Javier González Ferrari
González Ferrari: «Veo el piloto rojo encendido y aún siento un pellizco en el estómago»
El presidente de Atresmedia Radio recibe hoy el Premio Nacional Manuel Aznar en el Día Mundial de la Radio
Poco amigo de lisonjas, el presidente de Atresmedia Radio, Javier González Ferrari, va a hacer hoy una excepción: primero, porque se celebra el Día Mundial de la Radio –«que ya tocaba», afirma– y, después, porque le conceden el Premio Nacional Manuel Aznar Acedo al mejor director de emisora. «Que me concedan un premio con el nombre de Manuel Aznar es irrechazable por el respeto que le tenía. Le conocía desde pequeñito porque él y mi padre, Antonio González Calderón, trabajaban juntos», explica. Dicho de otra forma: González Ferrari es hijo de uno de los pioneros, de cuando hacer radio era una aventura y, como tal, un territorio a explorar. Como muestra, un botón: como cuenta González Ferrari, a su padre, en uno de esos encuentros de periodistas al calor de un bar, le lanzaron un envite: «El guión de un programa de radio es la voz», le comentó uno de sus compañeros. Al progenitor de González Ferrari esa afirmación se le quedaba pequeña, porque pensaba que la radio era sonido y lo demostró con «Pasos», una producción radiofónica que sólo se sustentaba en efectos sonoros. Además de enmendar la plana a su compañero, también consiguió el prestigioso Premio Italia. Lo cuenta Ferrari en un homenaje a esa radio «que es la banda sonora de la vida de España» que, aunque en los sesenta –por aquello de la censura, los informativos y las tertulias eran una quimera– se sustentaba en programas de entretenimiento y las famosas radionovelas, también cumplía con la función de formar con el «Teatro del aire», afán radiofónico en el que estaba implicado su padre y en el que se adaptaron clásicos del teatro.
El medio de la intimidad
Ya en el presente, González Ferrari es tajante: «Mi vida es la radio, la televisión sólo la sobrevolé. No concibo haber vivido de otra manera. Aún ahora, las pocas veces que me pongo delante de un micrófono porque me van a hacer una entrevista y veo encendido el piloto rojo siento un pellizco en el estómago». Y es que cree que es el medio que procura la mayor intimidad entre el comunicador y el oyente, «porque mentalmente nos ponemos en la situación de hablar para sólo una persona, no pensamos en términos de audiencia. Es como estar en la barra del bar hablando a un amigo». Y no se le olvida una recomendación para los futuros profesionales que quieran dedicarse a la radio: «Yo se lo digo a mis estudiantes del CEU: tienen que ser naturales, hablar como lo hacen normalmente. Nada de ser engolados. La técnica es importante, pero menor. Lo que importa, lo que logra que se sea un buen comunicador, es transmitir sentimientos, emoción». Para él, en ese sentido el punto de inflexión llegó cuando por fin eran los propios periodistas los que leían el parte, «porque por fin accedimos a los micrófonos y sabíamos lo que estábamos leyendo».
Si se le pregunta por la situación profesional que le dejó más huella, ahí está el golpe de Estado del 23–F. Pero, sobre todo, los tres meses de juicio en los cuarteles militares de Campamento. «Veía a un compañero que enviaba crónicas de tres minutos... ¡Eso es una barbaridad para la radio! Este medio exige ser concreto, con un titular en el que decías ''Todos contra Armada'', ya estaba dicho todo». Recuerda aquellos días en los que las horas de trabajo se multiplicaban, enviaba tres crónicas diarias aguantando en los recesos del juicio los insultos de los familiares de los golpistas... «Había mucha tensión y nuestra labor como periodistas radiofónicos era crear imágenes con la voz. ¡Ahí me hice mayor!».
Lo dice un periodista que cree que en esta profesión hay que ser un corredor de fondo, que ahora es presidente de Atresmedia Radio y que cada vez echa «más de menos el micrófono; a veces pienso que por qué lo dejé, pero la vida es una sucesión de etapas. Eso sí, volveré a hacer colaboraciones en tertulias».
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