Opinión

Jóvenes y psicólogos

En mi generación se contaban con los dedos de una mano los que iban a que les ayudasen a bregar con la vida

Una mujer en la consulta del psicólogo
Una mujer en la consulta del psicólogoLa RazónLa Razón

Nos cuenta Marta de Andrés que la mitad de la llamada generación Z, gente entre veinte y treinta años, va al psicólogo. Es asombroso, la verdad. En mi generación, que ya no tiene ni nombre, se contaban con los dedos de una mano los que iban a que les ayudasen a bregar con la vida, vida que no creo que fuera más sencilla que la presente. O quizá sí, quizá la educación que nos dieron nos hizo más fuertes. También la posibilidad, incluso para muchos la obligación, de trabajar desde muy pronto nos restaba tiempo para pensar y hundirnos. No obstante, la ansiedad, la angustia, la depresión y otros males de la mente en una sociedad bastante cruel existían tanto como ahora. De hecho, yo desde que tengo recuerdos, es decir, desde que era una niña pequeña, he vivido un sufrimiento importante. Sufría por mí y por los que tenía cerca. También por los que percibía desamparados por la calle. Incluso, ver algunos programas de televisión, por ejemplo, los partidos de futbol de los tristes domingos por la tarde o cómo atormentaban a los toros en las corridas televisadas que mi padre imponía disfrutar me provocaban una zozobra terrible. Y no lo he superado, la verdad es que me siguen oscureciendo el corazón ambas cosas. Muy consciente de mis pesares, cuando pude pagarme un psicólogo comencé a visitarlos, ya tenía unos treinta años y aunque la terapia individual nunca me alivió, sí las terapias grupales, donde mi sentimiento de soledad se atenuaba. Sin embargo, lo que a mí realmente me ayudó fue escribir, encontrar ese lugarcito en el que podía convertir mi dolor en belleza, mi espanto por la vida en néctar para los necesitados. Eso fue definitivo. Aunque mis males mentales siguen ahí adentro, como los bueyes solos bien me los lamo, frase de mi madre. Hace muchos años que no voy a un psicólogo y no lo extraño. Comprendo, sin embargo, que la chavalería los necesite. Solo me pregunto quién paga ese dineral.