Religión
El Papa del millón: «Un mundo distinto es posible»
León XIV clausura el jubileo de los jóvenes con una masiva eucaristía en la explanada de Tor Vergata y un encargo: «Aspirad a cosas grandes, a ser santos»
Cada vez que la Iglesia convoca un acto multitudinario con los jóvenes, sirve de tanteo de puertas para afuera para constatar el tirón que puede o no tener la institución y sus responsables ante una nueva generación de católico. Esta mañana, León XIV afrontó esta prueba en la misa de clausura del jubileo de los jóvenes, el acto más masivo de cuantos se van a acoger en Roma en este Año Santo con la esperanza como eje. Más de un millón de peregrinos participaron en la eucaristía celebrada en Tor Vergata, un campus universitario ubicado a las afueras de la capital italiana. Entre ellos, cerca de 30.000 españoles, la delegación más numerosa solo por detrás de los anfitriones italianos.
Desde allí, el primer Papa norteamericano de la historia se dirigió a la llamada generación Z de cristianos para que tomen las riendas del planeta. «Mis jóvenes hermanos y hermanas, ustedes son el signo que un mundo distinto es posible, un mundo de fraternidad y amistad, donde los conflictos se afrontan no con las armas sino con el diálogo», expuso el Pontífice en sus últimas palabras, antes de despedirse, tras la misa y en el marco del rezo del ángelus.
En una reflexión que pronunció antes de dirigir la oración mariana, el hasta hace unos meses cardenal Robert Prevost detalló que «en comunión con Cristo nuestra paz, esperanza para el mundo, estamos más que nunca unidos a los jóvenes que sufren el mayor de los males, el que es producido por otros hombres». «Estamos con los jóvenes de Gaza, estamos con los jóvenes de Ucrania, con todos aquellos cuya tierra está ensangrentada por las guerras», entonó el Papa agustino, que fue correspondido por sus interlocutores con un cerrado aplauso.
Consciente de que minutos después esa marabunta de jóvenes de 146 países pondrían rumbo a sus hogares, expresó su confianza en que «unidos a Jesús como los sarmientos a la vid, ustedes darán mucho fruto». «Serán sal de la tierra, luz del mundo; serán semillas de esperanza allí donde viven: en la familia, con sus amigos, en la escuela, en el trabajo, en el deporte», compartió confiado León XIV. En esta despedida redobló la convocatoria a unos y a otros que realizó Francisco hace dos veranos en Lisboa: participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Seúl, Corea, del 3 al 8 de agosto de 2027. Esta Jornada tendrá como lema las palabras de Jesús de Nazaret «Tengan valor: yo he vencido al mundo».
Esta invitación a la valentía también estuvo presente de forma constante en la homilía que pronunció previamente. «Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén, no se conformen con menos», propuso el Santo Padre, que presentó como ejemplo a otros jóvenes como ellos, los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que próximamente serán proclamados santos.
«Muy queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús», sentenció en una misa, concelabrada por unos 7.000 sacerdotes y más de 450 obispos, en la que propuso cultivar la amistad con Cristo a través de «la oración, la adoración, la comunión». Con referencias a san Agustín y al papa Francisco, en otro momento de la homilía, compartió que «ninguna bebida de este mundo puede saciar. No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces». Desde esta premisa, el papa Prevost lanzó a su auditorio un examen de conciencia: «¿Qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?».
A partir de ahí, les propuso que buscaran respuestas en lo vivido estos días en Roma, desde las actividades «a través del arte, la música, la informática y el deporte», pero también momentos de oración, como el particular maratón de confesiones que se celebró el viernes en el Circo Máximo. Y dejó caer una propuesta: «Hagámonos un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios». «Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma», comentó el Papa justo después.