Ciencia y Tecnología
Supersapiens: seremos más inteligentes
Memoria transportada de un cerebro a otro, de manera casi automática, como si cargáramos un pendrive lleno de datos en el interior del cráneo recibiendo un flujo de información que antes no se tenía. Un estudio realizado por científicos de Carolina del Norte demostró no hace mucho que es posible.
En concreto, logró traspasar un patrón de información cerebral de un ratón de laboratorio a otro. En las jaulas del centro de investigación de Neurofisiología Wake Forest un ratón aprende a realizar una tarea comúnmente utilizada para conocer la capacidad de memoria de los animales. Se llama prueba DNMS y consiste en entrenar al roedor para que conozca un objeto o un patrón y diferenciarlo de un objeto nuevo que se le presente. Generalmente se premia al animal cuando elige el objeto nuevo introducido, es decir, cuando demuestra recordar las formas y colores del anterior.
Los neurólogos han sido capaces de codificar la información memorizada en el hipocampo del ratón, en decir, detectar los cambios en la actividad neuronal que se producen cuando el animal recuerda las diferencias entre los objetos de la prueba. De ese modo pueden activar y desactivar las células implicadas en el proceso de memorización.
Una vez lograda la codificación de la memoria, acudieron a otro ratón que no había sido entrenado. Utilizando técnicas de estimulación neuroeléctrica activaron en este segundo ratón las mimas células que funcionaron en el primero al aprender la diferencia entre objetos. Parece el relato de una novela de ciencia ficción pero, sorprendentemente, el segundo ratón aprendió espontáneamente la tarea que se le había enseñado con entrenamiento al primero.
Pongamos el ejemplo en su modo más hiperbólico: lo que estos científicos han logrado, a pequeñísima escala, es algo similar a si mañana uno de sus hijos se estudia el examen de Matemáticas y le pasa la información directamente al cerebro del otro que no ha dado ni golpe. Se trata de uno de los casos más espectaculares jamás logrados de «mejora artificial de la inteligencia».
Mikhail Lebedev, médico e investigador de la Universidad de Duke, es uno de los científicos más implicados en el estudio de las técnicas de ampliación de la inteligencia. En sus propias palabras, «para el año 2030 el uso de prótesis que amplíen nuestra capacidad natural de memoria o aprendizaje no será solo un objeto de extravagantes investigaciones, formará parte de nuestra vida cotidiana».
No todos los expertos se muestran tan optimistas. El estudio de la memoria y la inteligencia sigue siendo un terreno demasiado resbaladizo y sujeto a incertidumbres como para pretender convertir la capacidad cognitiva humana en una función sustituible, como la de un miembro que se suple con una prótesis. Pero lo cierto es que algunas investigaciones ya publicadas y contrastadas ponen los pelos de punta.
En la Universidad de Tubinga, Susanne Diekelmann investiga sobre la importancia del sueño en el desarrollo de nuestra inteligencia. Es obvio que dormir bien resulta fundamental para tener unas capacidades cognitivas sanas. La pérdida de horas de sueño a lo largo de la semana tiene una incidencia demostrada en el deterioro de muchos procesos intelectuales como la atención, la memoria, la toma de decisiones y el aprendizaje. Pero, ¿podría darse la vuelta a la tortilla? Si dormir mal afecta a nuestra inteligencia, ¿hay algún modo de dormir «bien» para aumentarla? Diekelmann cree tener algunas pistas. Por ejemplo, ha averiguado que puede manipularse externamente la función reparada de la memoria que tiene el sueño. Un grupo de voluntarios aprendió a memorizar una serie de tarjetas con figuras reconocibles mientras se les exponía al olor de un agradable perfume. A la mitad de ellos se les expuso a ese mismo olor por la noche, mientras dormían. Aquellos que habían dormido bajo el aroma recordaban mejor los objetos memorizados al día siguiente.
Aunque la idea de poder aprender algo durante el sueño parece más bien un mito, lo cierto es que el descanso nocturno tiene, entre otras, la misión de fijar nuestras memorias diarias. Y ahora se sabe que es posible apoyar esa función con técnicas artificiales para mejorar los resultados.
Manuel Casanova, profesor de la Universidad de Carolina del Sur, edita la publicación más importante del mundo en el área de la mejora cognitiva, un libro electrónico con más de 150 artículos donde se discute sobre hechos, mitos, fantasías y realidades en torno a esta área de la ciencia: «Frontiers Research Topics».
«Te sorprenderías de lo avanzados que vamos a estar en esta tecnología en los próximos 20 años», dice. Algunas áreas ya están ofreciendo la perspectiva realista de aumentar la capacidad de memoria del cerebro humano de manera significativa. La nanotecnología, por ejemplo, pretende modificar internamente las estructuras neuronales para aumentar las conexiones del cerebro. La llamada resonancia pasiva pretende hacer resonar las frecuencias de actividad de dos cerebros para mejorar sus capacidad de trabajo. La electrónica busca miniaturizar los aparatos cotidianos (chips, ordenadores, etc...) hasta el extremo de poder implantarlos intracranealmente... sería como llevar el iPhone literalmente pegado a la oreja, ¡pero por dentro!
Aunque muchos neurólogos recelan de esta actividad científica a medio camino entre la realidad y la ficción, lo cierto es que su avance parece imparable. No se trata de lograr una especie humana de superhéroes del saber. Pero el estudio de estas técnicas ofrece prometedoras respuestas a problemas que aún no tienen solución como la pérdida de memoria por culpa del alzhéimer o los síndromes del espectro autista. No tendremos ciudadanos artificialmente inteligentes, pero quizá sí más sanos.
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