Crisis migratoria en Europa
Mohamed y Waed: volver a caminar en libertad
No pudo ver al Papa durante su visita a Lesbos el pasado mes de abril. Mohamed llevaba tres meses postrado en una cama con las piernas destrozadas por la guerra. Tras conocerse su trágica historia, España le ha acogido y será operado en el Hospital Vall D’Hebron
No pudo ver al Papa durante su visita a Lesbos el pasado mes de abril. Mohamed llevaba tres meses postrado en una cama con las piernas destrozadas por la guerra. Tras conocerse su trágica historia, España le ha acogido y será operado en el Hospital Vall D’Hebron
Se abre la puerta del ascensor, y allí están los dos, Mohamed y Waed, con el rostro descansado, con sonrisa tímida y con ganas de abrazar a los pocos que conocen en España, entre ellos su primo Mouaid.
Él se apoya en sus muletas y anda con dificultad. Su situación no ha mejorado desde la última vez que LA RAZÓN estuvo con ellos en Lesbos. Cuando este diario relató su historia el pasado 17 de abril no fue posible revelar su verdadera identidad (entonces nos referimos a ellos como Nihab y Anwaar) para no comprometer su seguridad. Sin embargo, Mohamed y Waed ya están en España, para tratar de solucionar con diversas operaciones quirúrgicas las secuelas que la guerra en Siria le ha dejado a este refugiado. Waed, sin embargo, esboza una gran sonrisa al vernos. La última vez que estuvimos con ella en Lesbos tenía miedo, estaba completamente perdida, no sabía a quién acudir para pedir ayuda. Además, acababa de perder un bebé que esperaba. Esta vez todo es distinto. Ella está radiante de felicidad y no es para menos, orgullosa nos enseña su barriguita de cinco meses, está embarazada de una niña y esta vez parece que todo sigue su curso con normalidad. Entre lágrimas de emoción se acerca a nosotros para darnos las gracias. Esta vez no tiene miedo, es libre, ya no están escondidos y quiere hablar: «Nunca sabré cómo agradecer todo lo que España ha hecho y hace por nosotros. Hemos sufrido años de guerra en Siria, mi país. Perdí a tres hermanos ante mis ojos. A mi marido las balas y la metralla le han dañado gran parte del cuerpo, sus piernas están destrozadas. Tenemos la esperanza de que aquí en España los médicos puedan salvárselas» dice entre sollozos.
Esta mujer siria de 32 años y su marido llegaron en un bote a la isla griega de Lesbos después de la firma del acuerdo entre Turquía y la Unión Europea. Esto suponía dos opciones: o bien el ingreso en el centro penitenciario de Moria (lo que antes de dicho acuerdo era el campo de registro para aquellos que llegaban a la isla cruzando desde Turquía), o bien la devolución inmediata al país turco. Pero ellos fueron una de las pocas excepciones. Al llegar a aguas griegas con la lancha, en su interior más de 45 refugiados, ningún barco de Frontex o de los guardacostas griegos la interceptó. Tocaron tierra sin que ninguna autoridad se percatase de su llegada. Habían tenido suerte, aunque la situación no se les planteaba fácil. La isla griega de Lesbos no es muy grande, por lo que no era fácil encontrar un sitio en el que refugiarse hasta encontrar una salida sin tener que pasar por la prisión de Moria o volver a Turquía a malvivir en las calles.
Encontraron un sitio, gracias a la ayuda de una lugareña, donde poder pasar unos días. Finalmente Cáritas se hizo eco de su presencia y situación y los alojó en un pequeño hotel donde atendían a aquellos refugiados con problemas de salud, o en situaciones críticas como la de Mohamed.
Durante más de tres meses este refugiado estuvo postrado en la cama. Este periódico tuvo la ocasión de acceder a su historia durante un viaje a Lesbos para cubrir la visita del Papa a los refugiados de la cárcel de Moria y reunirse con el presidente griego Alexis Tsipras. Mohamed y Waed fueron de los pocos que no pudieron ver al Papa, ni hacerle partícipe de la situación que estaban viviendo. Y no por falta de ganas. El rostro de Mohamed reflejaba el dolor de sus heridas y huesos rotos consecuencia de la virulenta guerra en su país, Siria.
Las primeras palabras que nos dijo Waed fueron éstas: «La situación de mi marido es muy mala. Tiene muchos huesos rotos y ha sufrido infecciones en algunas de las heridas que aún tiene abiertas. La guerra en Siria nos ha destrozado la vida por completo. Huimos de las bombas y la metralla y, por si no fuera suficiente, nos encontramos con una cárcel aquí (Lesbos) como recibimiento», denunciaba desconsolada.
Mohamed sufrió hace un año un ataque bomba en Quneitra, capital, en gran parte destruida y abandonada, de la gobernación homónima al suroeste de Siria. Tiene sus huesos destrozados. La pierna y el hombro fracturados por varias partes. Durante su espera en Lesbos, y posteriormente en Atenas ha recibido atención médica. Sobre todo centrada en la infección que contrajo al cruzar con el bote a la isla helénica. Pero necesita varias intervenciones quirúrgicas, y posterior rehabilitación.
La vida de Waed en Siria tampoco ha sido fácil. Varios ataques aéreos rusos acabaron con la vida de sus tres hermanos y destrozaron su casa. Su madre y ella habían salido y, al regresar, vieron en sus ojos la desgracia. «Es una imagen que nunca podré borrar de mi mente. Vivíamos en un país en paz, nuestras vidas antes de la guerra eran tranquilas. Quizá no gozábamos de libertad política, pero teníamos serenidad y mi familia estaba unida. Ahora todo está roto», cuenta esta refugiada.
El diario LA RAZÓN ha llevado a cabo varias gestiones con el Ministerio del Interior para traerlos a España. También ha contactado con el director del Servicio de traumatología del Hospital Vall D’Hebron con el objetivo de que sea su equipo el que pueda realizarle las operaciones quirúrgicas que requiere.
En dos meses, asiliados
El tiempo corre en su contra, pero algo ya han ganado, están en España esperando para acabar su proceso de asilo: «Según nos han comentado, en dos meses podremos tener condición de asiliados en España. Habíamos perdido toda la ilusión por luchar y vivir, y ahora la hemos recuperado», dice Mohamed mientras cariñosamente acaricia la mano de su mujer.
Waed está feliz, por fin podrá dar a luz a una niña más que esperada: «Sufrí tres abortos involuntarios. Pero parece que la suerte ahora está de nuestro lado. Sólo queremos tener una vida tranquila. Formar una familia y que nuestra hija, Sol, pueda crecer en un entorno alejado de las bombas y la metralla. Que pueda tener una infancia feliz como millones de niños en el mundo».
Con alegría y llenos de fuerza empiezan su andadura en España. Una nueva vida que están seguros les irá bien. Y con esa sonrisa que nos recibieron nos despiden y, por supuesto, con un «hasta pronto».
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