Menores
Acoso escolar: "Un niño que se suicida no quiere dejar de vivir, quiere dejar de sufrir"
España es el primer país de la Unión Europea con más casos de «bullying» y el tercero a nivel mundial, pero no existe una ley contra ello
Desde que Isabel tiene memoria ha sido víctima de acoso escolar. Trató de suicidarse el año pasado, pero su intento fue, afortunadamente, en vano. «No sabía cómo escapar de ese infierno. Al principio, hacía enormes esfuerzos por ser aceptada por ellos. También traté de vivir mi propia vida y apoyarme en mis dos únicas amigas del colegio y en todos mis amigos de la urbanización. Pero nada cambió. Cada día me despertaba con la angustia de verles la cara, de encerrarme en un aula de unos cuantos metros cuadrados durante horas y horas con ellos. Los insultos, las burlas y la exclusión eran constantes, y me robaban la autoestima y la confianza en mí misma. Me sentía inútil, invisible y sola. Y la gota que colmó el vaso fue que me ridiculizaron haciéndome creer que un chico que me gustaba estaba interesado en mí. Me escribía por WhatsApp y yo le correspondía, pero realmente, eran ellas desde el teléfono de uno de sus hermanos. Y lo desvelaron en medio del recreo leyendo a voz en grito todas mis declaraciones de amor. Eso me destrozó. Aquella humillación pública fue la que me convenció de que debía poner fin a mi vida», reconoce. Un año más tarde de aquello, con la ayuda de su familia y de su psicóloga, y tras mudarse a otro municipio para comenzar desde cero, trata de recuperarse de los 9 años de bullying.
Kira no esquivó este dramático desenlace. El 19 de mayo se cumplirán dos años desde que pusiera fin a su vida. Tenía 15 años. «Empezamos a denunciar las agresiones a Kira cuando tenía 4 o 5 años. Tras varias denuncias, nos llegaron a decir que era Kira la que no sabía relacionarse. Esto acurre en muchos colegios. Cuando no tienen interés en resolver los casos de acoso, dicen que la víctima no tiene habilidades sociales. Cuando esta llega a la adolescencia, es decir, cuando se encuentra es esa delicada etapa en la que surgen tantos complejos y el desarrollo cognitivo no ha llegado a su máximo potencial, es habitual que se termine creyendo que el problema es ella. Kira nos lo llegó a decir a nosotros: no soy suficiente», explica la madre de la menor, María José López.
Ella y su marido José Manuel han emprendido una cruzada contra esta forma de maltrato. «Cada 10 días se suicida un niño por sufrir acoso escolar. España es el primer país de la Unión Europea con más casos de bullying y el tercero a nivel mundial. Y sigue sin haber una Ley que ampare a los menores. Hay una Ley de Protección del Menor y dedica algunos artículos a la protección en la escuela, pero es deficiente e insuficiente. En Francia, crearon una ley que dice que quien comete acoso puede tener hasta tres años de cárcel y, si hay víctima y está involucrado, podría tener hasta 10 años de prisión. En Reino Unido puede entrar la policía en un colegio a detener a un niño. Allí, los menores tienen protección desde el primer gesto de violencia. Aquí en España, hasta que no te han pegado tres veces como mínimo, no se considera acoso, sino un conflicto entre iguales, con lo cual, se está permitiendo la violencia en los colegios, lo que constituye una vulneración de los derechos de los menores», apunta José Manuel. Y añade: «Nos dicen, según los protocolos, que cuando se trata el acoso escolar intervienen todas las partes: departamento de Educación, padres, colegio, observadores, victimarios, víctimas…, pero en la práctica es mentira. Solo se le da validez a la versión de los colegios. En el caso de Kira, Educación negó en un primer informe que hubiera indicios de acoso entre iguales o por parte de los responsables adultos del colegio. El departamento solo escuchó la versión del colegio, que negó todo. Se revisó el caso de Kira teniendo en cuenta nuestras pruebas que, ni siquiera, se las habían revisado. Al poco tiempo, Educación confirmó que se personaba como acusación popular y que habían aplicado una serie de medidas cautelares contra el colegio, entre ellas, una auditoría; y que se había pedido al colegio que se apartara al director, al coordinador y a otra serie de docentes que habían estado involucrados en las situaciones de violencia de Kira. El colegio aceptó la auditoría, pero no aceptó apartar a estas personas. Alegaron que es un centro de titularidad privada y la Inspección Educativa no tiene poder sobre un centro privado, por lo que siguen allí dentro los agresores adultos sin que se pueda hacer nada».
Los padres de Kira lamentan que en nuestro país se esté animando a los chavales a denunciar acoso escolar, pero, cuando lo denuncian, se quedan solos y, en muchos casos, quedan ellos como los acosadores. «La única salida que tienen es marcharse del colegio, que eso es una doble victimización; quitarse la vida o arrastrar el trauma de por vida. Porque, encima, si no llevas al niño a la escuela para evitarle este maltrato, te acusan de abandono escolar y te denuncian a Servicios Sociales para que te quiten la custodia», denuncian.
Y proponen crear con carácter de urgencia un protocolo de acoso escolar recomendado para las autonomías en el que, en vez de que se active cuando el colegio lo considere, se pueda activar cuando lo pide el padre o la madre. Y que, en vez de aislar y apartar a la víctima, tome estas medidas contra los acosadores. «Todo esto es de sentido común y lo compartimos en el Congreso con Pilar Alegría y José Manuel Albares, pero no hemos sido capaces de sacarles ni una sola concesión», señalan. Tanto para ellos como para otros padres es un imperativo que el Ministerio de Educación cree una ley de acoso escolar que especifique las actuaciones pertinentes tanto en caso de acoso de profesores hacia alumnos como en caso de bullying entre iguales. Según indica, esta ley debería incluir la figura de un responsable de bienestar externo que garantice el cumplimiento del protocolo «antibullying» para evitar que el colegio sea simultáneamente juez y parte.
Kira reconoció que el acoso que sufrió cuando tenía 5 años le había destruido: «Creo que lo he superado, pero siempre tengo miedo de que me vuelva a pasar». Le volvió a pasar y no pudo más. El dolor le persiguió toda la vida y se suicidó para dejar de sufrir.
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