Ciencia
Jorge Alcalde: «Kepler eligió a su mujer mediante algoritmos matemáticos»
Presenta su más reciente libro, «Arquímedes, el del teorema», en el que descubre las historias de los científicos e inventores más relevantes, desde Newton y Einstein hasta Maxwell y Marie Curie.
Presenta su más reciente libro, «Arquímedes, el del teorema», en el que descubre las historias de los científicos e inventores más relevantes, desde Newton y Einstein hasta Maxwell y Marie Curie.
En estos días de homenaje a los libros, cuando parece que los volúmenes tienen vida propia y asaltan a los posibles lectores desde las casetas de las ferias donde se exponen, es fácil perderse entre centenares de títulos y volver a casa con el equivocado. Siempre es mejor que volver con las manos vacías, pero si hay posibilidad y recomendación previa, nada como no fallar en la elección. Un libro para todos –y todas, que dirían los políticos–, con el que disfrutar de lo lindo, aprendiendo, es la nueva obra de Jorge Alcalde. La especialización en asuntos científicos de este periodista, grandísimo contador de historias, le capacita de una forma más que sorprendente para hacernos entender casi lo imposible. Leer lo que cuenta sobre ciencia es siempre un privilegio. En esta ocasión más, si cabe, porque no solo nos pone al día sobre cuestiones científicas, sino sobre los propios investigadores que nos abrieron los ojos respecto a ellas.
Así, en «Arquímedes, el del teorema» (Planeta), tendremos la oportunidad de conocer parte de las historias de estos personajes de personalidades tan fascinantes como la del propio Arquímedes. «Era un genio –dice Alcalde– en todos los sentidos de la palabra. Pero, además, era un vividor, un tipo muy bien relacionado en la Siracusa de su época, siglo III y medio, IV a.C. con el rey Hierón, que utilizaba su ingenio para buscarse la vida y también para salvar a su ciudad natal de las invasiones de los enemigos. Se cuenta –aunque no se sabe muy bien si es verdad o no porque en los personajes antiguos es fácil que se mezclen la realidad, la leyenda, el mito y las expectativas–, que llegó a investigar la posibilidad de fabricar un prototipo de arma que hoy pasaría por un rayo láser mágico de “La guerra de las galaxias”». Esa es solo una de las curiosidades que recoge el libro de Alcalde, en el apartado que dedica a Arquímedes, donde se explica, además, que ese rayo mágico que el científico estuvo a punto de construir consistía en una especie de gran espejo que debía reflejar los rayos del sol y hacerlos coincidir en un momento exacto cuando pasase un barco enemigo y, con esa energía acumulada, quemarlo. Y el mundo creyendo que lo de Arquímedes era un teorema y nada más.
En cuanto a Kepler, al que siempre recordamos como a quien nos hizo empezar a contemplar que la tierra no era el centro del universo, Alcalde nos descubre otras cosas. «Aparte de que también nos enseñó que podíamos observar el movimiento de los astros y predecirlo, Kepler tuvo una vida bastante tortuosa que le obligó a dejar de investigar en algún momento, como cuando tuvo que defender a su madre en un juicio de la Inquisición, tras haber sido acusada de manera muy torticera de brujería por una vecina con la que tenía unas deudas y que la acusó de haber hecho ciertos maleficios que, evidentemente, nunca había realizado. Gracias a esa defensa, la madre de Kepler pudo salvar la vida tras largas y penosas torturas. Pero su hijo tuvo que dejar la ciencia mientras la defendía porque era muy metódico y o se dedicaba a una cosa o a la otra. Tan metódico era que eligió mujer a través de las matemáticas: hizo un casting de varias candidatas y fue anotando sus cosas buenas y malas y con ellas hizo unos algoritmos. La que mejor resultado obtuvo fue la que le enamoró». Me quedo de pasta de boniato. Aunque siempre he sabido que los científicos no son iguales al resto de los seres mortales y que se puede esperar cualquier sorpresa de ellos.
Estudios clandestinos
Que Marie Curie llegara a donde llegó, por ejemplo, es un absoluto milagro. «Sin duda, porque fue una mujer que tuvo que salir de su colonia natal cuando era niña y estudiar matemáticas en condiciones muy duras. Era polaca en la Polonia invadida por la Rusia zarista, así que hablaba polaco, odiaba a los rusos y era mujer, tres condiciones que hacían muy difícil en aquella época estudiar ciencias. Aun así ella estudió matemáticas de manera clandestina en una universidad “flotante”, que formó su padre para acoger precisamente a niños y niñas polacos que carecían de acceso a los estudios. Y consiguió una dotación intelectual gigantesca; tan gigantesca como para ser la única persona que ha obtenido dos premios Nobel, en una familia en la que también su marido lo tenía, en la que lo obtuvo su hija. Imagínate las conversaciones del desayuno...».
Le digo al autor que sospecho que no hubiera podido meter baza. Sin embargo, sí habría podido hablar con Newton, no solo de manzanas y de gravedades, sino de estafas de preferentes, por desgracia tan vigentes en nuestra historia reciente. «Él fue una víctima de lo que pudo ser una primera estafa de preferentes del siglo XVIII. Invirtió muchos de sus ahorros en la compañía Los Mares del Sur que, en teoría, tenía que hacer negocio capitalizando el comercio con las Indias en el Reino Unido, pero que, en realidad, era una burbuja. Se le pidió a mucha gente célebre de la época que invirtiese para poner la cara, pero no puso ni un centavo, solo eso, la cara. El dinero lo ponían los pequeños ahorradores que venían detrás. La compañía burbuja, evidentemente, quebró y atrapó a muchos ahorradores, entre ellos a Newton, que estuvo a punto de arruinarse en aquel trance. Por eso dijo aquello de “he sido capaz de medir las constantes del universo, pero no la estupidez y las locuras humanas”».
Newton, Einstein, Maxwell, Semmelweis, Darwin y algunos otros científicos más enseñan sus trastiendas en «Arquímedes, el del teorema», gracias al autor de este libro absolutamente espectacular que no les debe faltar en su selección de las ferias del libro. Aunque solo sea para que no se queden sin saber que hasta en la ciencia ha imperado siempre el machismo y que por eso a Jocelyn Bell le robaron un premio Nobel. «Un Nobel que ella nunca ha reclamado – asegura Alcalde–, tal vez porque tuvo una educación religiosa muy austera (era cuáquera en el Reino Unido) y debió de parecerle que aquello era cosa del destino; el caso es que jamás ha levantado la voz para pedir su premio. Sí lo ha hecho toda la comunidad científica, que la ha convertido en el símbolo de un machismo imperante en la ciencia, aún sin erradicar en pleno siglo XXI».
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