Testimonio
«Lo importante no es la discapacidad, sino cómo te presentas ante el mundo»
Inés Rodríguez, afectada por parálisis cerebral infantil, explica cómo utiliza el humor para adelantarse a la discriminación
Inés Rodríguez (Tenerife, 1999) suena animosa al otro lado del teléfono. El sentido del humor se antoja el arma principal de batalla de Inés contra las posibles discriminaciones con las que puede toparse por su discapacidad. El humor y una suerte de explicación preventiva de su condición con la que trata de adelantarse a la sorpresa que pueda causar su forma de caminar o su aspecto. Tolerar silencios incómodos, desde luego, no es lo suyo.
A los 24 años, esta joven neurologopeda es la viva imagen de la autonomía y este año ha sido la cara de la campaña de la Fundación Adecco. Apenas lleva en Madrid un mes y medio y se le nota resuelta y cómoda. Cambió Vitoria por la capital porque aquella ciudad se le quedaba pequeña. La parálisis cerebral infantil que padece le afecta a la función motora de los cuatro miembros en cuanto al equilibrio, la precisión y la fuerza y la coordinación. «Limita todo lo que requiere una movilidad fina, desde ponerme unos pendientes o cortar un filete a escribir a mano por un rato largo», explica. Esto no parece haberle disuadido ni de convertirse en una profesional independiente ni de tener una vida social y de ocio rica y variada.
«A mí, lo que de verdad me gustaría es ser una chica Almodóvar», dice muy decidida. No se trata de otro chascarrillo, una de las cosas que más atrajo a Inés de Madrid es el artisteo y la vida cultural. De hecho, ya se ha apuntado a una escuela de interpretación y no descarta empezar a hacer pronto castings: «¿No dicen que está de moda la inclusión? Pues que me incluyan».
En el mundo hay mil millones de personas como Inés. Alrededor de un 15% de la población de la Tierra vive con alguna limitación física o psíquica. En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, que se celebra mañana, se pretende recordar a este enorme segmento de ciudadanos que han de enfrentarse cada día a los límites y a la discriminación que les imponen los demás.
«Yo suelo echar mano del humor todo el rato. Es que, si no, ¿qué haces? La verdad es que no sufro muchas situaciones incómodas porque trato de adelantarme y aviso a la gente con lo que se va a encontrar para que lo sepa y esté preparada. Respondo a las preguntas que pueden tener y zanjo el tema cuanto antes». Este modo de acción también lo usa en la aplicación de citas Tinder, donde advierte de su condición desde el perfil para que no haya malos entendidos: «Básicamente pongo que soy coja y lo enlazo con mi Instagram. La verdad es que nadie de la gente con la que he quedado hasta ahora se ha levantado y se ha marchado, aunque hay de todo, claro. Suelo decirles que cuando nos veamos me van a reconocer súper rápido, ja, ja».
Su trabajo en un centro de atención al daño cerebral en Alcalá de Henares le ocupa gran parte de su tiempo y le plantea nuevos retos cada día. «Veo cosas que son un poco duras, personas con patologías neurodegenerativas motoras como ELA. Creo que mi propia discapacidad me acerca a este tipo de pacientes porque ven que les puedo entender de verdad y se sienten comprendidos. Esta unión entre el terapeuta y el paciente es fundamental para lo que hacemos. Es verdad que hay algunas cosas que no puedo hacer, como manipulaciones, pero lo derivo a otro compañero y me acabo apañando». Su primera opción fue estudiar la carrera de Psicología, pero entre risas admite que se le pasó el plazo para hacer la matrícula. Ahora no cambiaría su profesión por nada del mundo. En realidad, su trabajo de neurologopeda tiene mucho que ver con su primera vocación.
Uno de los lugares donde reconoce que lo pasa regular es en el transporte público. «Si me quedo de pie, estoy en tensión para no caerme y, si me siento, también. Cuando entra alguien mayor al que debería cederle el asiento noto miradas hostiles hacia mí por no levantarme y entonces tengo que hacer algún gesto con la mano para que se den cuenta de lo que me pasa porque si estoy quieta no se me nota. Me tengo que justificar, vamos».
Escuchando a Inés uno recuerda es de que nunca sabes qué pelea está luchando el otro, pero ella no es muy amiga de lamentos. «Entiendo que me miren mal, yo también lo hago. Nos pasamos el día juzgando, es lo que hacemos». Por ejemplo, cuando sale por ahí de copas «la mayoría de la gente que me ve piensa que estoy muy borracha por mi forma de andar y, bueno, un poco seguro pero no tanto, ja, ja. Mis amigas me tienen que sujetar el cubata porque no puedo bailar y beber al mismo tiempo».
A toda estas anécdotas les pone buena cara y tira para adelante. Cree Inés que, más que la discapacidad, lo que marca una vida es la personalidad, el temperamento. «A mí, que soy hija única, me han educado en la independencia y en la libertad. Mis padres siempre me han dejado mi espacio. Todo está en la personalidad, en cómo te presentas ante el mundo. Es verdad que depende tanto de cómo naciste como de tu entorno de crianza que, en mi caso, no ha podido ser más favorable. Quizá otros tengan menos medios a su alcance. Yo nunca tuve problemas para relacionarme socialmente ni en el colegio ni en la Universidad. Y los desafíos que ahora se me ofrecen tienen más que ver con el panorama laboral o la dificultad propia del trabajo que por la discapacidad».
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