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Cuando las monjas mandaban (mucho más) en la Iglesia

La película «La abadesa» refleja el poder social y eclesial que ostentaron algunas religiosas en la Edad Media

Película 'La abadesa'
Película "La abadesa"RTVE

Estaba olisqueando un libro sobre la historia de Cataluña. Por causalidad, se topó con un nombre que le hizo detenerse en la lectura. Y no avanzar más. Emma. Solo un par de párrafos hacían referencia a una chica de 17 años a la que de un día para otro le pusieron al frente de un convento allá por el siglo IX, cuando los musulmanes tenía prácticamente a sus pies toda la península. A Antonio Chavarrías no le hizo falta saber mucho más sobre ella. De hecho, aunque lo intentó después, tampoco pudo encontrar otros datos sobre una joven que, de un día para otro se vio obligada a asumir un liderazgo, a priori meramente institucional, pero que ella convirtió en ejecutivo, en real. Una apuesta personal que la llevó a ser cuestionada y juzgada tanto dentro como fuera del cenobio por usurpar un poder reservado solo a ellos. Así nació «La abadesa», película escrita y dirigida por el cineasta barcelonés que llegará a los cines el día 22.

«Su edad se convirtió en uno de los motores para construir una historia en torno a ella», asegura el creador de «Dictado», «Volverás» y «El elegido», sobre la priora, que encarna la actriz Daniela Brown. «Quizá por su juventud no supo valorar los conflictos que se le venían encima ni el terreno que pisaba, esa filosofía de la ignorancia que la lleva a crecerse», relata Chavarrías sobre un guión que refleja cómo «las mujeres siempre han tenido problemas serios en cualquier época histórica cuando han dado un paso al frente». «Tan excepcional ha sido su poder que las pocas que lo han ejercido se han convertido en personajes históricos, mientras que otras tantas, como Emma, apenas han alcanzado notoriedad», apostilla el director.

Lo cierto es que, entre el siglo VIII y el siglo XVI tuvieron una «singular» autoridad institucional en una Iglesia dominada por hombres. Así lo certifica Alberto Royo Mejía, promotor de la fe en el Dicasterio vaticano para las Causas de los Santos: «La autonomía jurisdiccional de los monasterios femeninos pertenecientes a la familia benedictina y cisterciense, independientes de la autoridad episcopal local al estar directamente subordinados a Roma, implicaba que las abadesas tenían autoridad sobre el clero y la población del distrito, así como la posibilidad de ejercer muchas prerrogativas propias de los obispos, excepto aquellas estrictamente relacionadas con el sacramento del orden». En un tono coloquial, Royo Mejía habla de un poder «semiepiscopal», por lo que incluso a ellas se las podía ver con símbolos propios de un obispo, como el anillo, la mitra y el báculo. De hecho, la abadesa de Chavarrías ostenta el «bastón de mando» del obispo en varias escenas. El sacerdote español aclara que eran auténticas «señoras feudales» que no solo regían su monasterio, sino que también eran soberanas, con implicaciones legales y económicas de los territorios anejos.

Es más, Royo Mejía explica que, junto a las abadesas, principalmente en Alemania también se dio la figura de las canonesas: «Consagradas por el obispo, ante quien profesaban los votos de castidad y obediencia, las canonesas dirigían monasterios con derechos reconocidos que testimonian su grado de autoridad». «Podían participar en las sesiones del capítulo de la catedral y de los sínodos diocesanos, y tenían poder disciplinario sobre el clero», relata, poniendo como ejemplo a Santa María de Überwasser y Santa Úrsula en Colonia.

En España, junto a la desconocida Emma, el promotor de la fe entresaca a sor Juana de la Cruz, una toledana que nació en 1481, que siempre quiso ser monja. Abadesa terciaria franciscana de Cubas de la Sagra, el cardenal Cisneros le dio potestad sobre la parroquia del pueblo, esto es, la convirtió en párroco y la sacerdote le redujo a capellán. Este privilegio lo tuvo también, entre otras, la abadesa de Las Huelgas, en el siglo XII. «Tuvo una autoridad institucional que no era común en su ambiente y en su tiempo, fruto de un privilegio particular, por lo que fue envidiada y odiada. Ella usó dicho poder sabiamente y como servicio al bien de los demás», suscribe Royo Mejía.

«La abadesa» se estrena en un contexto reformista en la Iglesia, con el Papa Francisco situando a más mujeres que nunca en puesto de responsabilidad en la Curia romana y en pleno estudio sobre la posibilidad de recuperar el diaconado femenino como ministerio, pero sin que abra puerta alguna al sacerdocio para ellas. «Cuando acabé de escribir el guión me di cuenta de que había muchas cosas actuales, como el conflicto musulmán-cristiano o el papel de la mujer en un mundo masculinizado», apunta Chavarrías. «Yo no soy quién para decir qué puestos tienen que ocupar ellas en la Iglesia, pero está claro que la Iglesia debería dejar de estar tan desmasculinizada, no solo porque esté fuera de lugar en este tiempo, sino por mera justicia». «Creo que el Papa Francisco va por ahí», deja caer el director, convencido de que al pontífice le gustaría su cinta: «No tengo ninguna duda de que le ayudaría a reflexionar, quizá no lo vería bien y tendría sus críticas, pero algo le aportaría seguro porque he podido comprobar cómo les ha gustado a personas de perfiles muy opuestos».

Una luz auténtica y voces gregorianas reales

El relato y las actrices enganchan. Pero «La abadesa» logra además una atmósfera envolvente gracias a la luz y al audio. Antonio Chavarrías y su equipo se empeñaron en utilizar iluminación natural. «Casi no manipulamos la imagen y nos servimos de las velas, de las candelas y de la poca claridad que entraba por los ventanales porque queríamos reflejar el ambiente real de la abadía con todas esas tonalidades naturales», explica el director. Este empeño lo trasladó a los exteriores. «Alterábamos las jornadas de trabajo porque quisimos aprovechar las tormentas y la nieve, con el desafío que supone la climatología para un rodaje», recuerda. Para la música y otros detalles que buscaran reflejar con fidelidad el «ora et labora» contó con el asesoramiento del rector del seminario de Huesca y de un coro de mujeres especialistas en canto gregoriano: «En las escenas donde las monjas entonan cantan las actrices susurrando y justo detrás de las cámaras estaban ‘las gregorianas’ con sus voces reales que eran las que se escuchan, dando vida y verdad a la película».