La opinión de Cristina Lopez Schlichting
Gentrificación
El turismo ha desplazado a las señoras de toda la vida, los comercios de cercanía y las familias y, ahora, al Madrid castizo
Del inglés «gentrification». Sustantivo, femenino. Proceso de renovación de una zona urbana, usualmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por otra de mayor poder adquisitivo. RAE. Pues eso, que el turismo ha desplazado a las señoras de toda la vida, los comercios de cercanía y las familias y ahora el Madrid castizo (lo mismo que Barcelona, Sevilla, París o Londres) es decorado de palo con cuatro negocios históricos (Lhardy, La Violeta, La Mallorquina, Doña Manolita y Casa Diego, en mi ciudad) trufado de franquicias que lo mismo da Nueva York que Tokio.
Total, que me paseo por un dédalo de tablaos flamencos y tiendas de souvenirs con toros remasterizados en azulejo gaudiniano y, agobiada por las hordas que persiguen a los guías con banderita, me siento en la mesa de una terraza. Echo un vistazo a la carta del QR y pone Tripe Madrid style (callos a la madrileña), Roman-style squid (calamares a la romana) y russian salad (pues eso), pero resulta que son las seis y media de la tarde y hace un sol de justicia. También ofrecen una larga carta de vinos, como para que te dé un parraque de calor. Sale el camarero y le pido un café. «Lo siento, no servimos café». ¿Y esa mesa de al lado? (Un matrimonio sudamericano de mediana edad y buena pinta). «Es que han comido antes. Mire usted la carta». ¿Pero cómo voy a comer callos a las seis, buen hombre? ¿Tiene horchata o granizado? «No señora, lo siento».
Finalmente se aviene a servirme una jarra de clara y unas patatas fritas. Los turistas que pasan en enjambre me miran curiosos, porque es su hora de cenar. Cuando retomo el paseo, cruzo por delante de un café que anuncia «cinnamon rolls» que, según internet, es un «pan dulce creado en la década de 1920 en Suecia y Dinamarca». Casa Mira, al menos, expone aún los turrones maravillosos que compraba mi padre (en diciembre). En el kiosko venden «chilled water» y sombreros chinos, también unos abanicos de plástico con toros y sevillanas.
Yo no digo que las masas no tengamos derecho a viajar, lo que digo es que si los visitantes creen que han visto Madrid, andan aviados. Más les valiera probar unas gallinejas en Vallecas o unos pinchos en Carabanchel o el barrio de Villaverde.
Hace mucho que viajo a Venecia en enero, provista de ropa térmica para la humedad y evito cuidadosamente el Café Florián o las góndolas.
Consigo recorrer plazas desiertas y calles con ropa tendida sobre los canales y hasta comerme una pasta con sardinas y un hígado encebollado, sin que quieran venderme una máscara de carnaval. Es turismo de supervivencia.