Espacio
El meteorito de Córdoba. ¿Un ensayo para lo que nos va a caer del cielo?
A partir del 5 de marzo, otro asteroide, de similar tamaño al que ha sobrevolado tierras andaluzas, se acercará a la Tierra pero tampoco impactará
A partir del 5 de marzo, otro asteroide, de similar tamaño al que ha sobrevolado tierras andaluzas, se acercará a la Tierra pero tampoco impactará
Que ocurran cosas como la que sucedió esta semana en los cielos de Córdoba es inevitable. A las 2:32 horas del miércoles, una bola de fuego recorrió el firmamento. Los detectores de meteoros de la Universidad de Huelva, la de Sevilla y de los observatorios de Calar Alto en Almería, Arenosillo en Huelva y la Hita en Toledo registraron la perturbación. No había duda, se trataba de una roca de unos 400 kilos de peso que entró en la atmósfera terrestre a 60.000 kilómetros por hora, estalló por culpa del rozamiento y el calor y se fragmentó antes de llegar al suelo, generando una espectacular esfera luminosa: un meteorito en toda regla. Días antes, otros meteoros habían sido detectados por los observatorios españoles. Pero, a diferencia de aquéllos, el del miércoles era suficientemente grande como para, una vez desmembrado, mantener parte de su roca sólida con capacidad de impactar en el suelo. De hecho, el remanente fragmento de un metro llegó a chocar contra tierra cordobesa.
La roca procedía de muy lejos: del asteroide 2013DF, un pedazo de escombro del Sistema Solar equivalente a un edificio de 15 plantas que hace tres años se aproximó a la Tierra. Durante aquel acercamiento puede que parte de su estructura pétrea se desprendiera. Quizá dejó algunas esquirlas que floraron en órbita de acercamiento a nuestro planeta. Los eventos sucedidos en nuestros cielos los últimos días pueden ser consecuencia de la entrada en la atmósfera de esos fragmentos.
Dentro de unos días, a partir del 5 de marzo, otro asteroide de similar tamaño, el 2013TX68, se acercará a la Tierra a una distancia equivalente a dividir el trecho entre la Luna y nuestro planeta entre 25. Es decir, una roca procedente de los confines del Sistema Solar va a enhebrar su órbita entre las de la Tierra y la Luna, pasando entre ellas sin tocarnos (como si el hilo entrara en el ojal de la aguja sin tocar los bordes). Si toca puede provocar una catástrofe.
Lo dicho, es inevitable que pasen estas cosas. Como inevitable es que algún día el hilo roce el borde. Tarde o temprano, una de esas rocas del espacio caerá sobre la Tierra con capacidad de hacer daño. Cada cinco o diez años, un asteroide del tamaño de un autobús escolar se acerca a la Tierra. Cada cincuenta, uno impacta. Los ojos de los astrónomos están ahora puestos en el próximo acercamiento de marzo. Los 30 metros de roca del 2013TX68 no parecen preocupantes.
No será éste uno de esos que caen al suelo cada medio siglo. Aunque aún no se ha determinado la órbita exacta, los cálculos demuestran que en su momento de mayor acercamiento a la Tierra estará a unos 18.000 kilómetros... o a unos 14 millones de kilómetros.
¿Cómo es posible que los expertos no sepan aún si el cuerpo va a pasar a unos cuantos miles de kilómetros o a unos cuantos millones de kilómetros? La razón es que 2013TX68 fue descubierto hace demasiado poco, sólo hace tres años. De manera que no hemos tenido tiempo de observarlo lo suficiente. Además, durante buena parte de estos tres años la roca ha viajado de cara al Sol, dificultando su observación. Con estos mimbres, los cazadores de asteroides sólo han sido capaces de estimar su posible trayectoria. De momento, estamos seguros de que no chocará con nosotros dentro de unas semanas. Pero la roca volverá a acercarse en 2017. En ese caso, hay una probabilidad de uno entre 250 millones de que nos caiga en la cabeza. Las consecuencias de ese impacto son fácilmente predecibles.
Su tamaño es el doble del de el asteroide que se desintegró en la atmósfera a la altura de la localidad rusa de Chelyabinks el 15 de febrero de 2013. Aquel cuerpo generó una onda expansiva que reventó las ventanas de las casas a varios kilómetros a la redonda e hirió a 1.500 personas. La NASA cree que un impacto de esta otra roca generaría el doble de daños. Pero ¿qué daños?
Una reciente declaración de Charles Bardeen, del National Center of Atmospheric Research, pintaba un panorama nada prometedor. Un choque de una roca de un kilómetro podría crear un cráter de 15 kilómetros y expulsar grandes cantidades de polvo. Si el impacto no ocurre en el mar o en el desierto, se generarán temperaturas tan altas que el cielo se llenará de carbonilla. Existen modelos informáticos que sugieren que, en el peor de los casos, el polvo y el carbón en suspensión permanecerán diez años en la atmósfera y reducirán la cantidad de radiación solar que llegue a la superficie terrestre en un 20%. Estaremos sometidos a una repentina edad de hielo con una reducción media de las temperaturas en ocho grados. La superficie del océano se enfriará medio grado. Las lluvias descenderán en un 50%.
La cosa no acaba ahí. La superficie helada de la Tierra crecerá. Con ello aumentará el albedo terrestre, es decir la cantidad de luz del Sol que es reflejada en el espejo blanco de hielo. Esa luz activará los procesos químicos que descomponen el ozono atmosférico. Perderemos casi un 55% del ozono, con lo que aumentará la radiación ultravioleta que impacte en nuestros cuerpos. Una crema solar que tenga protección 50 sólo nos protegerá como una de cinco. Habrá que esconderse del Sol.
Todo esto podría pasar si el dichoso 2013TX68 termina chocando contra un terreno rocoso. Recuerden, sólo hay una probabilidad de 1 entre 250 millones de que ocurra. Pero algún día la probabilidad de impacto será mucho mayor. Hay quien dice que el asteroide que chocará con la Tierra ya tiene nuestro nombre apuntado en el fuselaje. Viene hacia nosotros y quizá no estemos tomándonos la amenaza en serio. En marzo de 2014 una roca de diez metros pasó a menos de 77.000 kilómetros de la Tierra (una sexta parte de la distancia con la Luna). Lo malo es que no nos dimos cuenta hasta que ya había pasado. Si hubiera apuntado hacia nosotros ni la hubiéramos visto antes de impactar. Diez metros no es suficiente para hacernos daño.
Actualmente, la NASA traza la órbita de unos 1.600 asteroides potencialmente peligrosos. De ello se sabe casi todo: tamaño, distancia, peso, velocidad y cuáles serán sus órbitas futuras. Suena tranquilizador. Lo malo es que saberlo no nos servirá de mucho. No existen protocolos de actuación. No tenemos tecnología suficientemente avanzada como para detener el choque o desviar la órbita de la amenaza. Por eso, cada vez que un meteorito ilumina el cielo nocturno en algún lugar del mundo, como esta semana en Córdoba, los expertos se apresuran a recodarnos que si la humanidad aún no ha vivido un impacto cataclismático es quizás por una buena jugada del azar, pero que quizás haríamos bien en dedicar algunos recursos más al estudio de esas rocas flotantes en el espacio.
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