
Entrevista
El biógrafo del Papa: «El gran éxito de Francisco fue la reforma cultural de la Curia»
Austen Ivereigh se adentró en el lado más íntimo del Papa: «Había en él una parte muy contemplativa y privada difícil de alcanzar»

El Papa «bendijo» la biografía, «El gran reformador» (Penguin), con la que Austen Ivereigh (Guildford, Reino Unido, 1966) indagó en la parte más íntima y profunda del Pontífice argentino. «Has sido demasiado amable conmigo», le comentó tras su lectura. «Yo le respondí, en broma, que la próxima vez sería más duro», dice en esta entrevista con LA RAZÓN. A raíz de aquello, ambos entablaron un vínculo que les llevó, incluso, a escribir otro libro juntos. Así se gestó la reconstrucción que este británico hizo de los aspectos más desconocidos de la vida de Francisco.
¿Qué fue lo que más le sorprendió de Francisco al comenzar a investigar sobre su vida?
Su valentía. Me impresionó profundamente, especialmente durante la época de la dictadura en Argentina. Por ejemplo, en el Colegio Máximo –la gran casa de formación jesuita donde vivía como provincial– escondía en el piso superior a personas perseguidas por la dictadura, fingiendo que hacían los Ejercicios Espirituales. Él mismo los sacaba uno por uno, envueltos en frazadas, y los llevaba cerca del cuartel militar de Campo de Mayo para que pudieran escapar. Años después confesó que necesitó terapia para manejar los nervios de aquel tiempo. Pero fue capaz de sostener esa tensión interna con una discreción y una valentía increíbles.
¿Le fue fácil acceder al entorno de Francisco para elaborar su primera gran biografía «El gran reformador»?
No, para nada. Cuando fui a Argentina, pocos meses después de su elección en 2013, muchos jesuitas aún estaban reacios a hablar. Había una historia compleja entre él y la orden. Pero poco a poco fui ganando su confianza. Creo que el hecho de que hablo con acento argentino, y que fui jesuita un tiempo, ayudó. Se dieron cuenta de que no buscaba escándalos, sino entender profundamente. Por otra parte, él daba muy pocas entrevistas, no se exponía mucho públicamente. Incluso cuando era arzobispo y cardenal, no era alguien muy mediático. Entonces, para poder entenderlo y reconstruir su vida, tuve que hablar con muchas personas que lo conocían de cerca. Así, poco a poco fui reconstruyendo su perfil.
¿Cómo reaccionó Francisco a su libro? ¿Le dio «feedback»?
Nunca hablamos directamente del libro, aunque sí supe que lo había leído. Varios obispos latinoamericanos me dijeron entre risas: «El Papa quiere que leamos tu libro para entenderlo a él». Años después, cuando nos sentamos juntos por primera vez en 2018, me dijo: «He leído varias cosas suyas. Solo tengo una crítica: usted es demasiado amable conmigo». Me reí con alivio.
¿Qué le respondió usted?
Le dije en broma que sería más duro la próxima vez. Pero él continuó diciéndome algo que me marcó: que no se consideraba un líder heroico, sino más bien alguien que simplemente intentaba acompañar procesos. «Yo estaba listo. Yo estaba preparado para volver a Buenos Aires para cerrar la Pascua. Nunca pensé en ser Papa. No vine con ningún plan. No estoy imponiendo ninguna gran visión, sino que estoy avanzando como puedo», añadió. Me hizo comprender que su liderazgo era más como el de un director espiritual: uno que ayuda a otros a discernir la voluntad de Dios, pero sin imponer. Creo que, en el fondo, me estaba diciendo: «No me hagas mito». Y eso fue lo que desarrollé mucho más en mi segundo libro, «El pastor herido».
¿Cambió mucho su visión sobre él entre los dos libros?
Sí, radicalmente. «El gran reformador» aún tiene ese mito del líder heroico. Pero en «El pastor herido» comprendí mejor su liderazgo espiritual. Por ejemplo, su manera de afrontar la crisis de abusos sexuales no fue solo con reformas jurídicas, sino llevando a la Iglesia a una conversión profunda. Él creía que los cambios estructurales sin una transformación cultural no bastan. Y la verdad es que el Vaticano hoy es un lugar muy diferente del que era hace diez o quince años. Yo creo que el mayor éxito de Francisco en la reforma de la Curia fue justamente ese: el cambio cultural. Antes, la actitud en Roma hacia los obispos era de «alteza», así, de corte imperial. Hoy, los dicasterios preguntan: «¿En qué podemos servirles? Estamos aquí para escuchar». Y no es solo cortesía. Es una mentalidad distinta. Una transformación real.
¿Qué destacaría de los encuentros personales que ha tenido con él?
Su sentido del humor y su humildad. Siempre te hacía sentir como si te conociera de toda la vida. Y, al mismo tiempo, había una dimensión muy interior y contemplativa en él, que no compartía con nadie. Tenía una especie de «soledad del liderazgo, esa parte inaccesible que probablemente guardaba para la oración. Y si uno escucha los testimonios, los míos, pero también los de tantos otros, sobre cómo era Francisco en el trato personal… a mí me parece que se asemeja mucho a lo que debieron sentir los discípulos al estar con Jesús.
¿Será recordado como un Papa santo?
Sin duda. Su santidad se expresa en su confianza radical en la acción de Dios. La Iglesia primitiva lo llamaba «paciencia», esa capacidad de esperar confiado en lo que vendrá. Francisco la encarna de forma extraordinaria. Para mí, su santidad está en su forma de reflejar el estilo de Dios: cercano, compasivo y misericordioso.
¿Existe un legado oculto de Francisco del que aún no somos conscientes?
Su gran legado, en mi opinión, es el estilo. No solo lo que la Iglesia cree, sino cómo lo vive y lo comunica. Él nos mostró que evangelizar no es solo predicar, sino actuar con misericordia, ternura y apertura. Y en ese sentido, la sinodalidad –caminar juntos– es el instrumento clave. Nos enseñó una nueva forma de ser Iglesia. Para Francisco, la fe cristiana no nace de una idea o una doctrina, sino de un encuentro. Como también decía Benedicto XVI, el cristianismo comienza con una experiencia del encuentro con la misericordia de Dios. Y ese encuentro te transforma. Cambia tu forma de ser, de mirar, de actuar. Estaba convencido de que estamos viviendo un cambio de época. Un tiempo en el que la Iglesia ya no cuenta con el poder, la influencia o el prestigio de antes. Y que eso no debe verse necesariamente como una pérdida, sino como una oportunidad: la oportunidad de volver a lo esencial.
Tras la publicación de dos libros sobre él, le propuso escribir uno mano a mano. ¿Cómo surgió el proyecto?
La idea del libro «Soñemos juntos» surgió después de una entrevista con él que, aunque me fascinó, también me dejó un poco insatisfecho porque sentí que él tenía mucho más para decir. Le propuse hacer un libro para toda la humanidad, con un camino para salir mejor de la crisis y empezamos a vernos regularmente a partir de 2021. Estábamos en pleno confinamiento, así que el contacto fue principalmente a distancia.
¿Cómo reaccionó él?
Le encantó la idea, aunque me dijo: «Voy a necesitar mucha ayuda suya». Y así fue. Yo le mandaba preguntas por escrito, y él grababa las respuestas con el iPhone de su secretario, quien luego me las enviaba como archivos de audio. Yo las transcribía, y con eso fuimos armando el libro. Tuvimos algunas llamadas telefónicas también, pero ese fue el formato principal.
Recuerdo una anécdota: yo estaba arreglando el jardín de mi casa, con el ruido de la máquina y los cascos de protección puestos cuando vi a mi mujer desesperada haciéndome gestos. Llevaba tiempo gritándome y no la oía: «¡Es el Papa! Al teléfono», me dijo. Yo salí corriendo y le pedí perdón por hacerle espera, nos reímos mucho ambos.
¿Qué otras anécdotas o encuentros atesora?
Tengo muchos recuerdos de nuestros encuentros. Cada uno era distinto. Lo vi en muchos estados diferentes. Una vez, por ejemplo, lo visité justo después de que salió esa entrevista donde mencionó la bandera blanca en el contexto de Ucrania. Se malinterpretó como un llamado a la rendición, cuando él en realidad hablaba de una tregua, de un alto al fuego para proteger vidas. Y eso lo afectó. Le dolió mucho ver que sus palabras se habían malentendido. Ese día lo vi triste, preocupado. Pero incluso en momentos así siempre mantenía un espíritu de alegría, una inteligencia viva, un interés por todo. Era muy curioso.
Tenía buen humor...
Muchísimo. Su humor y su humildad iban de la mano. Era muy especial. Siempre digo que esas dos palabras vienen de la misma raíz: humus, tierra. Francisco tenía los pies bien plantados en la tierra. Y nunca se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Esa combinación de ligereza y profundidad… era muy curiosa. Pero, insisto, había en él una dimensión profundamente privada. Una parte contemplativa, muy interior, difícil de alcanzar por los demás.
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