Medio Ambiente

La perdiz roja comienza a escasear

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Un equipo de investigadores ha publicado un estudio que concluye que la alta densidad de ungulados (ciervos, corzos, jabalíes) en las fincas de caza mayor contribuye al declive de la perdiz roja (Alectoris rufa), una especie que ha perdido un 33% de su población en las últimas décadas. Las conclusiones de su investigación aparecen en el último número de la revista científica de SEO/BirdLife, Ardeola.

La investigación, liderada por José Guerrero-Casado de la Universidad de Córdoba, cuenta además con la participación de investigadores de la Universidad de Munich, el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos y el Instituto de Agricultura Sostenible.

Se ha desarrollado en nueve fincas dedicadas a la caza en Córdoba, con una extensión media de 2.470 hectáreas. Entre otros factores, los científicos han analizado la abundancia de carnívoros, de ciervo, de jabalí, las características de la vegetación, la proporción de nidos depredados y la disponibilidad de invertebrados como fuente de alimento.

Según las conclusiones del trabajo, la abundancia de ciervos muestra una relación negativa con la abundancia de perdiz en primavera, es decir, a mayor densidad de ciervos menor densidad de perdices. Por el contrario, en las fincas donde la perdiz disponía de alimento –hierba, insectos hemípteros, etc.– las poblaciones del ave mostraron tendencias positivas.

Los investigadores estudiaron las mismas variables en otoño. En esta estación, la alta densidad de ciervos y carnívoros se asoció negativamente con la presencia de perdiz; es decir, cuantos más ciervos y carnívoros hay, y mayor es la tasa de depredación de nidos, menor es la abundancia de perdices en esta estación del año.

Analizando todos estos datos, los autores concluyen que “los resultados muestran que las altas densidades de ungulados podrían afectar negativamente a la abundancia de perdiz debido a una reducción de la disponibilidad de alimento (invertebrados y biomasa de herbáceas)”.

Así mismo, el equipo de científicos destaca que esta investigación» ha puesto de manifiesto que los actuales sistemas intensivos de gestión de la caza mayor en el centro-sur de España no son compatibles con la conservación de la perdiz roja, y que por lo tanto, estos efectos deben ser considerados a la hora de definir las políticas para la gestión de la caza mayor y la conservación”.

Una especie común en regresión

Según el programa SACRE de SEO/BirdLife, las poblaciones de perdiz roja han disminuido significativamente en las últimas décadas (un 33% entre 1998 y 2013), principalmente.

Diversos estudios afirman que esto se debe a la transformación e intensificación agrícola –que han deteriorado sus lugares de cría, reducido su alimento e incrementado la posibilidad de depredación por simplificación del paisaje–, así como por la exposición a biocidas, como por ejemplo las llamadas “semillas blindadas”.

A todo esto se suma un descenso significativo de las poblaciones de esta especie en zonas forestales durante los últimos decenios donde la gestión de ungulados silvestres y su abundancia se han incrementado.

La caza excesiva en algunos lugares y la suelta de perdices de granja han sido identificados como otros factores dañinos para la conservación de la especie.

Mejorar la gestión de hábitats y especies

En la península Ibérica, y particularmente en las sierras del centro y sur, se alcanzan altas densidades de ciervos (por encima de 50 individuos/km2) y de jabalí (hasta los 90 individuos/km2), lo que está provocando un claro impacto en los ecosistemas mediterráneos.

Teniendo en cuenta dichos datos, según los autores, “este estudio demuestra la alta sensibilidad de la perdiz roja a estas superpoblaciones de ungulados”.

Otros factores demostrados que explican el descenso de las poblaciones de perdiz es el empobrecimiento de la calidad del hábitat como consecuencia de los cambios de uso del suelo.

Entre estos cambios se incluyen el incremento y homogeneización de amplias y densas manchas de matorral, las reforestaciones con coníferas en altas densidades que impiden el desarrollo de matorrales y pastos, y la carencia de “setos refugio” en las dehesas como consecuencia en ocasiones de una alta presión ganadera.