Accidente de tren en Santiago

Angrois, lo peor empieza ahora

Un mes después de la tragedia, los psicólogos empiezan a detectar síntomas de depresión entre «los héroes» del accidente. Heridos y familiares de víctimas acuden a diario al municipio en busca del hombre que les salvó para darle las gracias

De izq a dcha, Abel Rivas, José Ramón Gutiérrez e Isidoro Márquez, tres vecinos que ayudaron en las labores de rescate
De izq a dcha, Abel Rivas, José Ramón Gutiérrez e Isidoro Márquez, tres vecinos que ayudaron en las labores de rescatelarazon

Intentan volver a su vida normal, pero no lo consiguen. Les llaman héroes, pero insisten en que no lo son. Les hacen tres o cuatro propuestas diarias de entrevistas. Llaman de televisiones japonesas, de Alemania, de la BBC, pero ellos sólo quieren volver a sus costumbres, ésas que se esfumaron la noche del 24 de julio cuando jóvenes, adultos y ancianos se volcaron en ayudar a los viajeros del tren 4155. Son los vecinos de la parroquia de Angrois, a sólo unos kilómetros de la capital compostelana. «Ya no quiero hablar más», «¿Otra foto? No, por favor. Estamos muy cansados». Son las repuestas de muchos de ellos a las decenas de periodistas que acuden a la trágica curva de A Grandeira que linda con esta pequeña aldea.

Martín Rozas, el vicepresidente de la Asociación de Vecinos, es uno de los tres hijos de Pilar Rozas, dueña del único bar de la zona, Rozas o Tere. Su madre estuvo al pie del cañón durante 72 horas. No cerró el bar ni un minuto y ahora le pasa factura. Sale de la cocina y nos reconoce. «¿Cómo estás?», me pregunta. No me da tiempo a responderla y las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. Sabe que vuelvo para preguntar por sus recuerdos, esos que intenta borrar. Pilar, al igual que mucho vecinos, sufre síndrome postraumático. «Es normal que llore, intenta no recordar y eso tampoco es bueno», explica Carlos Álvarez, psicólogo clínico del Hospital Clínico de Santiago. Por su consulta ya han pasado algunos heridos, una enfermera que ayudo en las vías y algún vecino de Angrois. «Es normal que al principio no sufran tanto como ahora, al mes empiezan a experimentar problemas de sueño, síntomas de depresión. Es normal, aunque muchos de ellos no tendrán que pasar por nuestras consultas, normalizar sus sentimientos les va a ayudar a salir adelante». Es el caso de Abel Rivas, al que muchos conocen como el «héroe de la camiseta roja». Fue uno de los que más víctimas rescató y, «gracias a Dios, estoy bien. He ido a ver a un psicólogo pero me ha dicho que no necesito tratamiento. Creo que comentar lo que pasó entre nosotros me ayuda a superarlo».

El día antes de que se cumpla un mes del mortal accidente, en el puente en el que termina la curva, flores, mensajes y velas recuerdan el incidente. No dejan de venir curiosos, familiares y heridos. Muchos se acercan por el bar de Pilar. «Buscan al hombre que les salvó, pero nosotros no nos acordamos. Ellos nos describen su ropa y, a veces, resulta que eres tú. Te agradecen todo lo que hicimos», explica su hijo Martín. Saca una carta, viene de Francia. «Me la ha mandado una de las enfermeras que ayudó». La guarda con celo. Les cuesta hablar con la prensa.

Isidoro Máiquez también forma parte de la asociación. No quiere hablar, pero al final cede. «Estamos muy cansados». Le tiembla el ojo derecho. Está tomando medicación. «No puedo dormir porque aunque agradecemos todas las muestras de apoyo, no podemos más. Ha sido un mes con mucha presión». El psicólogo clínico insiste en la necesidad de recuperar su vida. «Si siguen saliendo en los medios y no vuelven a sus rutinas, puede pasarles algo similar a lo que les ocurrió a algunos familiares de las niñas de Alcasser, que nunca superaron la tragedia porque no abandonaron las televisiones», sostiene el psicólogo. El experto alerta de que los síntomas pueden surgir pasados los años y que lo peor es que sus recuerdos se conviertan en su presente, es decir, que «recuerden los hechos como si los hubieran vivido ese mismo día». Recomienda que fijen un ritual, una conmemoración colectiva, pero que sea una vez al año, no que vivan constantemente recordando las trágicas imágenes como le pasa a Palmira, una de las más ancianas de la zona. Vestida siempre de negro, se pasea cada día por la zona del accidente: «Subió al cielo y ¡pum!, nos cayó casi encima», repite.