Teología de la Historia

Fátima, en 1917: respuesta ante tres revoluciones que cambiaron el mundo (1517,1717 y 1917)

Estos tres sucesos establecieron un antes y un después en la sociedad,

hasta entonces teocéntrica cristiana

 In this file photo taken on June 30, 1963, Alfredo Cardinal Ottaviani, Italian member of the Vatican Curia, places the Tiara Crown on the head of Pope Paul VI during the coronation ceremony outdoor, in front of St. Peter's.
El cardenal Alfredo Ottaviani, miembro italiano de la Curia Vaticana, coloca la Corona de la Tiara sobre la cabeza del Papa Pablo VI en 1963Luigi FeliciAgencia AP

Siguiendo a san Juan Pablo II y a la afirmación que subtitula esta serie dedicada a la Teología de la Historia, es relevante fijar la atención en tres acontecimientos que han marcado la historia del segundo milenio. Y, más concretamente, desde el momento en que la historiografía considera que termina el milenio de la cristiandad medieval, que se extendió hasta entonces. Y que fueron los mil años transcurridos desde la caída del Imperio Romano de Occidente a finales del siglo V. Y son tres los sucesos a los que cabe calificarlos como revoluciones, en la medida en que establecieron un antes y un después en la sociedad hasta entonces teocéntrica cristiana.

El primero de ellos sucedió el 31 de octubre de 1517, cuando Lutero colgó en la gran puerta de la Catedral de Wittenberg las 95 tesis que darían origen al cisma protestante, que fracturaría a la hasta entonces cristiandad europea. Hablamos de «cisma» y no de « reforma» por cuanto su consecuencia no fue una mera reforma de la religión católica sino su fractura, como es sabido. Es llamativo que coincidiese además con el comienzo efectivo de la evangelización de América por parte de España en el Virreinato de la Nueva España, por parte de Hernán Cortés tras su llegada al puerto de la Vera Cruz en 1521. Precisamente diez años después, en diciembre de 1531, la Virgen de Guadalupe se aparecerá al indio (hoy san Juan Diego) y dará un impulso decisivo a esa misión; de tal manera en que en los diez años siguientes se estima que se incorporarán a la Iglesia católica el mismo número de almas (9 millones) que se habían perdido en Europa por dicho cisma. Sin duda, toda una no mera coincidencia que merece ser destacada y recordada. El protestantismo luterano reconocerá a Dios Jesucristo «pero no a su Iglesia», no reconociendo a su Tradición y su Magisterio, para darle todo el valor sólo a la Escritura y dejando en exclusiva a la razón humana su interpretación.

La consecuencia será el desarrollo del racionalismo que junto con el iluminismo dará lugar dos siglos después, en 1717, a la fundación de la masonería. Será en Londres el 24 de junio y de la mano del anglicanismo, versión del cisma en las Islas Británicas , nacido poco después de Lutero, apoyado por Enrique VIII. La masonería pasará de aceptar a «Jesucristo pero no a su Iglesia» a «negar a Jesucristo pero no a Dios». Un Dios impersonal e indefinido que reconocerá como el «Gran Arquitecto del Universo», GADE, en la barroca liturgia que acompaña a sus rituales. De hecho, será la francmasonería nacida en la gran Logia de Londres una vez implantada en Francia, la principal promotora de la Revolución de 1789. Controlarán las elecciones de abril de ese año y en especial el «Tercer Estado» –el de la «burguesía y el pueblo»– de los Estados Generales, que eran las Cortes estamentales de la Monarquía absoluta. Precisamente, la revolución se iniciará cuando ese tercer Estado reunido en el Jeu de Paume de París (el juego de la Palma) se declarará el 17 de junio de ese año constituido en la Asamblea Nacional y titular de la soberanía nacional y del poder legislativo. Su primer presidente, elegido en 1791, será el Conde Mirabeau, destacado político francés perteneciente a la francmasonería. El siguiente evento de este proceso descristianizador sucederá en 1917, un año señalado en la Historia del momento, protagonizada por la hoy conocida como Primera Guerra Mundial..

En marzo, una revolución liberal dirigida por Kerensky derrocó al Zar Nicolás II de la dinastía Romanov, y poco después será el «octubre Rojo» cuando los bolcheviques al mando de Lenin y Trotsky tomaron el Palacio de invierno de San Petersbugo. Será la Revolución comunista que culminaría el proceso nacido en 1517 para acabar con la Iglesia católica y lo que durante un milenio había sido la Cristiandad. La respuesta del Cielo sería inmediata, y el 13 de mayo de ese mismo 1917, en la portuguesa aldea de Fátima, vendrá la Virgen María revelándose a tres pastorcillos de 7, 9 y 10 años (Jacinta y Francisco, hermanos y hoy canonizados por la Iglesia, y Lucía, respectivamente). En el mensaje que les dirigió el 13 de julio les dijo que venía para evitar la expansión de «los errores de Rusia por el mundo» y una «guerra mayor»: la que sería la Segunda Guerra Mundial. Desde ese momento, Rusia y Fátima están unidas con la guerra y sus errores, y el modo de evitarlos.Hoy de tanta actualidad con la guerra en Ucrania, comenzada por Rusia en febrero de 2022, que ha provocado un rearme general de la UE y que se hable hasta de una Tercera Guerra Mundial. Por supuesto se margina a Fátima, donde el mundo aporta la manera de evitar todos esos peligros. Si la Segunda Guerra Mundial no se evitó fue por no cumplirse ninguna de las peticiones allí efectuadas para ello. Ni la conversión de la humanidad por ser las guerras «consecuencia de los pecados de los hombres»; ni la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, «por medio del Papa en comunión con todos los obispos del mundo». Mucho se ha especulado respecto a esos «errores de Rusia» que tras la Revolución serán sin duda los del comunismo marxista.

Una ideología que se opone frontalmente al orden natural y cristiano, negando a Dios, la religión, la familia y la propiedad privada, mientras que se ha interpretado en exceso la dimensión política del comunismo, obviando su dimensión cultural y filosófica. Por eso, cuando tras la consagración efectuada por Juan Pablo II y sin violencia alguna cayó el Muro de Berlín que dividía la Europa comunista de la Europa Occidental y la misma URSS, se interpretó que esos «errores» habían terminado. El relativismo, hoy imperante en Occidente –y que el propio Benedicto XVI calificó como una dictadura–, ha sido la transformación de la dictadura del proletariado en la dictadura del relativismo. Que precisamente traen causa del materialismo y el evolucionismo marxista.

Hoy en día, aquella Cristiandad europea, transformada en la Unión Europa, ha renunciado de facto y manifiestamente a sus raíces cristianas, perdiendo la identidad histórica que la hizo admirada y grande entre las naciones. Esos «errores» se pusieron de manifiesto incluso en la Iglesia cuando al ser convocado el Concilio Ecuménico Vaticano II, que era una ocasión extraordinaria para que se hiciera la consagración solicitada en Fátima y que se condenaran los «errores» del comunismo, se pactó con la misma URSS que no se haría nada de eso.

Fue el conocido como «Pacto de Metz», celebrado en esa ciudad francesa en agosto de 1962, apenas dos meses antes del comienzo del Concilio en octubre de 1962. En ese Pacto, el Vaticano se comprometió con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú a no efectuar ninguna condena del comunismo a cambio de la asistencia de unos representantes suyos al Concilio. El argumento utilizado fue el de reforzar el carácter ecuménico del mismo y no querer «politizarlo». La respuesta a esa decisión la dará el Papa Pablo VI el 29 de junio de 1972, cuando desde la Basílica de San Pedro afirmó que «el humo de Satanás había penetrado en el templo de Dios».

Pese a todo ello, la esperanza es una virtud que nunca debe perderse, y en este caso con mayor fundamento todavía, tras conocer las mismas palabras que la propia Virgen María le dirigió a Lucía cuando le anunció el 13 de junio de 1929 en Tuy que «para el Cielo había llegado la hora de que el Papa hiciera la Consagración pedida para evitar la guerra».

Y que «el Papa consagraría a Rusia –que se convertiría–,y le sería dado al mundo un tiempo de paz», para culminar con la afirmación de que «al final mi Inmaculado Corazón triunfará».

Menos «rearme militar» y más «rearme ético y moral».Y cumplir lo que Ella anunció en Fátima en 1917 y que formuló precisamente en España , en 1925 en Pontevedra , y en Tuy en 1929.