Inseguridad ciudadana

La plaga que asola América

Iberoamérica y el Caribe son, un año más, las regiones con los peores índices de seguridad ciudadana del mundo, incluso por encima de África. Y el crimen no sólo cuesta vidas y causa dolor, empobrece y mucho.

La plaga que asola América
La plaga que asola Américalarazon

Iberoamérica y el Caribe son, un año más, las regiones con los peores índices de seguridad ciudadana del mundo, incluso por encima de África. Y el crimen no sólo cuesta vidas y causa dolor, empobrece y mucho.

Retengan estos datos: en España, la tasa de homicidios por 100.000 habitantes es de 0,8. En El Salvador, de 60. O estos otros: en mientras en Venezuela son asesinadas casi 54 personas por cada cien mil habitantes en Afganistán, país en guerra civil, la tasa es de 12,4. Y las proyecciones de los organismos internacionales, como la ONU, no auguran un cambio a mejor en las próximas décadas. Para 2030, el número de homicidios en América habrá subido hasta 40 por cien mil habitantes, mientras en el resto del mundo descenderá por debajo de 10. Y no será, desde luego, porque no haya suficientes armas en manos de los particulares. Si la autodefensa fuera la solución, como se propone desde alguna formación política española, las ciudades americanas serían un paraíso de seguridad. Pero no. La inmensa mayoría de las muertes violentas se producen con armas de fuego y en las ciudades más afectadas la única seguridad posible se obtiene mediante el desembolso de grandes cantidades de dinero, que hay que invertir en el blindaje de las viviendas y en guardas privados. Las clases altas, simplemente, se aislan en recintos protegidos, en condominios y urbanizaciones con servicios propios y restricciones de acceso. Las clases medias, limitan sus movimientos a lo imprescindible y viven en la angustia permanente por el día a día de los hijos. Pero son las clases populares las que sufren directamente la plaga del crimen y las que ponen mayoritariamente los muertos. Cada país tiene sus propias causas en esta tragedia cotidiana, insidiosa y asumida, pero hay una que se repite en casi todos: la falta de institucionalidad. Fallan las estructuras del Estado, sobre todo en el dominio de la Justicia. Los índices de impunidad de los delitos no tienen parangón. Las policías, ni tan corruptas ni tan ineficaces como podría parecer, están, simplemente desbordadas, los tribunales nadan en la arbitrariedad y las políticas de mano dura, traducidas en asesinatos extrajudiciales, sólo agravan el problema. Pero lo que Iberoamérica necesita perentoriamente es un cambio de mentalidad que no implica sólo a sus élites políticas y sociales, sino a toda la población. Hay que pagar impuestos, reducir al mínimo posible la economía informal y cumplir las leyes. Porque, otra cosa no, pero en capacidad para legislar norma tras norma, que pocos respetan, los hermanos americanos no tienen rival.