Sociedad

Los 38 testigos (silenciosos) del asesinato de Kitty Genovese

Hoy hace 55 años que fue apuñalada en Nueva York una joven a la que sus vecinos escucharon pedir ayuda sin que nadie hiciera nada al respecto. Tras su muerte se acuñó el término sociológico "efecto espectador"

Kitty Genovese en una imagen del documental "The witness"
Kitty Genovese en una imagen del documental "The witness"larazon

Hoy hace 55 años que fue asesinada en Nueva York una joven a la que sus vecinos escucharon pedir ayuda sin que nadie hiciera nada al respecto. Su muerte desencadenó estudios sobre el llamado efecto espectador

“Durante más de media hora, 38 ciudadanos ejemplares de Queens observaron a un asesino seguir y apuñalar a una mujer en tres ataques distintos en Kew Gardens. Dos veces, sus conversaciones y el brillo de las luces de sus dormitorios interrumpieron y espantaron al asesino. En ambas ocasiones regresó, la buscó y la apuñaló de nuevo. Ni una sola persona llamó a la policía durante el ataque; solo un testigo lo hizo después de que la mujer muriera”. Así arrancaba Martin Gansberg su artículo en el “New York Times” sobre el asesinato, el 13 de marzo de 1964, de Kitty Genovese. Sería el punto de partida de decenas de artículos, estudios de psicología social, libros, filmes y obras de teatro. ¿Cómo era posible que 38 personas fueran testigo de una muerte violenta y no hicieran nada por impedirlo? Tras años tratando de responder a la pregunta, dos sociólogos publicaron en 1969 un estudio que acuñó el término efecto espectador o síndrome Genovese que hoy, 55 años después de la muerte de Kitty, se sigue estudiando.

Genovese tenía 28 años y trabajaba como gerente en un bar. Esa madrugada de invierno de 1964 regresó a casa, aparcó su coche en la misma calle de siempre y, antes de poder dirigirse a su piso, recibió dos puñaladas por la espalda. Tal y como lo cuenta Gansberg en su artículo de entonces, las luces de los dormitorios de algunos de los vecinos se encendieron al escuchar los alaridos de Kitty. Uno de ellos gritó desde la ventana: “Deja a esa chica tranquila”. La “amenaza” surtió efecto. El criminal se subió a su coche y se fue dejando a su víctima herida pero todavía capaz de caminar. Sin embargo, poco después regresó y se aseguró de matarla.

En su texto, Gansberg reproducía las declaraciones de varios de los vecinos, a los que preguntaba directamente por qué no habían ayudado a la joven. “Pensamos que se trataba de una pelea de enamorados”, le contestó una ama de casa. Otra pareja le confesó: “Francamente, tuvimos miedo”. Un hombre que se asomó desde la puerta de su casa le dijo a Gansberg que simplemente tenía sueño y volvió a acostarse a pesar de los gritos.

Contada así, la historia es espeluznante. Y quien la lee o escucha seguramente pensará: “Si yo hubiera estado allí, sí que habría reaccionado”. Sin embargo, los investigadores John Darley y Bibb Latane desmintieron a través de una serie de experimentos que ese fuera el caso para la mayoría de las personas. Es decir, si se plantea una situación hipotética, prácticamente todo el mundo diría que no dudaría en ayudar a alguien que esté en peligro. Pero, en la práctica, Darley y Latane demostraron que cuanta más gente esté involucrada en la situación urgente, menor es la probabilidad de que alguno de ellos actúe. Se trata de un fenómeno social que se ha denominado como difusión de la responsabilidad.

Uno de los experimentos que realizaron para llegar a esa conclusión fue sentar a una persona dentro de un cubículo cerrado y pedirle que rellenara un formulario. Al cabo de uno minutos, la habitación comenzaba a llenarse de humo. Cuando dentro se encontraba alguien solo, casi siempre esa persona salía del cubículo inmediatamente y pedía ayuda. Sin embargo, cuando compartían el espacio tres personas, les tomaba mucho más tiempo decidirse a hacer algo respecto al humo.

Lo mismo sucedía cuando ponían a una persona a hablar con otra a través de un intercomunicador. Entonces, uno de ellos, que formaba parte del equipo de investigación, comenzaba a gritar que estaba padeciendo un ataque epiléptico y necesitaba ayuda. En el 85 por ciento de los casos en que participaba un solo interlocutor, éste salía inmediatamente a ayudarle. Cuando se repetía la situación con tres personas, solo 62 por ciento de ellos intentaba ayudar. Si eran seis, el porcentaje de los dispuestos a intervenir desciende a 31 por ciento.

Además del debate que el caso de Kitty suscitó en su época en los medios y de su importancia en años posteriores para los estudios de sociología, también se han escrito libros y producido obras de teatro que, a partir de la historia de esta joven, buscan obligar a la sociedad a una reflexión nada sencilla sobre sí misma, incluso extrapolando el caso y comparándolo con eventos espeluznantes como el Holocausto o el genocidio de Ruanda. Sin embargo, años después del artículo de 1964 del “New York Times” surgieron nuevas versiones de lo ocurrido aquel 13 de marzo. Una de ellas ponía en duda que realmente hubiera 38 testigos de lo ocurrido y, además, afirmaba que la policía sí recibió varias llamadas de alerta de los vecinos, al contrario de lo que escribió Gansberg.

Quizá los más afectados por esa nueva información fueran los familiares de Kitty, que en su momento solo supieron del caso lo que leyeron en la prensa, pues habían decidido no asistir al juicio por considerarlo demasiado doloroso (el asesino, culpable además de otras muertes, fue encarcelado y murió en prisión décadas más tarde). William Genovese, hermano de Kitty, decidió comenzar su propia investigación cuando supo que podía haber otra versión de la muerte de su hermana. El resultado fue el documental “The witness”, en el que algunos de los testigos ofrecían declaraciones que contradecían a la del “Times”. Quizá la más importante fue la de una vecina que le aseguró a William que su hermana había muerto en sus brazos, y no sola como él creyó hasta entonces.