Día de la Madre

Las insólitas frases de tu madre que jamás olvidarás

Las insólitas frases de tu madre que jamás olvidarás
Las insólitas frases de tu madre que jamás olvidaráslarazon

Juré que jamás me mojaría el dedo con la lengua para limpiarle a mis hijos la cara y lo hago día sí y día también. Juré que jamás enseñaría fotos «en bolas» de los niños a sus amigos y...

Juré que jamás me parecería a mi madre y soy clavada. Juré que jamás me mojaría el dedo con la lengua para limpiarle a mis hijos la cara y lo hago día sí y día también. Juré que jamás enseñaría fotos «en bolas» de los niños a sus amigos y... parece que hoy hará buen tiempo.

Es como si al dar a luz se activase en tu interior un chip hasta ahora dormido y ya no tuvieses escapatoria. Quién no ha recibido esta orden de su madre: «¡Vete al salón y tráeme el chisme ese que está en la esquina!». Tiemblas y piensas «no puede ser tan difícil, el salón tiene sólo cuatro esquinas». Buscas, miras, remiras y no encuentras «el chisme ese» ni ningún otro chisme. Y vuelves con las manos vacías ante la mirada aniquiladora de tu madre que, tomate en mano, se encamina sin mirar atrás hacia el salón. Pero lo peor no es eso, no. Lo peor es que años más tarde la historia se repite y eres tú la que, tomate en mano, aniquilas a tu hijo con la mirada.

Había otra versión, tan desconcertante o más que la anterior. Tu madre te pedía: «¡Tráeme las tijeras que están en el armario!». Esta vez sí, las órdenes están claras... pues no. Allí no había tijeras ni nada que se le pareciese y así se lo decías a tu amada progenitora. En este caso no obtenías una mirada, no, sino la amenaza de «¡Cómo vaya yo y lo encuentre!»... y lo encontraba. Daba igual que el armario estuviera sumido en el caos más absoluto, allí estaban las dichosas tijeras llamando a voces a tu madre y escondiéndose de ti. Ni que fuera Magneto con imanes en las manos.

Por no hablar de todas y cada una de las profecías que te lanzaba en plan Nostradamus: «Ese chico no me gusta. Cógete una tallita más que se te van a estallar los pantalones. No te tiñas el pelo de rosa. Eso es vino no agua». Y tantas eran las veces que tenía razón que ni Rappel con su bola de cristal. Eso sí, luego te consolaban. Bueno, te consolaban mientras te asestaba la pullita de «ya te lo dije» en sus múltiples versiones.

Y que no se te ocurriese protestar que te ganabas lo de «cuando seas padre comerás huevos». Al principio, uno no entendía muy bien que tenían que ver los huevos con todo esto, pero con el paso de los años... seguías sin entenderlo, la verdad. Si tenías la osadía de decirle a tu progenitora que habías hecho algo «porque sí» y punto ya sabías lo que te venía encima: «Porque sí no es una respuesta». En realidad, lo que tu madre quería decir es que no era una respuesta válida para ti,a ella le venía de perlas eso de «porque lo digo yo y punto».

En ocasiones te hacías el valiente. Ante la advertencia de «o me obedeces o...» uno se venía arriba y se encaraba con ella: «¿O qué?». Daba igual lo rápido o lo ágil que fueses, la habías cagado. Incluso de pequeños, cuando nos avisaban con aquello de «cómo te caigas, encima te doy»...tú ibas y te caías. Ahora lo recuerdas y te ríes pero entonces corrías como alma que lleva el diablo mientras oías en la lejanía tu nombre al completo y los dos apellidos. ¡Qué recuerdos! Parece que fue ayer. De hecho ayer mismo mi madre me mandó a buscar «no sé qué» y le dije a mi hija que fuera ella. Ya no está una para correr... ¿o sí? ¡Feliz día mamá!