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España en verano: En 20 años no estaremos solos

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La NASA ha presentado su hoja de ruta para buscar extraterrestres con dos nuevos telescopios.

Jean Jacques Annaud cerró su adaptación cinematográfica de «En busca del fuego» con un plano revelador que explicaba la evolución del hombre. Su protagonista, uno de los primeros Homo sapiens, había descubierto en su aventura la fuerza de los sentimientos y había comprendido de dónde provienen los hijos. Por eso, después de acariciar el vientre de su pareja, levanta la cabeza hacia la luna. Es hora de hacerse nuevas preguntas. Y una muy sencilla le ha perseguido al hombre desde épocas remotas: ¿hay vida más allá de nuestro planeta?

Han pasado cientos de años, la duda permanece y la Tierra se ha quedado pequeña –aunque aún no se han desempolvado muchos de sus misterios– y los sapiens del siglo XXI han vuelto a centrar su mirada en esos puntos luminosos, como explica Carlos Briones, investigador del Laboratorio de Evolución Molecular del Centro de Astrobiología del CSIC, «a la caza de química replicativa», es decir, en busca de vida similar a la que conocemos en la Tierra. También es uno de los principales anhelos de la NASA, que ayer mismo presentó su hoja de ruta para los próximos años en su búsqueda de «marcianos»: «En algún momento en el futuro cercano, la gente será capaz de apuntar a una estrella y decir que tiene un planeta como la Tierra», afirmó ayer Sara Seager, profesora de Física y Ciencia Planetaria del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Éste es uno de los argumentos que apuntó para explicar por qué los telescopios van a ser la clave de esta exploración. «Los astrónomos piensan que es muy probable que cada estrella en nuestra galaxia tenga al menos un planeta», añadió. Es una manera de aprovechar la tecnología del Hubble, el Spitzer y el Kepler. Tres telescopios que, además de ir a la caza de otros planetas, también podrían determinar si los planetas que identifican cumplen o no con las condiciones para que exista vida. A ellos se sumarán el satélite TESS en 2017 y el Webb en 2018. La «New Space Vision» buscará «señales químicas que indiquen la existencia de ciertas moléculas», explica Briones. Las herramientas que llevan estas gigantes cámaras «son capaces de analizar los enlaces de las moléculas que vibran y crean señales», imperceptibles para el ojo humano pero que rayos como el infrarrojo sí son capaces de captar. Por eso, la NASA estima que en 20 años podrían encontrar vida.

Hasta finales de los años 70 ninguna institución había apostado por buscar trazas biológicas que pudieran delimitar si fuera de nuestra atmósfera había vida o no. La misión Viking de la NASA fue la primera que lo intentó en el Planeta Rojo. Sus conclusiones: la superficie marciana es hostil a la vida, la hace imposible. Sin embargo, no se descartó el subsuelo, el único lugar donde los microorganismos podían protegerse de la radicación que la fina atmósfera de Marte permite pasar. «Yo me habría escondido allí», bromea uno de los mayores especialistas en la materia, Ricardo Amils, experto en Microbiología y Biología Molecular del Centro de Atrobiología-CSIC. Parece fácil llegar a esta deducción, pero, ¿cómo se iba a plantear excavar en el astro si ni siquiera se había analizado la tierra que pisamos? Amils recuerda cómo «hasta 1995 no se publicó un documento que analizara nuestro subsuelo». Son investigaciones complejas, pero básicas para determinar si pudo haber o hay actividad más allá de nuestra atmósfera. Gracias a estas dos aproximaciones, se creó una nueva disciplina científica que hoy es básica para responder a la cuestión: la astrobiología. «Lo que más nos interesa es encontrar moléculas producidas por los seres vivos que, sin ellas, no se producen», explica Briones. Así, encontrar una proteína sería un avance clave porque sabemos que la química por sí sola no las produce. Un ser vivo las ha tenido que crear. Lo mismo ocurre con el ADN.

Si trasladamos el universo a nuestro día a día, «acercarnos» a Marte sería como bajar al súper del barrio. «Sólo» se tardan seis meses en llegar. De ahí que los esfuerzos de los investigadores se centren en él. Aun así, existen proyectos más ambiciosos como «Juice» de la ESA, en el que también colabora España y que saldría de nuestro barrio para cambiar de pueblo y acercarse a una de las lunas de Júpiter, Europa. «Parece una bola de hielo, pero detrás de sus capas sólidas se encuentra un gran lago de agua con una media de 80 kilómetros de profundidad. Y ya sabemos que contiene sales y que el hielo la protege de la radiación solar», subraya Briones. Eso sí, para llegar tendríamos que pasar cerca de ocho años viajando. Imposible con la tecnología actual. El mayor paso de gigante es el de los exoplanetas. Sería algo así como viajar de España a Rusia para llegar al planeta más cercano fuera de nuestro Sistema Solar. Y no se busca cualquier planeta, sino aquellos cuyas condiciones son propicias para albergar vida. Pedro Amado es el responsable español de la misión Carmenes. Desde el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) trabaja en la construcción de dos instrumentos que, fijos en el observatorio de Calar Alto (en Almería), «serán capaces de detectar planetas de tipo terrestre. Buscaremos a partir de finales de 2015 entornos parecidos al nuestro».