuitos y sustancias. Pone como ejemplo típico el del masoquismo. «Se suele malinterpretar, diciendo que estas personas sienten placer por el dolor, pero no es exactamente así. El dolor sigue siendo dolor; lo que cambia es el contexto. En un contexto sexual, por ejemplo, la percepción de ese dolor se modifica y puede vivirse como placentero. Lo que resulta placentero no es el dolor en sí, sino lo que significa dentro de ese contexto». Y puntualiza que en las personas con dolor crónico se ha visto una alteración en los circuitos de recompensa. «Muchas veces dejan de disfrutar de cosas que antes les gustaban. Por eso, desde la fisioterapia moderna, se trabaja desde un enfoque centrado en la vida, en la recuperación del bienestar. Les pregunto: ¿Qué has dejado de hacer por el dolor? ¿Qué te gustaría volver a hacer?».

¿Están conectados el dolor físico y el emocional?

Totalmente. A día de hoy, gracias a estudios con resonancia magnética funcional, sabemos que el dolor activa regiones del cerebro que se solapan con las emociones. Es decir, no es solo una señal física. No basta con que un nervio dispare una señal para que sintamos dolor. Tiene que haber también una interpretación emocional. Por eso decimos que el dolor no es solo una experiencia sensorial, sino también afectiva. Dolor sin emoción es simplemente una señal. Pero cuando esa señal se encuentra con una narrativa, una vivencia, ahí es donde aparece el sufrimiento.

De todo ello se entiende entonces que el dolor es una construcción social, y así lo asevera este experto. Afirma que el dolor es real, «profundamente real», pero no es una entidad objetiva y universal como una fractura que podemos ver en una radiografía. «Es una experiencia subjetiva que emerge de la interacción entre el cuerpo, el cerebro y el entorno. Por eso dos personas con una misma lesión pueden sentir niveles de dolor completamente distintos. Una puede seguir con su vida prácticamente normal, y la otra estar totalmente limitada».

Consciente de que el dolor crónico «roba vidas», él busca el modo de acompañar a aquellos que lo padecen. Y lo hace escuchando, sin negar la realidad que manifiesta cada paciente: «A partir de ahí, reconstruimos juntos. La fisioterapia, cuando se hace bien, no va solo del cuerpo. Va de la vida que ese cuerpo quiere habitar».

Por eso, dice que su objetivo no es solo reducir la intensidad del dolor «en una escala del uno al diez», sino ayudar a cada persona en particular a recuperar lo que ha dejado atrás por este dolor crónico. «Volver a bailar, caminar por el campo, reír, tener intimidad, disfrutar. Porque cuando recuperamos eso, el dolor cambia. No siempre desaparece, pero se vuelve más habitable», sentencia.