Opinión

El diluvio de sangre (II)

Dará comienzo en 1830 la que Pío XII denominará, más de un siglo después, como la «Era de María»

Soldados franceses en 1914
Soldados franceses en 1914Bibliothèque nationale de France

En el capítulo anterior hicimos referencia al ensayo de Gilles Lameire sobre el «diluvio de sangre» provocado por el rechazo de Francia a consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús como –por medio de Santa Margarita Maria de Alacocque– le había sido solicitado en 1689 al entonces Rey Luis XIV. Ni él ni sus sucesores lo harán y exactamente 100 años después, día tras día, se desencadenará la Revolución que acabará con la Monarquía que desde Carlomagno y durante mil años había sido la garante del poder temporal de los papas, mínimo poder pero imprescindible entonces, para asegurar la soberanía espiritual del Papa como vicario de Cristo en la Tierra y cabeza de la Iglesia. Era la considerada como «Misión» de Francia en la Historia. Lameire desarrolla un exhaustivo análisis de Teología Histórica en el devenir de Francia a partir de entonces, poniendo de relieve cómo ese rechazo ocasionará una continua sucesión de tragedias sobre la nación que los papas habían denominada como «la fille ainé» (la hija primogénita) de la Iglesia desde la conversión del Rey de los francos Clodoveo, en 489. La prosperidad de Francia fue considerada segura por diversos Pontífices mientras ella fuese fiel a su «Misión». De tal forma que su grandeza se vinculaba a la libertad del Papa y los Estados Pontificios. En el siglo XIX, cuando la Revolución había producido los efectos de una notable pérdida del sentido cristiano por parte del pueblo francés, Dios acudió en su ayuda por medio de unas Mariofanias que precedieron en todo momento a periodos de especial tribulación. Así dará comienzo en 1830 la que Pío XII denominará, más de un siglo después, como la «Era de María», caracterizada por un incremento notable de venidas suyas al mundo en ayuda de la humanidad. Así la aparición de la Rue du Bac de París en 1830 precederá en tan solo unos días a la revolución de Julio que derrocó a Carlos X, último rey de la Casa de Borbon, dinastía reinstaurada tras la derrota de Napoleón en Waterloo en 1814. Sucederá igualmente con la aparición de La Salette en 1846 , que precedió a la revolución de 1848: cada aparición de la Virgen María es un desafío al poder de las tinieblas. Cuando el poder pontificio está amenazado también se aparece en Francia, y será en Lourdes en 1858 antes de la derrota de Castelfidardo en 1860 donde el ejército papal es vencido y pierde la Umbría y las marcas anexionadas del Piamonte. Los papas eran conscientes de que ese reducido poder temporal era imprescindible para asegurar su soberanía espiritual «en el orden actual de la providencia», de tal forma que Pío IX nunca reconoció esa anexión sarda, quedando solo en posesión de Roma y sus alrededores, protegidos por una guarnición francesa. Los enemigos de la Iglesia compartían esa certeza sobre su poder temporal, y la unificación de Italia con capital indiscutible en Roma, es el pretexto utilizado para intentar acabar con ella. Pero la fuerza militar francesa era el seguro frente a esa amenaza. Napoleón III había dado garantías de ese apoyo, pero el 19 de septiembre de 1846 en la Salette, Nuestra Señora había advertido a los dos pastorcillos que comunicaran al Papa Pío IX que no se fiara del Emperador, que le «traicionaría y Dios le castigaría por ello». En la noche del 18 al 19 de Julio de 1830 en la Rue du Bac de París , Santa Catalina Labouré había entendido que 40 años después «correría mucha sangre en Francia y que el arzobispo de París sería asesinado...». Exactamente así fue: el 19 de Julio de 1870 a los 40 años de la Rue du Bac estalla la guerra franco prusiana. El día anterior, el 18 de Julio ante el inminente peligro para el poder temporal del Papa, el Concilio Vaticano I define el dogma de la inefabilidad papal cuando se pronuncia «ex cátedra» en materia de doctrina y de moral. Napoleón III ha traicionado a la «Misión» de Francia y ha retirado la guarnición que protegía Roma, y el 19 de septiembre, aniversario de la Salette, los piamonteses asedian Roma... y los prusianos asedian París. El 20 de septiembre cae Roma y el Papa se recluye en el Vaticano considerándose prisionero. Y unos días antes el 4 de septiembre, en Sedán, Napoleón III había sido derrotado por Bismarck y exiliado a Londres. Su traición había sido castigada como anunció la Virgen en La Salette. Pío IX y sus sucesores durante 59 años permanecerán sin salir del Vaticano, hasta el 11 de febrero de 1929 en que con los acuerdos lateranenses nacerá el Estado de la Ciudad del Vaticano: era el día de la fiesta de la Virgen de Lourdes.

Los hombres faltamos a nuestros deberes para con Dios pero Él cumple sus promesas con Su Misericordia por encima de la Justicia cediendo a las peticiones de Su Madre. En enero de 1871 los prusianos ya vencedores en la guerra estaban prestos en la Bretaña para comenzar una invasión que arrasaría el suelo francés. La situación para Francia era desesperada: París estaba asediada y los prusianos controlaban dos tercios del país. El 17 de enero por la tarde, la Virgen se aparecerá en Pontmain a dos niños y les dirá que rezaran, que tengan confianza, que «Su Hijo se deja tocar». Para esa misma tarde «nuestras tropas estarán en Laval» había afirmado el Alto Mando prusiano. Pero unas horas más tarde, una orden tan inesperada como formal impedía el avance y al día siguiente las tropas estaban alejadas a veinte kilómetros de la ciudad de Laval. Nuestra Señora de Pontmain –reconocida por la Iglesia– les había impedido el paso. Unos días más tarde se firmó el armisticio y Francia perdió Alsacia y la Lorena y grandes indemnizaciones pero se había salvado de ser literalmente arrasada. Pero la petición del SCJ seguía sin ser cumplida en lo esencial y debía expiar su pecado contra la Iglesia. La tercera república instaurará un laicismo agresivo que llevará a un estado ateo que reprime cualquier atisbo de iniciativa que reconozca la posibilidad de la existencia de lo sobrenatural. En otra aparición, en 1876 en la localidad de Pellevoisin, Nuestra Señora había afirmado que «Francia no me ha querido escuchar. Francia sufrirá». Pese a que en 1899 el Papa León XIII consagra el mundo al SCJ –«el mayor acontecimiento de mi pontificado», declarará–, el ateísmo legal sigue vigente en Francia y la otrora Cristiandad europea permanece impasible ante el virtual apresamiento del Papa desde 1870. La confianza del mundo estaba puesta en el progreso de la ciencia y la técnica, no habiendo sitio para Dios en él. El 28 de junio de 1914 con el atentado contra el archiduque de Austria-Hungría Francisco Fernando en Sarajevo se abre el escenario que un mes después desencadenará la que sería la Primera Guerra Mundial. En septiembre de 1914 los alemanes se acercan a París que estaba prácticamente indefensa; sin embargo, el día 7 cuando se divisa el SCJ de Montmartre, el ejército detiene su avance. Al igual que sucediera en 1871 en Pontmain con la guerra franco prusiana, el general alemán Von Tschepp arenga a sus tropas con una orden en la que afirma que al día siguiente se jugaba la suerte de la guerra. El día 8 era la festividad del nacimiento de la Virgen y varios cardenales le suplicaron su maternal protección. Y ese mismo día, el ejército alemán detuvo sus operaciones sin que nunca se haya entendido la razón de la misma desde el punto de vista militar. En la Historia está registrado ese acontecimiento como «el milagro del Marne». El general De Castelnau ofreció un exvoto a Nuestra Señora del Buen Socorro, con esta inscripción: «A Nuestra Señora del Buen Socorro, eterna gratitud. Nisi Dominus custodierit». (Si el Señor no custodiara la ciudad). «General de Castelnau, 12 de septiembre de 1914».

(Continuará)