Religión

El Papa, en Papúa: las mujeres y los niños, primero

Francisco reivindica en Asia que «las mujeres tienen la fuerza de dar la vida, de construir, de hacer crecer un país»

Port Moresby (Papua New Guinea), 07/09/2024.- Pope Francis (C) visits Street Ministry and Callan Services, in the Caritas Technical Secondary School, in Port Moresby, Papua New Guinea, 07 September 2024. Pope Francis is traveling from 2 to 13 September to conduct apostolic visits to Indonesia, Papua New Guinea, East Timor and Singapore. (Papa, República Guinea, Papúa-Nueva Guinea, Papúa Nueva Guinea, Singapur, Timor Oriental, Singapur) EFE/EPA/ALESSANDRO DI MEO
El Papa Francisco, ayer, en el encuentro con niños en una escuela promovida por Cáritas en Port MoresbyALESSANDRO DI MEOAgencia EFE

Cuando el evangelista Mateo aborda el milagro de los panes y los peces, asegura que allí estaban unos cinco mil hombres, «sin contar mujeres y niños». Pues bien, hoy, entre las multitudes que vitorearon a Francisco en su peregrinación por Papúa Guinea, dentro de su gira por Asia y Oceanía, sí contaron y mucho las mujeres y los niños. Fueron protagonistas de algunas de las reflexiones más significativas en su intensa agenda en la capital, Port Moresby, marcada por un encuentro institucional con las autoridades del país, una visita a una escuela de Cáritas y una reunión con el clero local.

«Son las mujeres las que llevan adelante un país», improvisó el Papa Francisco ante los máximos responsables del país, cogiendo el guante de sir Bon Bofeng Dadae, gobernador de esta nación que forma parte de la Commonwealth. El «premier» de Papúa Nueva Guinea desde 2017 había abordado la necesidad de «reconocer el papel de la mujer y alzar la voz ante su necesidad de protección» ante la creciente oleada de feminicidios que asola la región.

El Papa supo reaccionar reforzando esta reflexión, al asegurar que «las mujeres tienen la fuerza de dar la vida, de construir, de hacer crecer un país. No olvidéis a las mujeres, que ocupan el primer lugar en el desarrollo humano y espiritual». En este ambiente de cordialidad se desarrolló un acto institucional que tuvo lugar a primera hora de la mañana en el icónico y muy moderno edificio de la APEC (Cooperación Económica Asia-Pacífico) situado frente al mar, donde tuvo lugar el encuentro más protocolario con las autoridades y exponentes de la sociedad civil, además del Cuerpo Diplomático. Antes, se había encontrado con Dadae en la Casa del Gobernador, donde el Papa pudo conoce a su mujer Hannah y a sus cuatro hijos.

Extraordinaria riqueza

En su alocución a la nación, Francisco elogió la «extraordinaria riqueza cultural» de Papúa Nueva Guinea, donde se hablan más de 800 lenguas. «Les confieso –añadió– que se trata de un aspecto que me cautiva mucho, también a nivel espiritual, porque imagino que esa enorme variedad sea un desafío para el Espíritu Santo, que crea la armonía en las diferencias».

Con esta premisa, pidió «favorecer todas las iniciativas oportunas para valorizar los recursos naturales y los recursos humanos, de tal modo que se pueda dar vida a un desarrollo sostenible y equitativo que promueva el bienestar de todos, sin excluir a nadie».

De la misma manera, reclamó el «cese de las agresiones tribales, que desgraciadamente causan muchas víctimas, no permiten vivir en paz y obstaculizan el desarrollo», apelando al «sentido de responsabilidad de todos para que se detenga la espiral de violencia y se emprenda decididamente el camino que conduce a una cooperación fructífera, en beneficio de todos los habitantes del país».

Jorge Mario Bergoglio se adentró en una cuestión peliaguda: el llamado «estatus de Bougainville». Se trata de un territorio más cerca de las Islas Salomón, pero que se considera una provincia de Papúa Nueva Guinea, que antes fue colonia alemana y que estuvo bajo administración australiana. A finales de 2019, la región autónoma de Bougainville aprobó la independencia de Papúa Nueva Guinea en un referéndum no vinculante. Con prudencia, reclamó una «solución definitiva, evitando el resurgimiento de antiguas tensiones».

Superada toda encrucijada diplomática, el resto de la jornada tuvo un carácter eminentemente pastoral y social. Después de un descanso en la nunciatura, el Obispo de Roma se dirigió a la Escuela Técnica de Cáritas, donde fue recibido por un nutrido grupo de chicos y chicas vestidos con sucintos trajes y vistosos penachos de plumas. En medio esta calurosa acogida, dos chavales les plantearon dos preguntas algo embarazosas. La primera la leyó un muchacho con menor capacidad: «¿Por qué no somos como los demás? ¿Hay esperanza para nosotros?». Minutos después uno de los chicos que vive en la calle primero reconoció que creaban problemas vagando por las calles de la ciudad y siendo un peso para los demás, y luego le interrogó: «¿Por qué no tenemos las mismas oportunidades de los otros muchachos y cómo podemos ser útiles para hacer nuestro mundo más bello y feliz?».

Dejando a un lado manifiestos teológicos, Francisco se abajó con reflexiones directas, pero con una gran carga: «Ninguno de nosotros es como los demás, todos somos únicos ante Dios y cada uno tenemos una misión que nadie puede hacer en nuestro lugar. Lo que determina la felicidad es el amor, y esto también vale para el Papa. Nadie es un peso porque todos somos un tesoro, un bellísimo don de Dios. Tened siempre encendida la luz de la esperanza, la luz del amor».

Para Jorge Mario Bergoglio, aunque «todos tenemos límites, esto no es lo que determina nuestra felicidad sino el amor que ponemos en todo lo que hacemos».

Tras la algarabía de los niños, no fue menor el alboroto con el que fue recibido en el Santuario de María Auxiliadora, la ciudadela salesiana en Port Moresby, donde le esperaban al anochecer los responsables eclesiales del país y de las vecinas Islas Salomón. Cabe destacar que el número de fieles se ha duplicado en dos años.

Salir a las periferias

Precedido por el saludo del presidente de la Conferencia Episcopal, Otto Separy, así como de una monja, de un presbítero, de una catequista y de una delegada en el Sínodo de los Obispos, el Papa tomó la palabra reconociendo, en primer lugar, que «los misioneros llegaron a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles; de hecho algunos intentos fracasaron. A pesar de eso no se rindieron y continuaron predicando el Evangelio».

Con este punto de partida, se dirigió al clero nativo para llamarles a tomar el relevo. Así, encargó a la Iglesia neoguineana que ha de «salir a las periferias, a las personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellos que viven en las zonas más remotas y abandonadas donde a menudo falta lo indispensable. Y también a las personas heridas tanto moral como físicamente a causa de prejuicios y las supersticiones».