
Opinión
Piel violeta para unas fiestas más seguras
Los puntos violeta no son solo un recurso de atención ante emergencias por violencia machista; son también un espacio de prevención, información y transformación colectiva

En los últimos años, los puntos violeta se han convertido en una herramienta imprescindible en fiestas, festivales y eventos multitudinarios. No son solo un recurso de atención ante emergencias por violencia machista; son también un espacio de prevención, información y transformación colectiva. Un punto violeta es, ante todo, un lugar seguro. Un espacio donde cualquier persona puede acudir si ha sido víctima o testigo de una agresión sexual o machista. Pero también es un rincón donde se puede parar, escuchar, hablar, desaprender y volver a mirar el mundo desde otro lugar.
Al principio hablábamos de ponernos las gafas violetas, esa forma simbólica de ver la realidad con conciencia feminista. Pero hay algo que aprendemos con el tiempo: las gafas uno se las puede quitar, pero la piel violeta no. Y esa piel, que nos duele cuando algo duele, que se eriza ante la injusticia y que abraza con fuerza cuando hace falta, es la que necesitamos para cambiar de verdad las cosas.
Uno de los objetivos fundamentales de los puntos violeta es visibilizar que la violencia de género existe, también en contextos de ocio, y que no es algo con lo que tengamos que convivir. Que las noches de fiesta no pueden seguir siendo noches de miedo. Por eso están ahí: para acompañar, orientar y cuidar. Cada vez vemos más casos de chicas jóvenes que acuden tras haber sufrido agresiones relacionadas con la sumisión química, es decir, situaciones donde alguien se aprovecha de que están bajo los efectos del alcohol o drogas, o incluso les han echado algo en la bebida sin que lo sepan. En estos casos, el punto violeta cumple un papel clave: es el primer espacio donde se les cree, se les cuida y se les explica con claridad qué ha pasado, sin juicios, con lenguaje cercano y con toda la información necesaria. Muchas veces, la psicóloga que está en el punto es quien realiza esa primera contención emocional y son las trabajadoras sociales o juristas quienes orientan con calidez sobre los pasos a seguir si desean denunciar o recibir atención especializada.
Por eso insistimos en que no basta con la buena voluntad. Quienes hemos sido voluntarias (yo también lo fui) sabemos lo mucho que aportamos, pero no es suficiente. Una formación de diez horas no es adecuada para acompañar a una víctima de agresión sexual. Es necesario profesionalizar los puntos violeta con equipos cualificados.
Además, estos espacios también sensibilizan. Desde Elig Consultoría apostamos por metodologías como la realidad virtual, plataformas participativas o campañas para redes sociales que generan impacto real, sobre todo entre la juventud.
Y aquí va un símil veraniego: igual que no aceptamos socorristas sin formación en nuestras playas, no deberíamos aceptar puntos violeta sin personal especializado. Porque lo que está en juego son vidas, dignidades y futuros.
Las violencias machistas no se van de vacaciones. Cuidarnos en las fiestas también es construir espacios donde todas y todos podamos bailar sin miedo, con la piel violeta bien visible.
*Elisabeth García es CEO de Elig Consultoría y formadora en igualdad
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