La palabra del año
El JOMO es el nuevo FOMO: el placer de que pasen de ti
La tendencia apunta a que cada vez nos vamos a alegrar más (y a entristecer menos) de perdernos cosas
Que la comparación con los otros es una seña de identidad de nuestra especie nadie lo pone en duda. Es una de las cosas que nos ha permitido llegar hasta aquí porque, si la tribu no te aceptaba, tenías serias posibilidades de quedarte fuera de la cueva y morirte de frío. Pero en la era de las redes sociales, cuando ya no hay (en principio) ningún león que nos persiga, la constante valoración de uno mismo respecto a los demás nos puede amargar la vida. De esta idea nació hace unos años el FOMO (Fear of Missing Out), el temor de perderte cosas y planes que los demás disfrutan y te restriegan convenientemente desde su Instagram o Facebook. Se trata de una ansiedad intensa por sentirte fuera de la pomada que también puede llevar al consumo compulsivo, en este caso más cultural que social, de series, películas, libros, para estar al cabo de la calle. Lo que se dice un no vivir.
En mayor o menor medida, todos nos podemos sentir identificados con una emoción que no es monopolio de “influencers” y adolescentes. En el fondo, sospechar que hay un grupo de Whatsapp en el que no hemos sido incluidos o una cena a la que no fuimos convocados nos rasca en la autoestima. Esta tendencia negativa parece estar perdiendo fuelle ante otra que promete hacernos sentir infinitamente mejor. De los creadores del FOMO llega el JOMO (Joy of Missing Out), el placer de perdernos planes de los que participa gente de nuestro entorno. Los que apuestan por esta filosofía consideran que hemos perdido el norte y el gusto por disfrutar lo que tenemos delante y que no hay tiempo que perder para revertir la situación.
Es verdad que si se practica (quizá sea la edad) surge un cierto orgullo inconfesable (pero que se disfruta por dentro) en no saber de qué está hablando el resto y que nos importe un pimiento. Esta ignorancia tiene un regusto dulce si se presta atención y se saborea de forma consciente. Si se afina un poco más, puede uno incluso alegrarse de los gin-tonics que no bebió en aquella fiesta en la que no estuvo (de nada, hígado) o lo que se ha ahorrado en aquel viaje no realizado que, en el fondo, no fue para tanto.
Según Paula Gutiérrez, de Dovela Psicología, "el placer encontrado en el JOMO estaría relacionado con la autopercepción de autonomía, con el enorme logro que supone que nuestra sensación de valía sea independiente de la confirmación externa". "Cuando decimos ''no'' de manera coherente con lo que deseamos, sentimos que estamos practicando el respeto y amor hacia nosotros mismos. Nos damos cuenta de que podemos lograr darnos nuestro sitio y que no tenemos que complacer al resto para ser queridos y valorados", concluye.
Hasta el momento, la mayoría de estudios en EE UU se ha realizado en torno al FOMO y su efecto en la salud mental de los yonquis de la tecnología. Sin embargo, hay una corriente creciente en ese país (seguro que en breve, en España) que defiende los beneficios del JOMO. Tal y como ha publicado “The Conversation”, algunos de esos hallazgos se produjeron de manera accidental. En el mes de octubre de 2024, miles de millones de personas por todo el mundo se quedaron de forma simultánea sin acceso a sus cuentas de redes sociales por el “apagón” que sufrió la compañía Meta. Un fallo técnico mantuvo a los usuarios apartados durante seis horas de Facebook, Instagram y WhatsApp. Durante los siguientes dos días, un grupo de investigadores rastreó Internet en busca de las experiencias emocionales de los millones de ciudadanos que se vieron privados de su particular “droga” de forma imprevista. Como era de esperar, muchos manifestaron su estrés por lo sucedido, pero, al mismo tiempo, se hizo evidente que hubo una sensación general de alivio e, incluso, sensaciones positivas por el “apagón”. El JOMO había nacido de manera orgánica y espontánea.
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