Religión

La Iglesia estrena el foro más abierto de su historia

Francisco preside la apertura del Sínodo de la Sinodalidad, una asamblea consultiva en la que por primera vez votarán las mujeres y que busca resituar a las Iglesia en el mundo de hoy

Unos entraban cabizbajos al Aula Pablo VI. Otros sacando pecho con sus propuestas bajo el brazo. Y las mujeres, todas ellas, con la sensación de estrenar mucho más que zapatos nuevos. Este miércoles ha arrancado en Roma el llamado Sínodo de la Sinodalidad, una puesta a punto de la Iglesia que se ha convertido en una apuesta personal del pontífice argentino en su empeño de resituar al catolicismo en el mundo de hoy. Durante un mes, hasta el 29 de octubre, el Papa ha convocado en Roma a 464 católicos de todo el planeta, de los que 365 tendrán derecho a voto, en un foro constituido en su mayoría por obispos, pero en el que, por primera vez podrán votar los católicos de a pie, y, por tanto, las 54 mujeres presentes. Si las mitras representan un 75 por ciento de los sufragios en la futurible síntesis final, el mero hecho de que el resto de los votantes no lo sea supone un salto más que significativo en la historia vaticana. En cualquier caso, este foro de reflexión no tiene poder ejecutivo alguno, pero sí consultivo.

Con este punto de partida, Francisco quiso abrir el encuentro marcando las coordenadas para el debate que se dará en las próximas semanas. A las nueve de la mañana, se iniciaba una eucaristía en la que el Papa se alejó de toda reflexión genérica a la hora de expresar qué espera de esta asamblea. En su homilía, Jorge Mario Bergoglio sentenció, nada más comenzar, que «no nos sirve tener una mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas, por ejemplo, si el Sínodo permitirá esto o lo otro; si abrirá esta puerta o la otra». «No, esto no sirve», decretó el Papa en voz alta, para insistir justo después en que «no estamos aquí para celebrar una reunión parlamentaria o un plan de reformas. El Sínodo, queridos hermanos y hermanas, no es un parlamento. El protagonista es el Espíritu Santo».

«Recordemos una vez más -expondría más adelante- que no se trata de una reunión política, sino de una convocación en el Espíritu; no de un parlamento polarizado, sino de un lugar de gracia y comunión». En esta misma línea, el Sucesor de Pedro subrayó que «en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, la Iglesia no se desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el mundo le dicte su agenda».

Y aunque este Sínodo no puede asemejarse en fondo y forma a un concilio, sí busca ser un aterrizaje de las asignaturas pendientes del Vaticano II. Por eso, Francisco no dudó en echar mano en su alocución de Juan XXIII, el Papa que convocó aquella cita reformadora, para explicar que «la sabiduría espiritual» ha de moverse entre «el sacro patrimonio de la verdad» y «las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual». A partir de ahí, y dejando claro que esta nueva asamblea no es una ocurrencia de un jesuita argentino, sino que nace en continuidad de los pontífices que le han precedido, aseveró que «no queremos glorias terrenas, no queremos quedar bien a los ojos del mundo, sino llegar a él con el consuelo del Evangelio, para testimoniar mejor, y a todos, el amor infinito de Dios».

Dos días después de que cinco cardenales buscaran desestabilizar este foro haciendo pública una carta en la que interpelaban al Papa, entre otras cuestiones, por la bendición de las uniones homosexuales, Francisco insistió en la necesidad de configurar «una Iglesia unida y fraterna o al menos que trata de estar unida y ser fraterna, que escucha y dialoga; una Iglesia que bendice y anima, que ayuda a quienes buscan al Señor, que sacude saludablemente a los indiferentes». Es más, defendió «una Iglesia que tiene a Dios en el centro y, por consiguiente, no crea división internamente, ni es áspera externamente». Y quizá con una apostilla a los tradicionalistas, de forma espontánea y dejando a un lado los papeles, compartido su deseo de configurar «una Iglesia que, con Jesús, se arriesga». En este sentido, defendió «una Iglesia que acoge, no con las puertas cerradas». Ante los obispos de todo el planeta, reiteró el mismo mantra que repitió ante un millón y medio de jóvenes este verano en Lisboa en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud: «Vengan ustedes que le han cerrado la puerta a la esperanza, ¡la Iglesia está aquí para ustedes!. La Iglesia con las puertas abiertas para todos, todos, todos». Por el contrario, el Papa rechazó otros modelos eclesiales, como «una Iglesia rígida -una aduana-, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; una Iglesia cansada, replegada en sí·».

Con estas premisas, por la tarde, los padres y las madres sinodales cambiaron de escenario. Del exterior de la plaza pasaron al Aula Pablo VI, que será el espacio de debate diario, tanto en sesiones generales como en los llamados grupos menores, distribuidos por diferentes lenguas. Y si por la mañana, Francisco evocó a Roncalli, por la tarde se sirvió de Montini para reivindicar su apuesta por la sinodalidad «que todavía no ha madurado». «La comunión es armonía entre los diferentes», apuntó. Estas pistas papales sirvieron para dar vía libre al trabajo en sí que cuenta como hoja de ruta con un «instrumentum laboris», es decir, un documento de trabajo que se ha configurado a partir de las respuestas a un sondeo mundial realizado en estos dos últimos años en las parroquias de todos planeta, pero también a través de las redes sociales. En este informe se abordan cuestiones de lo más variopintas, desde una revisión de la liturgia para hacerla más cercana y legible para los fieles hasta la acogida a los homosexuales, la posibilidad de abrir una puerta al sacerdocio femenino, así como dar una respuesta todavía más contundente a la lacra de los abusos sexuales.