Opinión
Un Papa que habló con todo su ser
No ha sido un Pontificado de grandes dogmas, pero sí de poner en el centro la dignidad de cada persona
Nos dejó el pastor de Roma, el pastor de la Iglesia. Y lo hizo bendiciendo a los cuatro vientos (urbi et orbi) el pasado domingo de Pascua, proclamando el aleluya de la esperanza de la resurrección. A partir de la resurrección «esperar ya no es ilusión», dijo. «¡La Pascua es la fiesta de la vida!», «¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite!», «quisiera que volviéramos a confiar».
El pastor es, en este momento, maestro de vida. Quizás solo la fe permita entender que el testimonio que toca el corazón es el que nace de la autenticidad de la vocación. Así es el testimonio de Francisco, de Jorge. Un ejemplo que suscita adhesión no por su posición a cargo de la Iglesia, ni por su poder mediático, sino por su presencia.
Francisco desempeñó sin artificios su papel hasta el último día de su vida. Atendió a la multitud que esperaba del Papa una bendición, olvidando su enfermedad y su limitación. Se mostró como era, un hombre anciano y enfermo.Dicen por ahí que era un hombre sencillo; más bien diría, un hombre auténtico. Esta autenticidad se ha transparentado a lo largo de estos años de pontificado. Le hemos visto sin zapatos rojos, sin ropajes excepcionales, con muletas, en silla de ruedas. Una autenticidad que podemos considerar un síntoma de fe. Probablemente por eso atrae a unos y otros, aunque no todos lo entiendan igual. Los de fuera admirarán la sencillez, la convicción; los de dentro, el ejemplo y la compañía.
Francisco ha hablado para ser entendido. Su presencia ha tocado el corazón de muchos. A los jóvenes les ha invitado a soñar, a soñar grande para que, aunque la vida deje a medias con sus dificultades, se pueda haber recorrido un gran camino. A los ancianos les ha impulsado a encontrar el sentido de su vejez, la que ha compartido con ellos. A los políticos les ha pedido cordura en las decisiones y que las encaminen hacia la paz. A los clérigos les ha pedido que dejen sus privilegios. A las mujeres les ha dado protagonismo y visibilidad.
El papa Francisco ha viajado mucho, habiendo visitado 66 países. Dicen algunos que hacia las periferias. Se podría decir que hacia aquellos lugares que le reclamaban como pastor y maestro. Y me atrevería a aventurar que ninguno de ellos fuera de su hoja de ruta. Ninguna visita de compromiso, solo aquellas que hacían falta para acompañar su mensaje. Porque Francisco ha hablado, lo ha dicho con todo su ser.
Quizás se trate de eso, de ser. En Francisco se ha podido percibir una fe integrada en la vida, y, por tanto, en la misión, en la «vocación», dicho en lenguaje cristiano. Ha conjugado el verbo discernir y ha invitado al resto a conjugarlo también. Discernir, ese ejercicio ignaciano de dejar hacer al Espíritu para descubrir la «vocación», la llamada de Dios, en cada momento y circunstancia de la vida. Discernir permite a la fe convertirse en cotidianidad porque empapa cada decisión, cada gesto, cada propuesta. Desde el discernimiento, la fe se hace vida en cada detalle. Puede que por eso llevara sus zapatos de siempre; igual por eso su pectoral era de plata; quizás por eso también vivía en Santa Marta.En su testamento da muestras de esa autenticidad. Quiere ser enterrado en la basílica de Santa María la Mayor, porque era su lugar. Y agradece las oraciones y el cariño que pidió el primer día, aquel 13 de marzo de 2013.
Nos ha dejado un sembrador
Francisco ha puesto la semilla para que en la Iglesia florezcan nuevas posibilidades: posibilidades de entendimiento con la naturaleza; de nuevas formas de entender las relaciones humanas; de nuevas formas de gestionar la Iglesia y las comunidades eclesiales; de entendimiento para las dificultades de las personas en necesidad, sumidas en la violencia; posibilidades de escucha de la voz de las mujeres, porque las ha colocado en lugares de administración y servicio. Todas ellas harán posibles cosas nuevas, acaso la Iglesia que Jorge soñaba.
Podríamos decir que muchas de estas semillas no han germinado, otras son incipientes retoños, otras han quedado en los márgenes de un árido camino. Pero él sembró y quizás, con ello, da una lección de valentía y confianza. No es fácil dejar hacer, la germinación de la semilla no depende del sembrador, aunque solo con este gesto se pueden soñar los frutos.Su forma de gobierno, desde el diálogo, ha suscitado novedad, aunque también dudas. Puede ser que algunos hubiesen agradecido otro talante. Seguramente muchos hubieran esperado medidas más arriesgadas. Pero todos deberíamos estar de acuerdo de que fue un hombre auténtico.